La memoria histórica
La reiterada resistencia de los líderes del Partido Popular a condenar la dictadura franquista utilizando extrañas y burdas maniobras hace difícil evaluar serenamente las aportaciones, desde la experiencia directa o desde la investigación histórica, a la información y a la reflexión en un contexto que se aparte de las divisiones maniqueas entre el bien y el mal absolutos. Esta preocupación me ha asaltado cuando, en el inicio de las semanas veraniegas y ante la perspectiva de las vacaciones, me he propuesto comentar, con voluntad de recomendación, la lectura de un libro del historiador Josep Termes sobre los hechos de La Fatarella de enero de 1937, Misèria contra pobresa. Un comentario que por mucho que quiera no puedo sustraer ni de la actitud beligerante del Partido Popular, ni del hecho de estar flanqueado por las diversas disposiciones institucionales a favor de la recuperación de la memoria histórica, que van desde el artículo 54.1 del recién aprobado Estatut, pasando por la declaración del Congreso de Diputados que ha declarado este año 2006 como Año de la Memoria Histórica, la presentación en el Parlament del proyecto de ley del Memorial Democrático, o la declaración del presidente del Parlamento Europeo. Todo esto sin olvidar la declaración del Gobierno de la Generalitat con motivo del 70 aniversario del golpe de Estado franquista y el inicio de la Guerra Civil.
En este panorama, con múltiples iniciativas, decenas de comentarios y una gran variedad de ofertas editoriales, a mi entender el libro de Josep Termes resulta no sólo interesante sino también aleccionador como "trabajo de microhistoria", según lo califica el propio autor. El libro analiza el conflicto generado en La Fatarella, pequeño pueblo de la Terra Alta, por el intento de colectivización forzada de la tierra, en el que murieron cerca de 40 personas, en su inmensa mayoría payeses de la zona.
Hay que decir, primero, que la relativa proximidad de los hechos que sucedieron en el marco de la segunda República, los que generaron el golpe de Estado militar, la posterior guerra civil y la brutal represión emprendida por los vencedores, obliga a ser prudentes y a aceptar que no hay una sola memoria histórica, sino memorias históricas, y que tanto los componentes éticos y políticos como las disposiciones institucionales recientes no sólo son legítimos sino oportunos. Pero la toma en consideración de las diversas memorias como patrimonio colectivo no puede en ningún caso obviar varias cuestiones que aparecen nítidamente como incuestionables. La primera es que la segunda República fue un régimen democráticamente legítimo; la segunda, que el golpe militar fue una brutal agresión a un Gobierno y a unas instituciones que eran fruto de la voluntad popular; la tercera, que la guerra civil que generó la agresión armada abrió un periodo en el que el desorden y la violencia alcanzaron en algunos momentos cotas dramáticas en ambas partes de la contienda, y la cuarta, que la victoria franquista se acompañó de la instauración de una despiadada represión, que decapitó, con la muerte, la cárcel o el exilio, toda una generación política, sindical y cultural. Si bien es cierto que no vale una lectura parcial del pasado, tampoco es lícito confundir la transición con el adanismo y la Constitución como su certificado de garantía, es decir como si el pasado no existiera y la Constitución avalara ese silencio.
La transición no tiene lados oscuros, como algunos han afirmado considerando como olvido la generosa e inteligente actitud de las víctimas, que obedecía a una necesidad de la sociedad sobre la que gravitaba aún la sombra de los horrores generados por el levantamiento franquista y el deseo de que la recuperación de las libertades democráticas no comportase nuevas violencias. Josep Termes en su libro nos recuerda, referido a La Fatarella, "que los avatares de la revolución y la guerra aún hoy planean sobre los espíritus", a lo que se puede añadir que, políticamente conscientes de esta realidad, el PCE y PSUC ya habían preconizado desde el año 1956, no sin dificultades, su política de reconciliación nacional. Pero esto no contradice que, con serenidad y prudencia, contribuyamos todos a recuperar las memorias históricas, y que institucionalmente se tienda a facilitarlo, al tiempo que se tomen medidas orientadas a la posible reparación material de las consecuencias negativas que el drama histórico ha generado.
Misèria contra pobresa es una valiosa aportación a la memoria histórica, escrita con el rigor que caracteriza a Josep Termes y, a la vez, sin que los datos objetivos que ofrece ahoguen el compromiso humano de quien ha pisado la tierra, ha jugado entre los arbustos y ha percibido el olor a pólvora quemada, en el mismo escenario que describe. A lo largo de su narración histórica, nos deja el grato sabor que caracteriza a quien en su trasfondo cultural asienta sus raíces en el catalanismo popular.
Los hechos de La Fatarella de enero del 1937, un pueblo de unos 1.400 habitantes, expresaron con su dramatismo una problemática mucho más general. Con este libro se nos ofrece una base para la comprensión de las diversas y complejas problemáticas que vivió y sufrió Cataluña durante la Guerra Civil, pero también, cuanto menos para mí, contiene una sutil invitación a considerar que aún en los casos en que se cree tener la razón es útil introducir siempre una reflexión autocrítica.
En cualquier caso, el libro merece una atenta lectura porque nos acerca al conocimiento de unos hechos que, lejos de la frialdad con que se pueden contemplar los análisis históricos de acontecimientos remotos, hoy todavía forman parte de nuestras vivencias personales o de las de nuestros familiares más próximos.
Antoni Gutiérrez Díaz es ex vicepresidente del Parlamento Europeo.
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