Radiante despedida de Julio Bocca en Nueva York
Una vibrante gala de adiós en el Metropolitan Opera House culmina su brillante carrera de ballet
La función de gala de adiós y despedida del bailarín argentino Julio Bocca de la escena del Metropolitan House de Nueva York en la noche del pasado jueves será de las que no se olvidan. Con las entradas agotadas desde hace meses, el fiel público balletómano de la ciudad de los rascacielos esperaba este momento donde se aúnan laureles, lágrimas y aplausos. Desde 1986, Bocca es aquí un primer bailarín amado por todos y seguido por muchos que a su carisma ha unido su danza virtuosa y su capacidad de comunicar, y en la gala dio todo de sí. Al final, auténticamente sepultado por una montaña de flores, agradeció al público y al teatro arrodillándose en el proscenio con la ingenuidad y el candor de un debutante tocado por los dioses a sus 39 años.
"Cualquier artista desearía que su carrera en un teatro terminara de una manera tan espléndida", declaró
Más de 2.000 personas aplaudieron en pie y sin parar hasta que fue levantado a hombros por Kevin McKenzie
Las más de 2.000 personas que llenaban el espléndido coliseo neoyorquino aplaudieron en pie y sin parar -mientras entraban en escena uno a uno todos sus compañeros de batalla: la espléndida plantilla de la que muchos consideran la mejor compañía de ballet del mundo- hasta que fue levantado a hombros por el director Kevin McKenzie. La obra escogida para esta gala fue Manon, el complejo ballet narrativo en tres actos de Kenneth McMillan inspirado por la ópera homónima de Jules Massenet, en una recreación de la producción histórica original que diseñara Nicholas Georgiadis y acompañado en el protagónico femenino por la italiana Alessandra Ferri.
De alguna manera, la función resumía la grandeza y apertura del arte americano: argentinos, italianos, cubanos, españoles, rusos y de todas partes en escena dando una vibrante lección de buen ballet. Mientras, en el patio de butacas, viejas glorias del propio teatro como Cynthia Gregory, Robert Hill, Susan Jaffe y Frederick Franklin, junto a Liza Minnelli e Isabella Rossellini, entre otras estrellas del teatro y el cine. Nadie quería perderse algo que sucede cada muchos años. Bocca es primer bailarín del American Ballet Theatre desde 1986, cuando fue llamado a esa casa por Mijaíl Barishnikov, entonces director artístico del conjunto, que había quedado impresionado por la medalla de oro que aquel menudo chico bonaerense había ganado en el prestigioso concurso de Moscú un año antes. A partir de allí, Julio Bocca desgranó en Nueva York un repertorio amplio, rico y difícil donde puso en liza sus capacidades y versatilidad: Manon, Petrushka, Giselle, El Corsario, El Quijote... Todos los grandes papeles los hizo y ningún carácter se le resistió.
Precisamente hace tres noches, Bocca bailó Giselle por última vez en este mismo escenario con la cubana Xiomara Reyes, y al final, cuando el príncipe Albrecht debe terminar con su lamento en el centro de la escena, el bailarín se descalzó las zapatillas y, con los últimos compases de la música, las colocó dulcemente bajo la cruz de la tumba de su amada para luego arrodillarse y caer el telón. Nadie pudo sustraerse a la emoción que contenía aquel gesto precisamente en el ballet romántico por excelencia.
La función de Manon también fue mágica y de entrega total; Bocca se dejó la piel y la Ferri le correspondió, demostrando una vez más que el gran ballet no es cosa de niñatos sino de gente hecha y muy trabajada; ambos, en los alrededores de los cuarenta, siguen en posesión de los rigores académicos del ballet y sus exigencias, además de estar en posesión de una soltura escénica y un poder de transmisión sensorial lírico de altura. Alessandra Ferri, con esos pies de insultante línea y perfección, se entregó hasta el final y Julio llegó a ese dúo de muerte y escena final aún lleno de fuerza y de vitalidad, pues debe tenerse en cuenta que Manon es un larguísimo ballet en tres actos donde los protagonistas tienen todo el peso de la acción y permanecen más tiempo en escena de lo habitual.
Tras la función, la Fundación Howard Hillman organizó un emotivo acto en las propias terrazas del Metropolitan y, arrullados por el sonido de las fuentes, se leyeron mensajes de algunos que no pudieron estar en este adiós, como Natalia Makarova, con quien Bocca también hizo legendaria pareja en El lago de los cisnes y otras importantes piezas de repertorio. Bocca declaraba al final: "No es solamente una experiencia inolvidable e importante; es en realidad mucho más que todo eso. Cualquier artista desearía que su carrera en un teatro terminara de una manera tan espléndida, y sobre todo con un sincero calor humano como el que yo he recibido esta noche aquí". Y lo cierto es que en un mundo tan complejo y lleno de envidias como es el del ballet, hay que decir que Julio Bocca es un caso atípico que despierta simpatías allá donde va, aun teniendo el empaque y los detalles de un verdadero divo de la danza.
En Manon, además de Alessandra Ferri, otro joven bailarín argentino en el papel del Lelscaut, Herman Cornejo, le dio una réplica que también fue de altura, haciendo un papel solista el madrileño Carlos López, otro de los bailarines españoles que desde hace años realiza una sólida carrera en Nueva York.
Manon no es un ballet ni fácil de bailar ni de ver; ha conseguido mantenerse en el repertorio como una de las glorias coréuticas del ballet narrativo del siglo XX, pero es verdad que su éxito depende fundamentalmente de que tanto la protagonista femenina como el masculino aporten la brillantez necesaria para hacerlo llevadero, y en este caso, Julio Bocca borda el carácter de su personaje, lo lleva a una tesitura de grandeza emotiva que contemporiza en el despliegue de la técnica. A propósito de todo ello el bailarín dice: "Los personajes dramáticos te brindan la oportunidad de decir algo mucho más intenso e importante que las propias piruetas y los saltos. Nunca he querido, a lo largo de mi carrera, que se me encasillara como un bailarín solamente brillante en lo técnico, pues la danza es muchísimas más cosas y el ballet debe contener por encima de cualquier gesto muscular su propio espíritu".
Julio Bocca se inició en la danza a partir de las enseñanzas de su madre, maestra de ballet, quien le llevó de la mano hasta el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, donde llegó con ocho años. "Todavía recuerdo que me levantaba a las 5.30 de la mañana y no volvía a casa hasta las nueve de la noche. Y desde aquellos tiempos, siendo un chico muy pequeño, ya entendí que iba a dedicar todas mis energías y toda mi vida a esto. Cuando llegué a Nueva York, con 19 años, estaba lleno de expectativas, tomaba todas las clases privadas que podía, me movía de estudio en estudio buscando aprender, porque en el ballet hay que entender que siempre estamos aprendiendo algo".
Tras estas funciones neoyorquinas, Julio Bocca emprenderá una larga gira europea de despedida de escenarios que lo han sido también de sus triunfos, en Italia, Francia y España. "Estoy esperando la gira española con una emoción y unas ganas enormes. En España di grandes pasos en mi maduración y en mi carrera, en el teatro de la Zarzuela de Madrid, en el Liceo de Barcelona y en tantos otros sitios donde siempre se me recibió con un gran cariño. Y no puedo dejar de mencionar a Arancha Argüelles, con quien hice veladas memorables". En España su gira se iniciará el 25 de julio en Murcia y proseguirá en La Granja (27), Segovia (29), Barcelona ( 2 a 6 de agosto en el Liceo), A Coruña (17), Palma de Mallorca (19), Gijón (23) y Torrevieja (25). Bocca regresará a España en febrero de 2007 para despedirse de Madrid en el teatro Albéniz.
En la gala del adiós del Metropolitan de Julio Bocca, y entre otros momentos emocionantes, destacó cuando el director de la orquesta, Leighton Lucas, le izara por los aires saltándose todas las convenciones y protocolos. No faltó ni un sólo bailarín y los propios miembros de la compañía reconocían que en contadísimas ocasiones se conseguía una atmósfera tan cohesionada y vibrante. Lluvia de confetis de oro, un tapiz de flores multicolores y el bailarín envuelto en una bandera argentina que un espontáneo le había lanzado desde los balcones del teatro.
Julio Bocca hace esta despedida de la danza, pero no se desvincula de la profesión. Su teatro de Buenos Aires, su fundación, su escuela y su compañía continúan en activo y con proyectos a largo plazo, y esta retirada a tiempo (pues la verdad es que Bocca está en una espléndida forma física que en lo absoluto augura el final de una carrera) nos deja el resplandor y la estela del gran momento de una verdadera estrella.
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