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Columna
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El papel del pecado en la época sin Dios

Los culpables del accidente de Valencia, los culpables del despilfarro del agua, los responsables de la destrucción del planeta, los criminales del tráfico, los infames que incendian los bosques y agrandan el agujero de ozono.

Continuamente, el suceso, por casual que parezca, debe abrir paso a una investigación en busca y captura del culpable. El accidente como accidente es ya inadmisible o inasumible. El azar por el azar no interesa al sueño racional que requiere explicar las tragedias en términos de error humano y no de fatum, a través de circunstancias combatibles y no por destinos ineluctables. De esta regla se deriva la imputación constante a uno u otro técnico, profesional médico, bebedor de cervezas, campista en el bosque, ama de casa que no separa los residuos, conductor con 200 o más caballos. La culpa opera como una emoción certera para perjudicar la felicidad y de cuyo fruto se desprende una lasitud que el poder consume como extraordinaria golosina.

El tremendo accidente de Valencia proviene de otro accidente o grupo de accidentes que podrían haber sido evitados en origen. Pero, ¿qué caracteriza al accidente sino su brusca originalidad? Podemos interpretar correctamente todo proceso tras conocer su desenlace pero el desenlace es precisamente la pieza que falta. Para llenar este vacío, tan insoportable como inútil, la sociedad productiva (y del conocimiento) recurre a los implantes de culpa.

La culpa es altamente eficaz. En la búsqueda y conocimiento de los culpables la investigación oficial cobra pleno sentido. De un lado cumple con el deber protocolario del Estado policial pero, de otro extiende sobre la población la idea maldita de que cualquier mal procede de un malvado. No habrá un Absurdo, un punto ciego sin capacidad de investigación sino que en cualquier tesitura será posible localizar al abyecto; la irresponsabilidad, la negligencia, el delito. Así actúa la actual Dirección General de Tráfico cuando afirma: "No podemos conducir por ti". La DGT lo avisa: la culpa del siniestro será siempre tuya. No cuenta el estado de las carreteras cuyas deficiencias correlacionan directamente con los siniestros. El culpable está en ti.

Y ya no importa de qué sevicia se trate. El consumo urbano de agua en España representa apenas un 8% del consumo total mientras en la agricultura se llega a más del 80%. Ahorrar parte del agua doméstica a través de actos neuróticos como introducir un ladrillo en la cisterna, lavarse compulsivamente o cerrar el grifo a la primera no sirven para nada pero forman parte de las conminaciones culpabilizadoras del ministerio.

Los ecologistas y sus plataformas son maestros en este arte de la culpabilización y de ellos han aprendido diversas instituciones. Para los ecologistas echar al suelo una pila constituye un gran pecado y no se diga si se lanza a un río. El cambio climático ha logrado la naturaleza de un ser herido o clamante y lo mismo cabe pensar de los polos, del río Tajo y enclaves por el estilo. Todos martirizados por gentes sin escrúpulos (especuladores aparte) y a las que se infunde reiterados sentimientos de culpabilidad. La civilización nos hizo más libres pero su anverso ha sido convertirnos en reos. Pecadores crónicos de una segunda religión. Porque la Religión, ciertamente, nunca desaparece sino que se transforma. Como los hechiceros jamás abandonan su quehacer, sólo cambian sus disfraces.

Acariciábamos la idea de que habiéndose apagado el tronar divino, la vida se aligeraba de remordimientos pero el remordimiento también se recicla y reaparece en forma de una culpabilidad convertida en la pasta básica de una dialéctica social. Una sustancia básica y altamente pegajosa que, como en el caso del accidente valenciano, se transmuta en el núcleo primordial de la noticia, en la reiterada materia de los editoriales o las tertulias y en la psicopatía de la información. Siendo, en consecuencia, olvidado el formidable dolor de las familias, el cruel embate de la muerte súbita y, con todo ello, eludido de nuevo el obligado aprendizaje de la fatalidad.

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