El arte del malentendido
Desde comunicar erróneamente algo hasta interpretar libremente lo dicho o escrito. Se produce al introducir un elemento de distorsión entre el emisor y el receptor de un mensaje, sin descontar la posible mala fe o incompetencia de alguno de ellos, o de ambos. Nadie permanece a salvo de sufrir un malentendido
¿Quién no ha sido protagonista o víctima de un malentendido alguna vez? El otro día estuve esperando a una persona durante más de un hora, tras quedar en un local de Barcelona. Ninguno pensó que en la ciudad había dos centros con la misma enseña. Lo más increíble es que, hablando desde el móvil, los dos afirmábamos estar en el sitio convenido y dábamos vueltas y más vueltas indicando al otro columnas y escaparates como puntos de referencia. Tardamos quince minutos y cuatro llamadas más en percatarnos del malentendido.
¿Quién no se ha encontrado alguna vez sin mesa en el restaurante por un malentendido en la reserva? ¿Quién no ha visto su encargo duplicado o triplicado por un malentendido en el pedido?
Los malentendidos desembocan siempre en situaciones desagradables donde todos pierden. El malentendido es un curioso fenómeno que tiene su origen en las disfunciones propias del acto de comunicarse. Etimológicamente, "malentendido" proviene de la fusión del adjetivo "mal" y el verbo "entender" (entender mal). Esta definición atribuye la responsabilidad del malentendido al receptor del mensaje. Pero esto no es siempre así, pues en muchas ocasiones es el emisor quien lo propicia todo.
Pero, ¿dónde empieza el malentendido? A priori, se supone que una persona que comunica algo a otra quiere que el mensaje le llegue con toda claridad.
Un malentendido se produce cuando se ha introducido un factor de distorsión en el acto de comunicación que provoca que el mensaje se tergiverse, confunda o altere lo suficiente para provocar que el receptor entienda "B" cuando el emisor le decía "A".
En general, el término "malentendido" va exento de un sujeto. Decimos: "Ha habido un malentendido". De este modo asumimos que nadie quería que el malentendido se produjese, sino que se ha producido por causas ajenas a todos. La frase "ha habido un malentendido" es una especie de indulto para los que han provocado una situación incómoda y libera a todos de la responsabilidad de lo sucedido. El factor de distorsión ha sido ajeno a nuestras voluntades. Sin embargo, igual que Freud utilizó los pequeños lapsus del inconsciente para demostrar que el origen de ciertas lagunas involuntarias estaba en conflictos psicológicos del individuo, haciendo una analogía, podríamos afirmar que ningún malentendido es del todo involuntario.
Perdón imposible. Ilustremos esto. El malentendido más conocido es el que dio título a un libro de gramática (sobre puntuación) de José Antonio Millán, Perdón imposible. Cuentan que a falta de unos minutos para la ejecución de un reo en la silla eléctrica, se detuvo al verdadero culpable. Se envió un telegrama a toda velocidad para detener la inminente ejecución. El juez dictó: "Indulto. Imposible ejecución inmediata". Pero el patán que redactó el telegrama, ignorante de las más elementales reglas de puntuación, escribió: "Indulto imposible. Ejecución inmediata". Ese pequeño punto, movido de lugar, constituyó un malentendido que supuso la vida al inocente. Esta historia es de ficción, pero analicémosla. ¿Se trata de un malentendido? No. Se trata de una incompetencia. Muchos malentendidos no son involuntarios, sino que son producto de la voluntad del incompetente, fruto de asignar a personas funciones y responsabilidades para las que no están preparados. Muchos de los supuestos malentendidos de la historia han provocado desde accidentes de aviación hasta hundimientos de barco. Errores militares que supusieron miles de vidas han sido históricamente atribuidos a malentendidos de las órdenes recibidas.
Involuntario o no. Explicaré un caso absolutamente verídico que me sucedió hace cuatro años. Una persona de mi vecindario me explicaba cómo había intervenido en la venta de un terreno. Al actuar él como intermediario, puso de acuerdo a dos vecinos que estaban enfrentados desde hacía tiempo. "Que conste que he hecho esto a cambio de nada, ¿eh? No he cobrado ni un duro".
Y yo, para refrendar su honradez, voy y le digo: "Lo conozco a usted desde hace tiempo y sé que se queda al margen de estas operaciones". Esto, que escrito no da lugar a malentendido alguno, pronunciado o escuchado, suena así: "sekedalmargendestasoperaciones". ¡Se queda el margen de estas operaciones!". Me he enterado ahora del porqué este vecino estuvo cuatro años sin dirigirme la palabra.
¿Estamos ahora ante un malentendido involuntario? Porque aquí no ha habido incompetencia. O yo pronuncié mal y me comí las vocales, o mi vecino rellenó con su inconsciente (lleno de culpabilidad) mi frase y sustituyó la "a" por una "e". Él creyó haber escuchado bien y yo creí haber pronunciado bien. Pues no. Aun así, creo que este malentendido, ejemplo de tantos otros que se producen a diario, tiene su origen en una voluntad latente e inconsciente de provocar una situación determinada.
Yo podía haber buscado una frase con un "no": "Usted no se enriquece con estas operaciones". Pero mi inconsciente me llevó a utilizar un "Usted se queda " que predispuso a mi interlocutor a rellenar la frase, de modo que se confirmase su miedo a ser considerado un aprovechado ante el vecindario. Es duro reconocerlo. Pero este malentendido tiene más factores de distorsión voluntarios de lo que parece. Probablemente, yo no tenía en demasiada estima al vecino y, por su lado, él se sabía en sospecha.
De doble vía. Tanto los que "malexplican" como los que "malentienden" sazonan sus frases y decodifican mensajes con la realidad que desean crear y no existe. Aunque parezca mentira, la disfunción puede hallarse tanto en el emisor como en el receptor.
Y es que, igual que tras un lapsus puede haber un conflicto pulsional no resuelto, tras todo malentendido hay un deseo no cumplido. En la condición humana reside un interés latente, más consciente de lo que pensamos, en a veces no ser comprendidos o no querer comprender.
Un malentendido que bautizó un lugar
El explorador español Francisco Fernández de Córdoba desembarcó en 1517 en una península a la que llamó Yucatán, porque los nativos pronunciaban dicha palabra cuando él les preguntaba el nombre de la costa donde había desembarcado. En realidad, Yucatán quiere decir en maya "no entiendo". Algo así como si a la vuelta de España un norteamericano dijera que ha estado en "Nolentiendo" (Gregorio Doval, 'Libro de los hechos insólitos').
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.