"Me giré y vi a Jorge en medio de las llamas"
"Claro que quiero volver a Afganistán". A Sonia se le escapa un suspiro de resignación, y su marido, el cabo primero de la Brigada Paracaidista José Alberto Murias Pillado, continúa: "A mi mujer no le hace mucha gracia, pero yo tengo que regresar. Parte de mi pelotón sigue allí". Sonia interviene de nuevo, ahora con palabras: "Otro se lo pensaría dos veces después de lo que pasó, pero él no; él está seguro de que tiene que estar allí. Le hemos intentado convencer para que se meta en la Guardia Civil, como su hermano mayor, pero no hay manera".
Lo que pasó es que José Alberto, natural de Avilés, de 31 años, está ingresado en el hospital militar Gómez Ulla de Madrid con quemaduras de segundo grado en las manos porque el pasado sábado no dudó en meterlas en el fuego para rescatar a un compañero, el soldado español de origen peruano Jorge Arnaldo, de 26 años. La insurgencia talibán había colocado una mina en el camino de regreso de las tropas españolas a la base de Farah, al oeste de Afganistán y bajo control de EE UU. La presión de la rueda trasera del vehículo en el que viajaba el pelotón del cabo primero Murias activó el mecanismo. La mina alcanzó de lleno al soldado Arnaldo y lo mató.
"Le tomé el pulso. Estaba vivo, pero inconsciente. Le dije que iba a salir de ésta"
"Nuestro sitio está en la misión. Un caballo entrenado para saltar tiene que ir a competir"
"No pensé nada. No te da tiempo a pensar. Tampoco oía nada más que el zumbido insistente de la explosión. Me giré y le vi sentado en medio de las llamas. Yo iba de copiloto. Tardé un poco en abrir la puerta del vehículo porque estaba atascada, pero lo conseguí y fui a rescatarlo. Le tiré del hombro derecho y me empecé a quemar las manos. El cabo Rubén Sánchez vino a ayudarme y lo sacamos. Pensaba que estaba vivo, pero lo hubiera sacado igualmente si estuviera muerto. Le tomé el pulso. Estaba vivo pero inconsciente. Le animé, le dije que iba a salir de ésta".
Aquella mañana se habían despertado a las siete -"tuvimos suerte, otros días hay que madrugar más"- para dirigirse a Bakua, a 63 kilómetros de Farah. Iban a visitar un hospital y a entrevistarse con el gobernador y el jefe de la policía locales "para preguntarles qué necesitaban". Desayunaron fuerte: huevos fritos con beicon y café y salieron 33 efectivos en nueve Vamtac (Vehículo de Alta Movilidad Táctica). Como es habitual, durante el camino varios niños se acercaron a pedirles agua y comida -"no hablamos el mismo idioma, pero con un niño te entiendes enseguida"- y vieron varias vespas con dos, tres, cuatro ocupantes y hasta dos ocupantes y una cría de camello. Nada fuera de lo normal. Nada que indicara riesgo o peligro.
"Tuve mi primera sensación de peligro en Afganistán cuando oí la explosión. Me daba más miedo saltar en paracaídas que estar allí", asegura José Alberto. A las 18.30, una fuerte detonación alcanzó al primer vehículo del convoy español. El pelotón del cabo primero Murias había salido de la base en la retaguardia, de últimos, pero un cambio de sentido en el camino les había colocado en la cabeza del convoy. Con él viajaban el cabo Rubén Sánchez y los soldados Felipe Macías, Javier Rubio y Jorge Arnaldo. Llevaban apenas un mes en Afganistán y aquella era la primera misión para todos, excepto para José Alberto, que ya había estado en Bosnia y en Kosovo. "Estábamos muy ilusionados. Era la primera misión para todo el pelotón y se notaban las ganas de trabajar. Nos preparamos para eso. Un caballo entrenado para saltar tiene que ir a competir", explica José Alberto.
El coche había quedado destrozado. Hacía muchísimo calor, cerca de 50 grados, y tenían que esperar a que llegase el helicóptero de rescate desde la base española de Herat. "Al resto de mis hombres les había alcanzado la onda expansiva. Les llevé a un nido de heridos, es decir, a unos 600 metros del lugar del ataque, para que estuvieran seguros. A Jorge no lo podíamos mover porque tenía demasiadas heridas. Sentíamos rabia e impotencia y estábamos muy nerviosos. Intenté tranquilizar a mis hombres. Nos animábamos, nos decíamos que Jorge iba a salir adelante".
José Alberto le recuerda como un hombre muy trabajador. Serio, pero nunca puso una mala cara. "Podías contar con él para todo. Era un chaval muy callado pero muy bueno en su trabajo. Le gustaba lo que hacía. Creo que estaba muy contento de estar en su primera misión".
Murió en el helicóptero durante el trayecto al hospital de la base de Herat. "No sé cuando dejó de respirar. Me lo temía, pero los médicos no nos quisieron decir que había fallecido. Tampoco cuando pregunté por él mientras nos curaban las heridas a los cuatro a la vez, y faltaba él. El médico dijo que ya nos informaría nuestro mando".
José Alberto llamó entonces a su mujer. "Hablamos sólo cinco minutos, y además la comunicación iba y venía. Él estaba un poco aturdido por los medicamentos. Me aseguró que estaba bien y que no tenía nada grave. Lo segundo que me dijo fue si sabía algo de su compañero. Yo no sabía nada, claro, porque aquí todavía no había llegado la noticia", explica Sonia.
No dejó de preguntar por Jorge hasta que le confirmaron que había muerto. En la base de Herat le dedicaron una misa a las siete de la mañana, antes de subir al avión que les traía a casa. Los cuatro soldados heridos y el féretro con el cadáver de Jorge Arnaldo volvieron juntos a España en un viaje larguísimo, mucho más que el de ida. Aterrizaron en la base de Torrejón el lunes. Apenas habían hablado durante el viaje.
Andrés se enfadó mucho porque no le dejaron ir a recibir al cabo primero Murias, su padre, a Torrejón. "Tiene cuatro años y no queríamos que se asustase", recuerda Sonia. "Se lo tomó fatal". Elora, su hermana, de 18 meses, miró y tocó varias veces la cara de su padre hasta comprobar que efectivamente era él. Las manos de José Alberto se llevaron la peor parte -acaban de realizarle un injerto de piel-, pero también sufrió quemaduras en el rostro.
No pudo ir al funeral porque estaba en el hospital, recuperándose. "Tengo el teléfono de Vilma -la viuda de Jorge- y la quiero llamar; voy a esperar un poco. Quiero animar a las familias de los soldados que están en esta misión. La vida militar es muy dura, sobre todo estar lejos de los tuyos, pero también tiene muchas satisfacciones: darle una ración de comida a un niño que tiene hambre, que tus chavales hagan bien las cosas. Jorge hacía bien su trabajo. Son mis hombres y yo quiero volver. Que me esperen".
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