Para hablar como Kournikova
Más de 5.000 alumnos han pasado en 15 años por la Fundación Pushkin para aprender el idioma ruso

El interés por aprender ruso en España baila al son que toca la economía. Cuando hay un mayor intercambio comercial entre ambos países, las modestas instalaciones de la Fundación Pushkin incrementan su número de alumnos. Estos días, la escuela madrileña celebra sus 15 años enseñando el idioma de Tolstoi en nuestro país con algo más de 300 alumnos, el mayor de 72 años y el más pequeño, de cuatro. La cifra de estudiantes es como una montaña, pero rusa: en la época de Gorbachov tuvieron hasta 600 matriculados; con Yeltsin la cifra fue cayendo año tras año hasta los 150 y a partir de 1998 ha ido remontando de nuevo hasta quedarse sostenida en unos 300 alumnos.
"No hay opciones para estudiar ruso en la educación secundaria española y sólo en tres universidades, en Madrid, Barcelona y Granada existe el idioma como licenciatura; en otras nueve se ofrece como asignatura; también se puede estudiar en las escuelas oficiales de unas 10 ciudades", señala el director de la Fundación Pushkin, Alexander Chernosvitov. En total, unas 3.000 personas estudian un idioma que hablan en el mundo "más de 200 millones de ciudadanos", según cálculos aproximados de Chernosvitov.
Podría decirse que los niños han sido y siguen siendo el motor para acercarse a este idioma de grafías imposibles. Muchos de los que se lanzan a este reto lo hacen animados todavía por la nostalgia de un país que recibió a aquellos niños de la guerra. Hoy son los padres de los niños adoptados en Rusia los que manifiestan un mayor interés por que sus hijos no pierdan el legado cultural de aquella tierra. A través del idioma también los padres tratan de unir lazos con sus nuevos hijos. "En medio año los niños pueden perder el lenguaje materno", advierte Chernosvitov. De que eso no ocurra se encargan siete profesores "con el material didáctico más moderno que traemos de Rusia".
"No hay que olvidar tampoco los matrimonios", sonríe Chernosvitov. "A los españoles parece gustarles las rusas", bromea. La Fundación dependen de la ayuda española, aunque cuenta con algunos ingresos rusos. Colaboran con ayuntamientos, organizan conciertos, y, a pesar de ello "y de la calidad de los profesores", la economía no es la más boyante. "Algunos problemas técnicos han congelado las becas rusas que antes había", lamenta el director. La Fundación es como un club de intercambio cultural y académico que aspira a funcionar un día como el Instituto Cervantes.

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