_
_
_
_

Autopista XXI

Está costando más trabajo del que imaginábamos salir del siglo XX. No quiero ponerme pesimista, pero si la era decimonónica duró hasta bien entrado el último tercio del siglo pasado, pongamos hasta la movida, que fue cuando aquí ocurrió (de noche) aquella rebelión de las masas cosmopolitas y consumidoras que Ortega había profetizado en 1927, mucho me temo que hasta que se estrene el Código da Vinci IV (El regreso de los mutantes del Priorato de Sión) no podamos disfrutar como es debido con los placeres u horrores del nuevo siglo.

Por el momento, estamos utilizando la famosa autopista XXI sólo en plan virtual y en diferido, como en esos videojuegos que ocupan las tardes-noches de las nuevas generaciones para aislarse con sus cascos y pantallas de la actual banda sonora del país, que sólo emite pasatiempos de rol político por el método del parchís, batallitas tardo-ideológicas del abuelo Cebolleta o maniqueísmos tertulianos de mucho decibelio extraviado de siglo.

Más información
Paz Serrano Gassent, profesora de Filosofía

No me extraña que nuestros pequeñitos, en masa, se refugien en los juegos del nuevo milenio para fugarse de nuestros pelmazos, estridentes y muy locales juegos decimonónicos del XX. Los videojuegos también son muy maniqueos, de acuerdo, pero son infinitamente más veloces y bifurcantes, te obligan a saltar de pantalla todo el tiempo, puedes y debes cambiar de personaje, de estrategia y de paisaje, pero al final, cuando el game over, siempre estás enfilando la autopista XXI.

Con nuestros paleojuegos políticos e intelectuales, como está ocurriendo este otro fin de temporada maniquea, incumplimos todas y cada una de esas leyes del videojuego que conocen al dedillo nuestras jóvenes generaciones. Ninguno de nuestros políticos mediáticos cambió de rol, de personaje, de pantalla, de entrevistador, de estrategia, de guión o de paisaje. Todos se comportaron en el paleojuego del curso político que se acaba como estaban diseñados antes de agitar el cubilete del parchís. Nadie se movió un milímetro de sus posiciones iniciales y nadie intentó tunear sus viejos prototipos decimonónicos para enfilar la autopista XXI. Y no hubo ni la menor interactividad ni la más mínima transversalidad, mientras el maniqueísmo, la primera gran herejía de este país según Menéndez y Pelayo, iba ganando posiciones, pantallas o puntos, y la segunda, el quietismo de Miguel de Molinos, se imponía en el game over.

La lógica teórica asegura que la nuestra es la mejor demostración de los juegos de suma cero, en donde, después de las enormes trifulcas políticas e intelectuales, todo sigue como al principio y aquí no pasó nada. Pero los teóricos y fans de los no menos matemáticos videojuegos sostenemos que no existe suma cero cuando se llega al game over. Por lo menos, el videojugador está en la autopista XXI.

Nos cuesta un trabajo enorme no ya cambiar de siglo y de carretera bifurcante, sino de era y de máquinas tuneadas, y no conviene olvidar que las tres grandes rarezas españolas fueron justamente las que nos impidieron, por insistente paleojuego, incurrir en las normalidades del siglo correspondiente. Tardamos dos siglos muy tenebrosos en llegar al de las Luces, y cuando por fin estábamos más o menos allí, en los neones de la movida o la posmodernidad, que nunca estuvo claro, una de las dos Españas decimonónicas se dedicó a fabricar full time teorías antiiluministas, algunas muy ingeniosas, y mucho antes que las furibundias de Wojtyla y Ratzinger contra la Ilustración.

Tardamos una eternidad en entender la mutación de la economía de producción a la del consumo, cuando aquí ya todo quisque consumía con desparpajo Visa Azul, pero logramos aplazarla gracias a los esfuerzos, otra vez ideológicos, de una progresía de tarima y columna que sólo comulgaba y comulga con el catecismo francfortiano, cuyo dogma se resume en un solo precepto antiindustrial: consumir es pecado mortal.

En fin, nos cachondeamos como nadie se cachondeó en la historia, a excepción de los luditas ingleses dieciochescos, de las nuevas máquinas inteligentes surgidas a mediados del siglo XX, que sólo eran cacharros que habían dejado de plagiar los músculos inferiores del hombre (la fuerza de los brazos, la velocidad de los pies, la pericia de las manos, el sudor del transporte) y únicamente pretendían ser ortopedias y amplificadores de los órganos del cerebro, incluidos el lenguaje, la comunicación, la visión del ojo y los procesos memoriosos. Y cuando se nos acabaron las risas ingeniosas y las castizas teorías para conjurar las nuevas tecnologías, resultó ser que esos mismos cacharros que iban a acabar con las Humanidades en general y la Literatura en particular, eran máquinas tecnocientíficas (ante todo, máquinas de escritura) que cimentaron la nueva industrialización, marcaron las fronteras y las brechas entre países desarrollados y señalaban con precisión de motel de carretera el Conocimiento, la única mayúscula decimonónica que brilla y aún no se derrumbó.

La cuarta anomalía procede de las anteriores y no es un déficit, sino un gap. El caso es que los nuevos españolitos, por generación espontánea, por su cuenta y riesgo y por freudiana reacción a sus padres y abuelos, son ahora mismo los grandes consumidores europeos de esas nuevas brújulas sincronizadoras que señalan al mismo tiempo los nortes industriales, las vanguardias culturales, los ritmos sociales, eso del Conocimiento y la salida más rápida a la autopista XXI. Aunque los pequeños no sepan lo que se traen entre videojuegos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_