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Columna
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Arnaldo Otegi y la hipnosis

Soledad Gallego-Díaz

Batasuna fue legal y nadie le impidió participar en la vida política y democrática de Euskadi, ni en la de España en su conjunto, desde 1979 hasta 2003, es decir, nada menos que durante 24 años. Nadie le impidió defender sus ideas, ni exigir la autodeterminación de los vascos y las vascas o la independencia de Euskadi o de Euskal Herria, con su parte del territorio de la República Francesa incluido. Nadie se negó a que se presentaran a las elecciones en Navarra con un programa de anexión ni a que representaran a una parte de la sociedad vasca en los Parlamentos de Vitoria y de Madrid (¿ya se nos ha olvidado que HB envió diputados al Congreso y que fueron ellos quienes se negaron a participar en los debates?); a nadie se le pasó por la cabeza imponerles un régimen político sin pluralidad ni, desde luego, nadie creyó que fuera legítimo exigirles que se sintieran españoles. Ni tan siquiera se les obligó a acatar la Constitución más que "por imperativo legal" y, por supuesto, quedó siempre abierta la puerta a que solicitaran su reforma, modificación o incluso derogación. Estaba claro que nunca lo conseguirían por los procedimientos legales ordinarios, ya que nunca reunirían los votos necesarios, pero ese era el juego democrático y nada impedía a Batasuna trabajar por ello en Euskadi ni estar presente en todas las mesas de diálogo o de negociación política multilateral que se pudieran abrir en España. Nadie se escandalizaba por ello.

El que Batasuna pudiera hablar y manifestarse con toda libertad no sirvió entonces para gran cosa. Desde luego, no sirvió para pacificar a la sociedad vasca, por la simple y sencilla razón de que también existía ETA y de que Batasuna aprovechó todos los mecanismos democráticos a su alcance, especialmente en los ayuntamientos, para acosar, intimidar y aterrorizar a sus oponentes políticos. Quedó claro que todo eso lo podía hacer porque esgrimía al mismo tiempo una amenaza muy creíble: unos pistoleros que asesinaban, agredían y prendían fuego a quienes se les ocurría llevarles la contraria, con la palabra y con los votos. Así que un día, los partidos políticos democráticos aprobaron una ley, bastante polémica pero muy efectiva, que impedía a Batasuna seguir actuando en la escena política.

A veces hay que recordar todo esto para no caer en la increíble operación de propaganda que han desplegado en los últimos meses los dirigentes de Batasuna y que muchos contemplan como hipnotizados. Arnaldo Otegi nos comunica con gran alegría y profunda satisfacción que por fin se les va a permitir defender pacíficamente la autodeterminación de los vascos y vascas, que después de mucho luchar ha logrado evitar que desaparezca el pluralismo político en Euskadi y que, gracias a su incesante labor democrática y a sus muchas horas de conversación con Jesús Eguiguren y con el PSE, hemos llegado al día histórico en el que se les reconocen los mismos derechos que tuvieron toda su vida. Y todo eso lo va a poder hacer, por fin, gracias a que ETA ha dejado de matar y ha anunciado su voluntad de abandonar definitivamente las armas. Sin nadie detrás de ellos que asesine, agreda o prenda fuego a sus oponentes políticos, los herederos de Batasuna van a poder, por fin, defender sus ideas con la palabra y con el voto, como todo el mundo. Sin esgrimir ningún tipo de amenaza. Que gran alegría siente Otegi y que enorme satisfacción transmiten todos los dirigentes de Batasuna. Al fin van a poder hacer política como los demás. Que gran éxito después de tantos años de violencia y de dolor. Pues muy bien. Ni el menor inconveniente en compartir todos ese magnífico estado de ánimo.

Aquí lo único que importa de verdad, lo que hará todo diferente, no es que Batasuna vuelva a hacer política sino que ETA abandone total y definitivamente las armas, la intimidación y el acoso político. Si ETA ha decidido realmente desaparecer y si acepta que todo vuelva a empezar, sin armas ni violencia, a través de los herederos de Batasuna, paso a paso y voto a voto, sería estúpido no darles facilidades. Aunque haya que asistir a espectáculos de sugestión. Seguro que merece la pena. Lo único imprescindible es que dejemos la hipnosis para Otegi y que nosotros permanezcamos conscientes todo el rato. solg@elpais.es

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