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La mayor tragedia de metro en España

La rutina del horror siempre es la misma

Guillermo Altares

En Valencia, en Madrid, en Londres, después del tsunami o de los conflictos bélicos de los Balcanes, la rutina del horror, la identificación de las víctimas mortales de las catástrofes o los atentados, siempre es la misma. Ayer, frente al Instituto Anatómico Forense de Valencia, las familias de las víctimas o las personas que trataban de localizar a alguien que podría haber estado en el metro, entraban rápidamente en busca de respuestas que 16 forenses y 30 auxiliares trataban de dar lo más rápido posible. Pero esta inmersión en el horror es una labor que nunca resulta fácil.

El proceso, como explicaron fuentes del anatómico forense, comienza cuando llega el familiar y, apoyado por psicólogos, proporciona una serie de datos fundamentales (desde el nombre hasta el aspecto físico o la ropa que llevaba en el momento de la desaparición); pero que resultan insuficientes a la hora de proporcionar una identificación positiva al cien por cien, incluso si la víctima llevaba encima su documentación.

Los familiares tienen que identificar el cadáver y, en caso de que esté irreconocible, es necesario realizar una autopsia en busca de rasgos, desde la dentadura hasta antiguas operaciones, que resulten inconfundibles. En último caso, las pruebas de ADN son imprescindibles. Después de los atentados contra Londres del 7 de julio del año pasado, las familias y la prensa comenzaron a protestar por la tardanza en la identificación de las víctimas mortales.

Cotejar el ADN

El estado de algunos cuerpos, sobre todo aquellos que quedaron atrapados en el túnel de la estación de Russell Square, o la dificultad para encontrar ADN para cotejar en los casos de algunos inmigrantes, retrasaron extraordinariamente el proceso. Tras los atentados del 11 de marzo de Madrid los problemas fueron similares y el padecimiento de las familias insuperable por muchos esfuerzos que se pusiesen en marcha.

En el caso de catástrofes masivas, como el maremoto que azotó el sureste asiático en la Navidad de 2004 y en el que murieron decenas de miles de personas, hubo que recurrir a un sistema de identificación a través de ADN inventado para las masacres de la guerra de Bosnia.

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La Comisión Internacional de las Personas Desaparecidas (ICMP, en sus siglas en inglés) se ha ocupado de recoger muestras de ADN de familiares de desaparecidos, introducir los datos en un ordenador y cruzarlos con ADN de las víctimas encontradas en las fosas comunes. La ICMP prestó su sistema informático a las autoridades de Tailandia para identificar a una parte importante de las víctimas del tsunami.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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