Pasajes de París / 5; Urbanismo
El topos urbano y las modalidades del habitat tienen una influencia decisiva no sólo en la localización de los espacios de la producción artística y de las prácticas culturales sino también en la concreción de sus especificidades y contenido. De alguna manera, la estructura urbana, funciona con frecuencia como desencadenante y soporte de muchos procesos culturales. La transformación urbanística de Paris es una brillante confirmación de esta tesis. La forma y los elementos de la ciudad que habían permanecido sin cambios sustanciales hasta finales del siglo XVIII, con la sola excepción del comienzo de la construcción de los Grandes Bulevares en el reinado de Luis XIV, es objeto en el XIX de profunda transformación. Las razones que la motivan son tanto de orden político por la voluntad de acabar con las revueltas populares apoyadas en las barricadas -en 1830 se construyen cerca de 6000- a las que la sustitución en el empedrado de los adoquines por tarugos de madera no han logrado poner fin; como por el primado de las ideologías de la época, la higienista muy reforzada por la epidemia de cólera de 1832 que exige que se termine con el encabalgamiento de callejuelas pútridas por las que no corre el aire y se multipliquen los espacios abiertos; o la del culto del eje urbano que postula la vía larga y recta al mismo tiempo que el alineamiento y la altura de los edificios; y el cambio de escala del espacio público concomitante con el dogma de la velocidad que profesa la clase dominante. El Perfecto Rambuteau toma pie en todo ello para generalizar la fórmula de los bulevares-paseos, que con la demolición de las murallas fortificadas que rodeaban la ciudad dibujan su nueva figura. Pero fue la conjunción del gran designio imperial de Napoleón III y del ambicioso autoritarismo urbano de Georges Eugène Haussmann los que transformarán completamente el perfil de la ciudad. Los bulevares de Sebastopol, Saint-Germain, Saint-Michel etc; las avenidas Kléber, Foch, Campos Elíseos ; y las principales calles actuales Rivoli, Rennes, Turbigo entre tantas otras se deben a su acción. La ciudad se dotará de un sistema completo de alcantarillado y de alumbrado con gas, se plantarán muchos árboles y se construirán o mejorarán los grandes edificios públicos como estaciones, mercados, teatros etc. A costa, obviamente de la destrucción del diseño del Paris medieval y de muchos barrios de gran valor histórico y arquitectónico.
En el Antiguo Régimen los teatros, que eran de concesión real, sólo podían instalarse fuera del recinto de la ciudad, pero lo hacían lo más cerca posible para que pudiera acceder su clientela. Su emplazamiento preferido eran los grandes bulevares y esta preferencia se confirmó y cobró gran auge con la transformación de la ciudad. Los bulevares que unen la plaza de la Bastille con la de la Opera se convirtieron en una sucesión de teatros, cafés y restaurantes constituyendo un auténtico espacio del ocio abierto a todo el mundo. La relación entre teatros y bulevares es tan intensa que la temporada de las mundanidades termina cuando acaban las representaciones teatrales. La gran mayoría de los teatros tienen un pasaje en su inmediata proximidad, como sucede con los pasajes Choiseul, Jouffroy, de los Panoramas, Opera, etc, o con el Pasaje Feydeau contiguo tanto al teatro de las Novedades como al que lleva su mismo nombre, sin olvidar las magníficas Galerías Colbert y Vivienne contiguas a Opera de la calle de Richelieu, frente a la Biblioteca Nacional. Los pasajes funcionan así como una antesala de los teatros en cuyos restaurantes y cafés, autores, actores y espectadores esperan el comienzo del espectáculo y comentan después la calidad de la obra. Esta fuerte determinación teatral que democratiza la vida cultural parisina conforta la dimensión literaria y social de los pasajes y los convierte en verdaderos salones abiertos, base según Anne-Marie Fugier de la socialidad mundana, en los que una persona, casi siempre una mujer, congrega en torno de un autor literario, de un actor o de un artista a algunas decenas o incluso a centenares de interesados que no pertenecen a la aristocracia sino a la burguesía alta y media, lo que Benjamín califica como el primer trasunto de la futura cultura de masa. Esta función conjuntamente con la existencia de gabinetes de lectura y de casas editoriales hace de los pasajes centros de notable actividad cultural que rivalizan con el dinamismo comercial que les es propio.
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