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Tribuna:PIEDRA DE TOQUE
Tribuna
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Odiseo en Mérida

Mario Vargas Llosa

Escrita hace unos dos mil setecientos años por un poeta y narrador del que no sabemos nada, salvo que era un genio y que para componer su poema se valió de mitos, historias y leyendas que desde hacía siglos vagabundeaban por las islas y orillas del Mediterráneo, La Odisea es, más todavía que La Ilíada, el texto literario y la fantasía mítica que funda la cultura occidental.

Ninguna otra ficción, ni las más ricas y hechiceras invenciones que han jalonado la larga historia de ese abigarrado conjunto de lenguas, países, costumbres, tradiciones y creencias que constituyen esa civilización, ha mantenido, por tanto tiempo y con tanta fuerza, su carácter emblemático, ni conservado una lozanía tan constante, ni ha fascinado una y otra vez a tantas generaciones, incitándolas a traducirla, adaptarla, recrearla e interpretarla para públicos y lectores, oyentes y espectadores tan diversos, como la gesta de Odiseo. Viejos y niños, pensadores profundos y analfabetos, eruditos y soñadores, todas las variantes de la especie humana han acompañado de alguna manera, en una o en varias o en todas las aventuras que vivió, al héroe aqueo de la guerra de Troya al que una y otra vez el vengativo Poseidón cierra el trayecto de retorno a Ítaca, en los diez años que dura su regreso a su pequeño reino de aldeanos y de cabras, una islita perdida en el mar Jónico, y compartido con él las fantásticas pruebas que debe vencer antes de llegar a reunirse con Penélope y recuperar su reino.

¿Qué explica ese extraordinario poder de convocación y de supervivencia? Ante todo, la calidad de su factura literaria, desde luego. El poema homérico parece escrito hoy día por un fabulador que domina todos los secretos del arte de contar y que ha asimilado, en su sabiduría de narrador, todas las técnicas y experimentos formales, desde la invención de un tiempo propio para su historia hasta las más atrevidas mudanzas del punto de vista del narrador, y los cambios de nivel de realidad que crean, para la historia de Odiseo, un mundo total y múltiple, hecho de historia y fantasía, de memoria y sueño, de delirio y testimonio. Pero estas son consideraciones para lectores intelectuales, es decir, una minoría insignificante, no para el inmenso público que se asquea de los canibalismos de Polifemo, se fascina con la hechicera Circe, se aterra con los monstruos marinos Escila y Caribdis, o se enamora de la cándida Nausica.

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Para ese público, el mundo de Odiseo, elaborado con la más refinada materia verbal y la sabiduría de un soberbio contador, es sobre todo una manera de vivir y de ser, un prototipo en el que ve reflejado algo que representa no lo que es, sino, más bien, lo que no es y le gustaría ser. ¿Quién y cómo es Odiseo? A simple vista, un aventurero curtido en las artes de la guerra, que destacó por su audacia y valentía en la guerra de Troya, y que, ayudado por dioses como Palas Atenea y Hermes, se enfrenta y vence a enemigos brutales como el Cíclope, o sutiles y atractivos, como las sirenas, y, al mismo tiempo que lucha, padece, ve desaparecer a todos sus compañeros, goza y se divierte con las bellas mujeres -inmortales y mortales- que caen rendidas a sus pies y con sus propias hazañas, que, luego de vivirlas, conserva en la memoria para poder contarlas después. ¡Y con qué verba y elocuencia!

Porque ése es también un rasgo central de la personalidad del héroe de La Odisea y, acaso, el principal, es decir, más importante que la de guerrero y protagonista de hazañas vividas: la de contador de historias. ¿Vivió de veras Odiseo las historias maravillosas que cuenta a los deslumbrados feacios en la corte del rey Alcino? No hay manera objetiva de saberlo. Pudiera ser que sí y que su excelente memoria y su habilidad narradora simplemente enriquecieran sus credenciales de hombre de acción. Pero podría ser, también, que fuera un genial embaucador, el primero de esa interminable estirpe de fabricantes de mentiras literarias, tan bellas y seductoras que los lectores y oyentes las vuelven a veces verdades, creyendo en ellas: los fabuladores. Hay muchos indicios, en el poema, de que Odiseo cuenta falsedades, se contradice en lo que cuenta y da versiones distintas de un mismo hecho o personaje a públicos distintos. Si eso fuera así, y Odiseo, antes que un héroe en la vida lo fuera de la imaginación, ¿se empobrecería acaso? En absoluto: simplemente la que cuenta sería una historia distinta de aquella en la que él hacía de protagonista y transcriptor; en ésta, el rey de Ítaca sería el ilusionista, el creador.

La verdad es que basta asomarse a la vertiginosa bibliografía generada por La Odisea paracomprender que siempre habrá argumentos suficientes para dar a ambas lecturas de su personaje central una gran fuerza persuasiva. Lo que quiere decir, entre otras cosas, que Odiseo es un personaje ambiguo, que no se deja encajonar en ninguna categoría rígida, que se escurre de toda tentativa de encasillarlo de una vez y para siempre en una personalidad unívoca. En verdad, esa ambigüedad es lo más atractivo que tiene: estar en el mundo objetivo de la realidad y en el subjetivo de la fantasía, en la historia y en el mito, en la mentira y la verdad, es decir, en lo vivido y lo soñado a la vez.

Tal vez sea eso lo que desde hace casi tres milenios nos tiene sometidos al encantamiento de Odiseo. Pocas obras muestran y nos hacen vivir y comprender mejor, desde adentro, los poderes de la ficción para enriquecer la vida pedestre, la existencia municipal que es la de la inmensa mayoría de las gentes. Con el soberano de Ítaca, navegante esforzado o palabrero simulador, la vida mediocre en la que estamos inmersos se abre de par en par y otra la reemplaza, de proezas y mudanzas inusitadas, de color y violencia, de delicadeza y maravilla, de ternura y pasiones desatadas. Una vida que es la de las peripecias inverosímiles que protagoniza o inventa Odiseo, y que, gracias a su poder de persuasión, resultan ciertas, puesto que, al leerlas u oírlas, las vivimos con él.

El de La Odisea es un mundo de cuentos y de apetitos en libertad. Hombres y mujeres gozan comiendo, bebiendo, danzando, amándose, tanto como oyendo a los aedos o bardos contarles historias verídicas o fabulosas, ayudados con una cítara. En ese mundo no hay una frontera impermeable entre el cuerpo y el espíritu, ambos son el anverso y el reverso de lo humano y, por eso, los seres que han alcanzado a realizarse de manera más cabal, como el héroe del poema, viven sumergidos en ambos, gozan de ambos como si esos dos mundos fueran inseparables, uno solo.

Entre las muchas cosas que ha sido, hay una constante en la cultura occidental: la fascinación por los seres humanos que rompen los límites, que, en vez de acatar las servidumbres de lo posible, se empeñan, contra toda lógica, en buscar lo imposible. El Quijote es uno de los paradigmas de este heroísmo trágico, de ese ideal que, aunque la cruda realidad lo haga añicos, sigue allí, estimulándonos con su ejemplo a seguir intentando alcanzar lo inalcanzable. Tal vez alguien lo logre, alguna vez, como lo logró Odiseo, en los albores de la historia. Y en todo caso, aun cuando aquello fuera una quimera, siempre queda la estratagema del viaje a la ficción -la mentira que se vive de verdad-, donde se pueden infringir todos los límites, porque no hay límites o porque, en ella, un ser mortal y fugaz, como el rey de Ítaca, puede incluso derrotar a los dioses todopoderosos (por ejemplo, los que persiguen a Odiseo, Poseidón y Helios Hiperión).

Este año, como una prueba más de la inagotable fecundidad del poema homérico para generar relecturas y versiones, el Festival de Teatro Clásico, de Mérida, en Extremadura, presenta cuatro espectáculos, muy diferentes uno de otro, pero todos inspirados en La Odisea. El que yo he escrito se llama Odiseo y Penélope, y es una versión minimalista de la historia clásica, que los dos protagonistas cuentan, interpretan y leen, una vez concluida la matanza de los pretendientes y las siervas traidoras, en Ítaca. Ambos personajes se metamorfosean sin cesar, sobre todo Penélope, fieles en esto a una vocación que parece ser la norma en la cultura helena primigenia, donde todos los seres, humanos, dioses y animales, padecen de inestabilidad ontológica y no son nunca lo que son para siempre, sino de manera provisional: todos viven varias vidas, como si fueran personajes y cosas de ficción.

El texto es fiel al espíritu del poema y recrea, en formato menor, los principales episodios del viaje de Odiseo, pero prescinde de la primera parte, el peregrinaje de Telémaco en busca de noticias de su padre, y de las ocurrencias que tienen lugar luego del reencuentro de Odiseo y Penélope. Igual que en un espectáculo anterior, La verdad de las mentiras, pero de manera más orgánica esta vez, he tratado de fundir el antiquísimo arte de los contadores de cuentos, forma primera de la literatura y sin duda del teatro, con la representación dramática y la lectura pública, un quehacer sutil y creativo que la vida moderna tiende tristemente a desaparecer.

También esta vez he contado con dos colaboradores de excepción: el director Joan Ollé y Aitana Sánchez-Gijón, a quienes se han sumado ahora, como escenógrafo, Frederic Amat y, en el diseño de las luces, Lionel Spycher. Una pequeña aventura como ofrenda al primero de nuestros aventureros, un pequeño viaje en honor del gran viajero, un pequeño sueño de amor al gran amador y al mejor soñador de nuestra literatura.

© Mario Vargas Llosa, 2006. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PAÍS, SL, 2006.

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