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La cumbre del G-8

Putin busca una nueva imagen para Rusia

El líder del Kremlin aprovechará la reunión para mostrar un país libre de influencias extranjeras

Pilar Bonet

Vladímir Putin aprovechará sus citas internacionales en San Petersburgo esta semana para presentar al mundo una nueva imagen de Rusia como Estado seguro de sus fuerzas, inmune a las influencias extranjeras y poseedor de codiciadas riquezas. La visión del presidente, al margen de que refleje el país real, encierra una clara advertencia: la Rusia de ahora ya no es la de Borís Yeltsin -un país débil, saqueado por los oligarcas, mendigo de préstamos y ciego seguidor de los consejos de Occidente- y está resuelta a defender sus intereses, pese a quien pese.

Putin no predica la autarquía, sino una integración entre los líderes del mundo global. En entrevistas a televisiones de países del G-8 ha exhortado a superar los estereotipos de la guerra fría y ha abogado por la "interdependencia mutua" entendida como elemento de "estabilidad". El criterio de "confianza", sin embargo, le es ajeno. "Yo no confío en nadie excepto en mí mismo", ha dicho. Putin respondía así a una pregunta sobre su actitud hacia el dirigente norcoreano, Kim Jong Il, cuyos misiles han caído en las cercanías de Rusia, pero sus palabras muestran la vigencia de su formación en los servicios de seguridad del Estado.

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El líder del Kremlin cree gozar de una enorme ventaja respecto a los otros miembros del club de los Estados más desarrollados. "La Federación Rusa tiene unas reservas probadas de petróleo y gas cuatro veces superiores que el resto de los países del G-8 juntos", dijo a la cadena de televisión NBC.

Putin ha reiterado su convicción de poseer un tesoro llamado materias primas con diferentes metáforas, entre ellas, un collar de perlas y un niño con un caramelo. El caramelo (el acceso a los recursos y a la infraestructura de transportes) es codiciado por otros niños y, antes de entregarlo, el pequeño afortunado quiere saber qué recibirá a cambio, según dijo el presidente el pasado mayo tras la cumbre con la UE en Sochi. En San Petersburgo, las metáforas se traducirán en discusiones sobre la "seguridad energética" que Rusia entiende también como seguridad para el suministrador, acceso a los mercados y participación en las infraestructuras energéticas occidentales.

En el capítulo de energía que abordarán el presidente de EE UU, George W. Bush, y Putin figura también la cooperación en el ámbito nuclear. Rusia y EE UU han preparado un acuerdo sobre la utilización pacífica del átomo, que abre el camino a una amplia colaboración internacional en el mercado de uranio. Los ecologistas rusos temen que Rusia pueda convertirse a cambio en un basurero de residuos radiactivos de todo el mundo.

El programa nuclear de Irán y los lanzamientos de misiles en Corea del Norte, así como el deterioro de la situación en Oriente Próximo, dominan el temario internacional. Como miembro permanente del Consejo de Seguridad, Rusia aúna sus esfuerzos a los de otros países para resolver estos problemas, pero tiene su propio enfoque, que se ha caracterizado por tratar de asumir posiciones matizadas y a ser posible hacer de mediador.

Según el comentarista militar Alexandr Golts, el Kremlin está a menudo más empeñado en mantener las apariencias y los mitos que en solucionar los problemas reales. Según él, Rusia se empeña en forjar relaciones especiales con dictadores con el fin de intentar desempeñar después el papel de mediador con Occidente. El comentarista opina que Moscú se gasta el dinero en "mágicos misiles" que penetran cualquier escudo, pero no está defendida de sus vecinos en el Oriente Lejano, como Corea del Norte, que tiene plutonio de producción soviética capaz de contaminar el litoral del Oriente Lejano ruso.

"Putin quiere acuñar una imagen de Rusia soberana con la que hay que contar, que se relaciona con otros países en términos de igualdad y que no deja que le impongan otros puntos de vista", subrayaba el politólogo Dmitri Trenin, subdirector del centro Carnegie de Moscú.

En San Petersburgo, Putin espera el reconocimiento de la nueva Rusia que él representa y también comprensión de sus intereses en el espacio post-soviético, venta y tránsito de energía incluidos, señala el analista.

En vísperas de San Petersburgo, Putin ha dejado claro que no está dispuesto a aguantar sermones extranjeros sobre la democratización en Rusia. El presidente ha comparado este tipo de discurso con el de las potencias coloniales que trataban de civilizar África o Asia.

Es más, el discurso democratizador le parece una injerencia "intolerable" en los asuntos de Rusia. Por eso, ha acusado a los representantes occidentales que esta semana han acudido a un foro de oposición llamado La Otra Rusia, de intentar influir en la correlación interna de fuerzas en el país.

En mayo, el vicepresidente norteamericano, Dick Cheney, acusó al Kremlin de emplear los recursos energéticos como instrumento de intimidación. Sus palabras han sido calificadas como "un desafortunado tiro de caza" por Putin, que ha ironizado sobre el percance sufrido por el vicepresidente, al herir a un amigo durante una batida.

El presidente ruso, Vladímir Putin, en una entrevista televisiva.
El presidente ruso, Vladímir Putin, en una entrevista televisiva.REUTERS

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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