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El Consejo Ejecutivo de Euskadi se declaró neutral

Entre las decenas de 18 de julio que tuvieron lugar aquel 18 de julio, el País Vasco y Navarra concentraron la mayor variedad posible, desde el aplastante triunfo de la rebelión en Pamplona hasta su completa ausencia en Vizcaya, pasando por Guipúzcoa, donde partidos y sindicatos obreros se encargaron de la resistencia. Tan católicos los nacionalistas como los carlistas, más bregados en el manejo de las armas los segundos que los primeros, la línea divisoria vendrá trazada no por la religión, tampoco por la clase social, sino por la promesa de lo que habría de ocurrir con el Estatuto de Autonomía, pendiente de promulgar.

De ahí las dudas y vacilaciones de las primeras horas. El Consejo Ejecutivo de Euskadi, reunido en San Sebastián el mismo 18 de julio, se sitúa a la expectativa y se declara neutral en un conflicto que afecta sólo a los españoles. En Vizcaya, sin embargo, el comité del PNV considera que la lucha está planteada ente ciudadanía y fascismo y se pronuncia por la democracia y la República, una resolución que finalmente arrastra también a los guipuzcoanos que el día 20 declaran también su apoyo a la República.

En Álava y, con mayor intensidad en Navarra, los acontecimientos discurren por otros derroteros. Si a algún momento conviene la definición de la rebelión militar como plebiscito armado -defini-ción que los obispos consagrarán en su carta colectiva de julio de 1937- es al 18 de julio en Pamplona. Las noticias de la rebelión pusieron en marcha una movilización popular que llevó a la capital de Navarra a miles de voluntarios encuadrados en la Comunión Tradicionalista. Fue, en verdad, la única manifestación de apoyo y calor popular recibida por los militares insurrectos, en la que se mezclaba la defensa de la tradición, la religión y los fueros y que aseguró a Mola su más leal base de operaciones.

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