OMC: el futuro ya ha llegado a Ginebra
ESTA SEMANA habrá una reunión ministerial decisiva de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Ginebra. Desde hace algún tiempo, todas estas convocatorias tienen el mismo carácter decisivo ante la falta de avances sobre la liberalización del comercio internacional, de la llamada Ronda de Desarrollo de Doha, que se abrió en el año 2001 y que debe terminar, al menos en teoría, a finales del ejercicio en curso.
La de Ginebra es una reunión bastante importante porque se acaban los plazos -si fracasase, estaríamos en el último trimestre del último calendario para llegar a un acuerdo y se abriría un periodo de reflexión sobre cuál es el siguiente marco de negociación- y porque se llega a la misma entre la indiferencia de bastantes de los 149 países citados. No se supera el territorio de la retórica y de las conversaciones bilaterales. Pascal Lamy, el director general de la OMC, ha trazado un símil deportivo: el acuerdo sobre la liberalización del comercio es como una carrera de maratón de la que "un 80% es esfuerzo físico, y ¡otro 80%!, esfuerzo mental". Ese último esfuerzo es el que parece faltar: el progreso obtenido hasta ahora, que no es mucho, podría arriesgarse si los países implicados no consiguen descifrar las claves para desbloquear el proteccionismo agrícola, la llave de todo lo demás: industria y servicios.
Esta semana tendrá lugar una de las últimas citas para saber si se avanza en la liberalización del comercio, en el seno de la Ronda de Doha. Hasta ahora, apenas se ha pasado de la retórica de los principios
Lamy ha hablado de un "triángulo" de dificultades, compuesto por los recortes a los subsidios al campo (en el terreno de EE UU, cuya nueva negociadora Susan Schwab parece más rígida que sus predecesores), las mayores reducciones de los aranceles sobre las importaciones agrícolas (que debe protagonizar la UE) y los recortes de aranceles en los productos industriales, que corresponden a los países emergentes como Brasil, India, Suráfrica...
La Ronda de Doha arrancó con el siglo bajo el principio de que "el sistema multilateral de comercio plasmado en la OMC [recientemente creada y que sustituía al Acuerdo General de Aranceles Aduaneros y Comercio, GATT en sus siglas en inglés] ha contribuido de manera significativa al crecimiento económico, el desarrollo y el empleo a lo largo de los últimos 50 años". Este mandato fue perfeccionado en las reuniones de Cancún (2003), Ginebra (2004) y Hong Kong (2005), pero los avances reales fueron muy modestos. En general, los países en desarrollo pretenden una apertura de los mercados de los países ricos para que entren sus productos agrícolas, y los segundos quieren a cambio una menor protección para sus artículos industriales y los servicios. Cuatro años y medio después, las negociaciones sobre el comercio se encuentran en un "punto crítico" (Bush) en el que pueden ir hacia delante o detenerse. Por eso es tan significativa la convocatoria de Ginebra de esta semana: si se consiguiese un acuerdo agrícola, el camino quedaría despejado para que a finales de julio se pudiera llegar a pactos similares en servicios. Si no hay acuerdo en agricultura, no lo habrá en el resto.
Aunque los problemas geopolíticos han ocupado la mayor parte de la reciente cumbre en Viena entre EE UU y la UE, en la misma se trataron otros asuntos como el suministro energético y la búsqueda de un acercamiento en los asuntos comerciales. Poco después de Ginebra se celebrará en San Petersburgo el G-8, en el que se reiterarán los mismos problemas.
La OMC ha sido acusada de falta de transparencia. No hay que olvidar que en su reunión de Seattle, a finales del siglo pasado, se puso de largo el movimiento altermundista que obtuvo su mayor éxito al enterrar el Acuerdo Multilateral de Inversiones que daba la centralidad a las compañías multinacionales en su relación con los Gobiernos. Pues bien, para hacer énfasis en la transparencia, Pascal Lamy ha decidido hacer públicos todos los documentos del GATT durante el periodo comprendido entre 1947 y 1995, lo que sin duda servirá para que los historiadores económicos tengan más claves para saber en qué términos se negoció en cada ocasión. Transparencia, al menos, respecto al pasado.
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