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Columna
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2056

La burbuja inmobiliaria no explota pero los jóvenes sí. Hace 10 días cientos de chavales de varias ciudades de España salieron a la calle para protestar, para seguir protestando por la imposibilidad de irse de casa, de emprender una vida propia, de convertirse en ciudadanos independientes con su nombre en el buzón. Este drama no es nuevo pero eso no significa que haya cesado, que los afectados abandonen sus reivindicaciones o que los periodistas dejemos de secundar su grito.

Los escándalos de corrupción de Marbella y de otras partes del litoral español, las sospechas de que la mafia del ladrillo opera en todas partes, Madrid incluido, han exacerbado aún más los maltrechos nervios de los miles de jóvenes que no pueden afrontar una hipoteca o que se han encadenado a una a costa de invertir más de la mitad de su sueldo hasta el fin de sus días. El año pasado la caja vizcaína BBK ofreció la primera hipoteca a 50 años a los menores de 35. BBVA, La Caixa, Banco Santander, Caja Madrid y Caixa Catalunya atan hasta que seas septuagenario (dan 40 años de plazo). Durante el próximo medio siglo los tipos de interés, si no suben hasta ahogar financieramente a las parejas hipotecadas (porque, por su puesto, es prácticamente inasumible comprar una casa con un solo sueldo) supondrán un 30% del precio de la vivienda.

La camada de españoles mejor preparada de la historia desempeña trabajos tediosos y mal pagados

Las setecientas personas que conformaron la sexta protesta en Madrid organizada por la Asamblea contra la Precariedad y por la Vivienda Digna comprueban cada día cómo en la capital no cesan de brotar los pisos, muchos de los cuales permanecerán vacíos como parte de un macabro juego especulador. En España hay más de dos millones de casas vacías. Pero la ira de los jóvenes que continúan acostándose con sus parejas en los coches o en los parques, que invierten sus tardes de fin de semana en deambular de café en café porque no disponen de un rincón donde ver la tele ni prepararse unos espaguetis no es sólo contra los políticos, sino contra toda una generación creadora de un panorama descorazonador.

La camada de españoles mejor preparada de la historia desempeña trabajos tediosos y mal pagados para los que está sobrecualificada. Los mileuristas viven frustrados por la sociedad que han conformado sus mayores: los políticos ineptos, los directivos explotadores, los mafiosos hombres del negocio inmobiliario. En Francia los jóvenes más desfavorecidos e irritados ya han salido a la calle a quemar coches. En Madrid, de momento, el mayor acto de rebeldía consiste en tomar un cine vacío y, tras una semana de negociación con la Delegación del Gobierno, devolver las llaves diciendo: "Nos vemos en las calles". Para un adulto de 30 años no sólo es operativamente desesperante carecer de un espacio propio, sino que resulta demoledor para su autoestima, le sume en una desazonadora sensación de desfalco vital al comprobar que las expectativas profesionales e inmobiliarias (de lo más modestas éstas últimas) se han malogrado.

Antes de debatir sobre autodeterminaciones, sentimientos nacionalistas o competencias autonómicas, antes de cuestionar la reforma de la Constitución, los políticos deberían velar por el cumplimiento de sus puntos más importantes, al menos de esos que tratan sobre los derechos fundamentales de los españoles. El 47 habla de una vivienda digna.

Muchos jóvenes se encuentran desamparados, tratados con torpeza y condescendencia por sus gobernantes, creadores de la sarcástica www.kelifinder.com (la respuesta juvenil han sido las contrapáginas: www.antikelifinder.com, http://viviendadigna.org, www.contralaespeculacion.org y www.panolifinder.com) e incluso por algunos padres quejosos del aburguesamiento y la apatía de sus hijos, licenciados y aún vaciando la nevera ajena. ¿Quién sale de verdad en su ayuda? La gran paradoja es que son los propios bancos quienes pretenden ser sus cómplices, ese amigo que no sólo escucha y atiende personalizadamente cada problema, sino que es capaz de obrar el milagro financiero. En el interior del establecimiento, sentada ante el director de la sucursal, la pareja de treintañeros firma su deuda hasta 2056 consciente de que, de la misma manera que ellos culpan a la generación anterior de su lacra, sus propios hijos les maldecirán cuando hereden la hipoteca.

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