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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Catástrofe Landis

El positivo de Floyd Landis en el Tour de Francia es una noticia mortal para el ciclismo y para el deporte en general. La incredulidad es el peor enemigo del deporte, el escenario donde el hombre homologa a los campeones con los dioses. De ahí procede la raíz de su nacimiento en la antigua Grecia y ésa es la razón de su popularidad en todas las épocas. El hombre quiere creer en héroes, en campeones que se eleven sobre la media del género humano y nos acerquen a lo imposible. De ese material está hecho el deporte. De mitos. Pero no hay mito que aguante la carga de la trampa.

El daño del fraude escapa al territorio deportivo. No se trata de un asunto administrativo, donde el engaño se castiga con sanciones. Es mucho más que eso. El deporte está relacionado con la respuesta del hombre frente a sus límites. Sólo unos pocos privilegiados están en condiciones de asumir esos desafíos, ante el entusiasmo del humano común. La esencia del deporte es, por tanto, de orden moral. Vulnerar los códigos de confianza supone más que el descrédito del campeón tramposo, o la decepción que produce en los aficionados el deporte manchado por el engaño. El dopaje, es decir, el fraude que permite a algunos sacar ventaja frente a los honestos, no sólo corrompe la competición y defrauda a los aficionados. Es una pésima señal de desaliento para el género humano. Si no se puede creer en la excelencia, si no hay héroes, si el cinismo y la mentira se imponen a la honradez, el daño afecta a toda la sociedad, a sus creencias, a sus valores morales, a sus códigos.

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Por desgraciado que sea su caso, Floyd Landis es el síntoma de la perversión que amenaza al deporte y que está a punto de acabar con el ciclismo. La sucesión de escándalos, sanciones y procesos judiciales no ha servido para que el ciclismo tome conciencia de su degradación. Hay algo de conducta enloquecida en un deporte que se ha convertido en una ciénaga. El descontrol es tan grande que Landis decidió competir contra una máquina: la que mide el nivel de testosterona. Ya no pensaba en engañar a sus rivales. En eso ya no se piensa. Se da por supuesto. Landis consideró que su único adversario era la prueba antidopaje. Y en su delirio creyó que podía vencerla, probablemente porque la cultura del ciclismo y quizá del deporte está construida sobre el engaño. Si otros lo habían logrado, él también podía. No ha sido así. Desde esta perspectiva, la noticia de su descalificación como ganador del Tour puede interpretarse como un éxito. Pero en realidad es un suceso desastroso. Si no hay nada en que creer, el deporte no tiene sentido. Si no hay campeones de verdad, sólo hay espacio para el cinismo y la trampa. No es una mala noticia para los aficionados al deporte. Es una pésima consecuencia para todos.

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