Ariadna Pujol retrata el efecto de la inmigración en un pueblo de Teruel
La directora dedicó cuatro años a realizar el documental 'Aguaviva'
Cuando hace unos cinco años a Ariadna Pujol (Barcelona, 1977) le propusieron dirigir un documental sobre la transformación de un pequeño pueblo de la provincia de Teruel, Aguaviva, por la llegada de decenas de inmigrantes que habían respondido a la llamada del alcalde para detener la pertinaz despoblación, esta joven licenciada en cine no tenía ni idea de hasta qué punto la experiencia le iba a cambiar la vida. Durante los cuatro años siguientes viajó frecuentemente a Aguaviva, conversó con su gente, entró en sus casas y compartió su intimidad. Tanto que, como ella misma dice, acabó haciéndose "invisible". Esta invisibilidad le permitió, a través de su cámara, "reflejar la cotidianidad" de los vecinos -los nacidos allí y los recién llegados- y, sobre todo, descubrir que las cosas no eran como las había imaginado al iniciar el proyecto.
"Cuando filmas un material tan delicado, sientes que absorbes a los personajes"
"Mi intención era retratar la convivencia entre la gente del pueblo y los inmigrantes, pero enseguida comprobé que no iba a ser posible, sencillamente porque la relación entre esos dos mundos no se producía de forma fluida ni espontánea", explica la documentalista. Tan pronto como se dio cuenta de ello, Ariadna Pujol optó por filmar el paso del tiempo y, en definitiva, la vida en el pueblo. Así que rodó "detalles del día a día" que le dieran "pistas" para componer el mosaico de historias y emociones que ha acabado siendo Aguaviva.
El documental pone al descubierto, con sutileza pero también con contundencia, la sima abierta entre los aguavivanos y "los forasteros". "Comparten un espacio común y, sin embargo, no hay integración", comenta la directora, formada, al igual que Isaki Lacuesta y Mercedes Álvarez, en la fértil escuela del máster de documental de creación de la Universidad Pompeu Fabra. Al final, Ariadna Pujol ha terminado hablando en el documental no sólo de la inmigración y de sus efectos en un entorno rural, sino de otros asuntos que se le colaron por el objetivo: la vejez, la soledad, la incomunicación, el desarraigo... "Aguaviva ha recibido un gran regalo: la realidad".
Si algo ha preocupado a la cineasta en el proceso de montaje del ingente material rodado ha sido "no traicionar" a los protagonistas. "Cuando tienes entre manos un material tan delicado, sientes que estás absorbiendo a los personajes, a los que te une un vínculo emocional, y te surge la duda moral de cómo presentarlo para no resultar ni impúdica ni complaciente". Un dilema que está convencida de haber sabido resolver.
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