PP: un desencuentro con final incierto
De atenernos únicamente a los gestos y fastos que se producen estos días en el PP valenciano se diría que su bicefalia y crisis de liderazgo se acentúa. Zaplanistas y campistas han escenificado por separado el divorcio y exhibido sus respectivas huestes en el partido. Han aprovechado para ello las habituales cenas de verano, una buena tribuna mediática y oportunidad para recontar los efectivos y enviar mensajes más conminatorios que fraternales al oponente. Mero ceremonial previo a la paz que se concertará necesariamente después del verano para no perder el favor de la grey conservadora, según se opina en medios populares, propensos a creer lo que les conviene.
La plana mayor del zaplanismo y más de 3.000 leales se han reunido en Terra Mítica para dejar constancia de quién manda en esa circunscripción y, de paso, cubrir dos objetivos: uno, proclamar la bondad de los dirigentes alicantinos que comanda el presidente provincial del PP, José Joaquín Ripoll, lo que es tanto como decir que no se han de tocar y menos aún que Valencia puede interferir en la elaboración de las próximas listas autonómicas y municipales de esa provincia. Y segundo objetivo, desagraviar a Eduardo Zaplana como motor que fue de ese parque de atracciones, sumido en tantos apuros financieros y -¿todavía presuntas?- corrupciones si hemos de creer las cuentas de explotación y a la Agencia Tributaria, en espera de cuanto decida el juez anticorrupción. De esto no se habló en la referida velada.
Lo que éste ágape político ha venido a corroborar una vez más es que el zaplanismo sigue bien arraigado en las comarcas del sur valenciano, donde el liderazgo partidario del presidente Francisco Camps no ha fecundado como se esperaba y hoy por hoy se asienta en referentes que no son, precisamente, las joyas de la corona: los alcaldes de Torrevieja, Orihuela y Alicante, por ejemplo, que tanto han animado las crónicas inmobiliarias y judiciales. En otras palabras: que en esas zonas el campismo es precario. No ha de sorprendernos, pues, que haya celebrado en su feudo, en Cullera, su cena veraniega.
Eso sí, han cenado y discurseado sin echarle leña al fuego de la disputa interna. Ni una referencia a la disensión ni a las soflamas que se escucharon en Benidorm reclamando la autonomía de las instancias orgánicas provinciales para alumbrar sus candidaturas. Tal ha sido, después de todo, la actitud permanente de Camps y su reducido entorno áulico: no darse por enterados de la fisura que se prolonga en el partido desde el verano de 2003. Prueba de ello, al decir de los zaplanistas, es que ni una sola vez se ha sentado a hablar acerca de las diferencias y posibles soluciones. Autismo, desdén o convicción -dicen- de estar ungido por el dedo divino para llevar a cabo su plan sin pacto alguno.
Cuál pueda ser el plan no se especifica, pero resulta significativo que se mencione el exterminio, obviamente político, de los zaplanistas. Un desenlace al que se iría abocando lentamente y acerca del cual ya se han disparado las alarmas cuando se airea el riesgo de que se "dilapiden" -o sea, que se excluyan de las futuras candidaturas- los equipos del PP que no son devotos de Camps. Riesgo que se acrecería si desapareciese o encogiera el amparo que todavía significa la relevancia partidaria y liderazgo natural del ex molt honorable y actual portavoz parlamentario del PP.
La solidez de este en el podio popular de Madrid constituye, precisamente, un elemento más de tribulación para su clientela valenciana. ¿Está estabilizado o se cotiza a la baja? ¿Tiene futuro? Hasta es posible que Camps administre sus tiempos y estrategias en función de esta expectativa y, consecuentemente, deje que la situación -digamos que el desencuentro en el seno del partido que preside- se agote, lo que acontecerá en el próximo otoño con la elaboración de las listas. Con Zaplana a la baja puede confeccionarlas a su antojo. Y mientras todo esto acontece, los socialistas especulan acerca del costo electoral que estas desavenencias internas habría de suponerle al Gobierno autonómico. Con algo han de ilusionarse.
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