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La confesión y la confusión

"Padre, me acuso de que he matado". "¡Vaya, vaya, hijo mío!, ¿Cuántas veces?". Este dialogo sarcástico, esta ironía mordaz y tremenda, circulaba por los ambientes protestantes de Irlanda del Norte en los días -mejor en los años- de sangre y horror, de los enfrentamientos constantes entre las dos comunidades. Lo que se pretendía era ridiculizar a los católicos del IRA, cuyo recurso práctico e inmediato tras un asesinato era la confesión. Rezar la penitencia, y a por el siguiente.

Ciertamente, en nuestro País Vasco no ha sido exactamente así. ¿Pero qué quiere decir ETA en su último comunicado del 21 de junio cuando asegura que es "la expresión organizada de la dignidad y el compromiso de miles de hombres y mujeres que generación tras generación han luchado y luchamos, con las armas en la mano para que el Estado Español abandone su posición de fuerza y reconozca a nuestro pueblo sus derechos nacionales". Pues lo de siempre, que como mata (armas en la mano) en nombre de un mítico y sagrado conflicto político, los asesinados son físicos, pero sus asesinatos metafísicos. Y que existe un sistema de penitencia que consiste en confesarse con el "pueblo vasco", que le absuelve del asunto, y a seguir. También algunos clérigos han facilitado la labor.

El discurso es igual que hace treinta años, pero la situación no es la misma. La explosión -quizá ésta sea la expresión más adecuada- del terrorismo islámico en Madrid, el 11 de marzo de 2004, con 191 muertos y más de 1.500 heridos, nos dejó casi sin sentido a los españoles. Incluidos los vascos, pues nuestro presidente, el señor Ibarretxe, dijo a las 9.30 de ese día y por ETB que había sido ETA. A pesar de tener a su disposición un cuerpo de policía y un Departamento de Interior. La ineludible necesidad de la expresión del "nosotros no hemos sido" es una de las causas que han llevado a ETA a parar sus atentados en los últimos tres años.

¿Y ahora? ¿Se van a seguir incorporando "las nuevas generaciones con las armas en la mano"? Es verdaderamente difícil vivir de las bravatas, la explotación mafiosa y el desprecio por la vida durante 30 años y reconocer acto seguido que van a ser respetuosos con el Estado de derecho. Porque todavía afirma el comunicado que nosotros, los amenazados por la banda "alimentamos la injusticia, el odio y la venganza, apostando por la represión y el enfrentamiento".

Ante esta expresión caótica, cruel, falsa, contumaz y psiquiátrica, qué se puede hacer. Pues yo creo que pensar que sólo es posible esperar y convencer: con la justicia, las leyes, la policía y la colaboración internacional. Es decir, lo que hay. Lo ha dicho claramente el ministro del Interior: las resoluciones del Parlamento español y el Estado de derecho. Todo lo demás es la confusión.

¿Vamos a ser todos lo mismo partiendo de la confusa situación actual, en la que hay buenos y malos, víctimas y asesinos, abertzales y txakurras de una parte y de otra? Da la impresión de que el mundo nacionalista radical tiende a aligerar la memoria colectiva con un discurso que viene a decir que aquí no ha pasado nada. "Bueno, ha habido enfrentamientos, y hasta muertos, pero....... ¡por las dos partes!". Esto es la confusión. Y ante esta pretensión hay que decir que no, que esto no ha sido así. Unos apostamos por las instituciones, la autonomía y el Estatuto, y otros por las armas, los asesinatos, la extorsión y su liberación nacional basada en supuestos totalitarios y étnicos: a los que sobran ya nos los iremos liquidando. No, no va a haber confusión. En un Estado de derecho, asentado en una democracia estable, no hay amnistía y la victoria sólo cabe conseguirla en las urnas, siguiendo las reglas del juego.

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Por lo tanto, no puede haber confusión, el camino está trazado. Y la única confesión válida es la que va a compañada de propósito de enmienda; sin ella no existe el perdón. La trayectoria es larga y, como va a durar mucho tiempo, recomiendo a los partidarios de la confesión y la anexión de Navarra la lectura del Manual de confesores y penitentes, publicada en 1552 y cuyo autor es precisamente el Doctor Navarro, Martín de Azpilicueta, que explicó este asunto hace cinco siglos. Aunque los malvados, como nos recuerda irónicamente, José Ramón Recalde en sus memorias, no suelen leer.

Augusto Borderas es médico y miembro del patronato de la Fundación Fernando Buesa Blanco.

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