Relatos políticos veraniegos
A menos de 100 días de las elecciones autonómicas catalanas, los candidatos tratan de aprovechar esta fase de confusión y calentamiento estival generalizado para tratar de dejar bien colocados sus primeros mensajes y empezar así a definir el campo de juego y los espacios de cada cual. Son momentos de tanteo, pero no por ello menos importantes. ¿Quién va a quedarse con la imagen de estabilidad? ¿Cómo aparecer como innovador con relación a lo que no ha funcionado y al mismo tiempo ser capaz de reivindicar lo que de bueno se ha hecho? ¿Cómo ser visto como una nueva alternativa de gobierno cuando uno ha estado gobernando el país más de 20 años? ¿A quién identificaremos con progreso, a quién con igualdad? ¿Hay una sola lectura de la sostenibilidad? ¿Puede uno defender a ultranza la competitividad y al mismo tiempo declararse valedor de la ampliación de las políticas de bienestar y cohesión social? Estamos en plena etapa de construcción de relatos políticos. Unos relatos que sigan manteniendo a los tuyos convencidos de que vale la pena seguir confiando en lo que el candidato y su partido representan, y al mismo tiempo incorporen a nuevos electores atraídos por esa imagen, por esa metáfora, por esa narración que invita a uno a implicarse, a con-sentir.
En la literatura especializada se viene hablando de la creciente importancia de visiones posempiristas en la construcción de las políticas públicas. Y en este sentido se recupera la importancia de los valores en la formulación de políticas, subrayando los aspectos simbólicos y narrativos de la política y de los políticos, que de esta manera construyen los problemas y les buscan soluciones de manera concertada y deliberativa. Sin palabras no podemos tratar de los problemas políticos del país. Y ahí está el asunto, quién se queda con qué palabra que significa o pretende simbolizar tal otra cosa. Cada término lanzado, cada pieza simbólica colocada en la arena política, pretende capturar nuestra imaginación, formatear nuestras percepciones y reducir nuestro natural escepticismo con relación a que las cosas vayan realmente a mejorar. Todo ello acaba, si se hace bien, configurando un relato, una historia, un discurso. Y en ese relato, como es habitual, van apareciendo los buenos y los malos, los héroes y los villanos, los nuestros y los otros. En el escenario político español los discursos están ahora muy asentados. Sobre todo el del Partido Popular, cuyos dirigentes, con disciplina casi castrense, han llevado esa configuración de roles y ese formateo del imaginario político colectivo a extremos caricaturescos. Pero, en cambio, cuando el escenario está tan abierto como lo está ahora en Cataluña y cuando el periodo del que se proviene ha sido tan turbulento como el que hemos vivido, la importancia de la fase de construcción de relatos, de las historias políticas de cada cual, se refuerza. Y una vez más, con la excepción de los populares, los papeles de cada cual están aún relativamente abiertos, y hay temas de la agenda política aún por atribuir.
En estos días estamos asistiendo a los primeros escarceos en ese sentido. Montilla y Mas se disputan el campo del mainstream político, de esa mayoría de catalanes que, aparentemente, buscan estabilidad y confort psíquico después de tanto ajetreo tripartítico. Montilla pugna por aparecer, en sus primeras entrevistas, como alguien situado en el centro del escenario político, con mensajes que dirige a los sectores (recordemos las recientes jornadas económicas de Sitges) que con más escepticismo y desasosiego han vivido los tres años últimos en la política catalana. Y así, se habla de infraestructuras con pasión, se anatemizan los "ecologismos de salón" y se pretende superar una imagen de político muy vinculado a las instituciones y al aparato del partido, con mensajes que no sean intervensionistas o excesivamente regulativos. Artur Mas hurga en la herida de la no fiabilidad de los socios de Montilla y trata de superarle en liberalismo, agitando de nuevo el fantasma de los cheques como vía para democratizar los servicios públicos, apoyándose en la buena imagen de los socialdemócratas del norte europeo, aunque la aplicación de tal medida en un contexto nada nórdico como el nuestro acabaría generando sólo desigualdad. Esquerra Republicana llega con retraso a la cita del mercado simbólico en el que tan eficazmente navegó en la campaña electoral de 2003. Sus preocupaciones se centran ahora en afianzar liderazgos, en coser desgarros y en recuperar fiabilidad, cuando precisamente consiguió grandes avances con su atrevimiento y sus formas poco convencionales. La gente de Iniciativa cuenta con el legado que le puede dar su consistencia interna, su buen comportamiento como socio de gobierno, pero necesita reforzar su perfil diferenciado superando la imagen que quieren endosarles de Pepito Grillo periférico.
En esa feria de discursos e imaginarios, seguramente una de las piezas estelares será el tema del crecimiento, del desarrollo que impulsar en el país. El mensaje que llega desde emisores muy potentes es: "Cataluña puede perder el tren del progreso. Se necesitan infraestructuras potentes. No podemos permitir la parálisis del país". En el otro lado se advierte que, si no se avanza con cuidado, los daños pueden ser irreversibles, e invitan a mirar lo que ocurre más al sur, en Valencia o Murcia. Los que quieren progreso, contra los que defienden que ese progreso no puede ser a cualquier precio. Probablemente ése va a ser, junto con la vivienda y la precariedad, uno de los ejes centrales ante los que todos deberán tomar posiciones, ya que tiene la ventaja de ser un tema que sintetiza muchos otros. Y en esa área temática, el debate energético será, a su vez, un punto especialmente caliente. La política se expresa en palabras, pero no termina en ellas. Antes de las palabras, hay valores. Y siempre, antes y después de las palabras, hay hechos y conductas más menos consistentes con los mensajes que se lanzan. Una vez más, los ciudadanos deberán separar palabras y conductas, mensajes y trayectorias. Necesitamos relatos que nos señalen caminos, pero sobre todo necesitamos relatos que no acaben siendo pura retórica.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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