Campuseros
Aunque los directivos de nuestras teles finjan mirar para otro lado, lo ocurrido esta semana en el Campus Party de Valencia con los devoradores de gigabits está muy relacionado con el futuro del medio y puede arruinar este negocio. En principio, las diferencias entre un campusero y un telespectador parecen abismales, y sólo a un comu-nicólogo chiflado se le ocurriría comparar un friki informático y nómada que coge el petate hard y se larga al campamento libre de Valencia en busca de la utopía de la banda ancha, y de paso descargar los últimos videojuegos, con un sedentario consumidor entrado en años que en el prime time traga sin rechistar todo lo que le eche la pantalla del cuarto de estar.
Pero sólo en principio. Porque al final del Party nómada nos hemos enterado de que la fiesta de los campuseros con barra libre, con banda ancha, ha consistido sobre todo en consumir tele (bajar series inéditas), intercambiar software para capturar señales TV en sus ordenadores y videojugar on-line con los frikis globales. Si yo fuera directivo de la tele estaría preocupado porque la experiencia valenciana, al margen de la juerga, ha demostrado que cuando dispones de banda ancha lo que más apetece es ver tele, sí, claro, pero al margen de la programación diferida de nuestras parrillas, al margen del prime time y al margen de la publicidad y de la pantalla familiar.
Los campuseros, sin pretenderlo, han dinamitado los cuatro arcanos principios (tecnológicos, antropológicos, ideológicos, empresariales) en los que todavía se funda este invento: ver la televisión en familia, en una sola pantalla casera, en horario predeterminado, financiados por la publicidad y sujetos al capricho de los programadores. Cuando los hogares dispongan de la misma banda ancha, cuando todas las pantallas informáticas, incluso las de bolsillo, tengan una conectividad igual o superior a la de Valencia, entonces se acabará para siempre la estrechez de la tele y sus malditas relaciones tiránicas con la caverna (platónica) del cuarto de estar, el prime time, la publicidad, el endemoniado share y tantísimo diferido nacional. Reinventar el invento, o sea.
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