_
_
_
_

Una noche tranquila con Dylan

El artista se impuso, sin modificar en exceso sus piezas, en un recital sin aspavientos

Pasaban diez minutos de las diez de la noche y con el escenario a oscuras una voz en offenfatizó los méritos del artista: un icono de los sesenta que ha descubierto a Jesús. Pocos segundos después se apagaban las luces completamente y, una vez encendidas de nuevo, seis músicos estaban en escena. Bob Dylan comenzaba su primer concierto del verano de 2006 en España y el público de Calella de Palafrugell (Girona) lanzaba los primeros aplausos cómplices. Fue el comienzo de una noche en la que Dylan volvió a imponerse sin aparente esfuerzo a base de reinventar su propio repertorio, que esta vez no quiso alterar con versiones especialmente insólitas.

Vestía de negro, tocado con un sombrero vaquero igualmente negro. Su vestimenta destacaba de la del resto de sus cinco músicos, todos de gris y todos, menos el encargado de la steel guitar, con sombrero. Con una voz que parecía desganadamente arrancada del fondo de alguna tripa maltrecha, Dylan, tocando el teclado ante el que se sentaba en un taburete alto que le permitía separar informalmente sus piernas, inició los primeros versos de Maggie's farm, canción que invariablemente, al menos hasta ayer, inicia esta temporada todos los conciertos del de Duluth. Con un marcado acento vaquero, arrancó después uno de los primeros clásicos de la noche, The times they are a-changin, que sonó convenientemente alterada por los arreglos y por una voz que, de nuevo, pareció emerger de alguna úlcera. De los pulmones surgió, sin embargo, el aire que sirvió a Dylan para exprimir los primeros sonidos de la armónica en la parte final del tema. Unos entregados "uuuuuhhhh" certificaron que para el público Dylan es más cantautor, más artista, más reconocible y más cercano, si es que se le puede llamar así, cuando sopla una armónica.

A todo esto, el contexto en el que Dylan actuaba anoche era poco menos que de postal. Un palacete fortificado con trozos de historia en sus piedras se recortaba tras el escenario, con el Mediterráneo oscuro y perceptible a la derecha, y la luna tras las cabezas de los espectadores y frente a Dylan, quien, a pesar de ello, sólo parecía mirar su micro y sus teclas. Además de un leve aroma a mar y pese a la brisa nocturna, intensos perfumes femeninos salpicaban el concierto de Dylan, convertido en todo un acontecimiento social en la provincia de Girona. Las entradas, de algo caras (55 euros) a carísimas (180 euros para los más vips) atrajeron a un público con posibles cuya inversión se desconoce si llegó a paliar la minuta abonada al artista, situada según fuentes oficiosas en torno a los 380.000 euros que garantizaban que el de ayer sería su único concierto en Cataluña.

Dicen que Dylan escoge el repertorio en función de su estado de ánimo o de las caras que ve entre el público. Pues bien, o ayer no miró a la platea o esta le pareció igual que la de Clermont Ferrand, su anterior cita con el escenario. El arranque de su actuación resultó idéntico, con Down along the cove como tercera pieza y Mr. Tambourine man, de nuevo con armónica, en cuarto lugar. Poco más tarde sonó otro clásico, por supuesto convenientemente adaptado y acercado al country con la steel guitar. Fue Stuck inside of mobile with the Memphis blues again, una pieza en la que se vio cabecear a Enrique Bunbury, quien tenía previsto seguir toda la gira española de Dylan, cosa que se ignora si también quiere hacerlo Miguel Bosé, otro de los artistas presentes en el concierto. Para acabar de darle ritmo a la noche, Love sick sonó en clave de reggae.

La electricidad, el rock y el consiguiente cabeceo del público, por lo demás bastante comedido en sus expresiones de alegría hasta prácticamente el final, se hicieron patentes con una rugosa toma de Highway 61 revisited, a la que siguió una acústica y sentida versión de Girl of the north country, que volvió a reposar los ánimos con el concierto ya en su recta final. Masters of war y una aproximación en clave de rock swingueado a Summer days acabaron con el cuerpo central de la actuación.

En los bises, con el público ya en pie, se escuchó una demoledora Like a rolling stone y, tras presentar a su banda sin apenas vocalizar, la final All along the watchtower. Dylan, después interpretar 15 piezas y no tocar ni una sola vez la guitarra, acababa así un concierto cuyas horas previas había pasado metido en su autobús, estacionado en el mismo aparcamiento en el que sus espectadores iban dejando los coches. Cosas de Dylan.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_