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Columna
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Propio y preciso

En Euskadi la vida pública nos ha dado tantos vapuleos que nos hemos acostumbrado a conformarnos con poca cosa. (Estaría bien que alguien estudiara si nuestra propensión a la abundancia y/o a la sofisticación gastronómicas tienen que ver con el hecho de que la dieta político-democrática vasca no pasa, a menudo, de pan y agua). Nos hemos acostumbrado a considerar bastante lo que en otros puntos de nuestro entorno seguro que tendrían por escaso e insuficiente. Así, nos parece una buena y reseñable noticia el que el lehendakari haya pedido por primera vez -después de todo lo llovido en desatenciones y amarguras- perdón a las víctimas del terrorismo, es decir, haya reconocido por primera vez públicamente (y es de suponer que también en lo íntimo) alguna falta en su relación con ellas.

En Barcelona, en un acto de homenaje a las víctimas que ETA causó en 1987 en Hipercor (21 muertos y 45 heridos), Maixabel Lasa leía esta semana una carta del lehendakari de la que se han destacado estas manifestaciones: "Las instituciones vascas comparten con todas las víctimas del terrorismo el sufrimiento que habéis padecido. Lamentamos la soledad en la que en muchas ocasiones habéis tenido que sobrellevar el dolor de la pérdida de seres queridos y os pedimos perdón por esa lejanía que, a veces, habéis sentido de los poderes públicos".

Dejando de lado la aspereza de estilo del texto (ya llegarán, espero, esos tiempos pacíficos en que podamos dedicarnos a la crítica estética de los discursos políticos), me voy a detener en lo que considero el rasgo principal del mensaje y que definiré como estar construido en lejanías. El lehendakari ha elegido la vía indirecta para pedir ese primer perdón público. No ha sido él (ausente del acto porque el homenaje a las víctimas allí coincidía aquí con la inauguración de un gaseoducto) quien lo ha pedido, sino en su nombre la directora de la Oficina de Atención a Víctimas. Se ha hecho en Barcelona, no en Euskadi, donde adquiere pleno sentido la representatividad formal y simbólica del lehendakari y donde la situación de las víctimas merece un tratamiento muy especial. Pero es un mensaje compuesto de distancias sobre todo por su insistente apelación al plural: "instituciones vascas", "lamentamos", "os pedimos perdón", "poderes públicos". Veo demasiadas cosas juntas en esa petición de perdón, en realidad, demasiada gente. Una especie de café para todos de la responsabilidad o de la culpa por tanta desconsideración, sordera o alejamiento del dolor de las víctimas.

En Euskadi la vida nos ha dado palos tan grandes durante tanto tiempo que es natural que esperemos prontas y grandes soluciones. Pero la grandeza no es la anchura o la cantidad. La carta del perdón del lehendakari está escrita, a mi juicio, demasiado a bulto. No todos los poderes públicos ni todas las instituciones vascas han obrado igual con relación a las víctimas de ETA. No todos los consistorios han protagonizado los mismos homenajes. No todos los partidos políticos han estado igualmente presentes o ausentes de actos y ceremonias; ni todos han suscrito las mismas decisiones o definiciones parlamentarias. Y así más largamente.

Habrá que detenerse en el sentido de pedir perdón desde lo público y en las maneras de hacerlo -algunas, como la dimisión, de uso habitual en otros países, aunque aquí que somos de fácil conformar pueda eso parecernos fantasía-. Hoy me centro sólo en este perdón del lehendakari que para mí peca, como he dicho, de excesiva amplitud e imprecisión. Para ahora ya sé que el dolor humano se manifiesta minuciosamente, que el dolor son detalles. Y creo que el respeto debe expresarse igual. Y lo mismo el perdón, sobre todo el que se pide después de decenios de tragedias personales que, aunque puedan tener rasgos comunes, siempre son únicas. Ese perdón entiendo que hay que pedirlo de un modo particularmente propio, ajustado y preciso.

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