Ballenas

Las ballenas, ya se sabe, son los seres vivos más grandes del planeta. Además son mamíferos, es decir, parientes lejanos nuestros. Por otra parte, es el único animal que, proporcionalmente, posee un cerebro más voluminoso que el del ser humano. Y éste es un dato muy importante, porque la paleontología moderna lleva tiempo calculando el progreso intelectual y la humanización de nuestros ancestros justamente a través del tamaño del cerebro. A más masa cerebral respecto a la masa corporal, más inteligentes y más cerca del homo sapiens. Hasta llegar a nuestras cabezotas actuales, que encierran unos 1.400 gramos de materia gris. Y con ese kilo y pico de neuronas nos creemos los reyes del mambo, porque nuestra proporción cerebro-cuerpo es mayor que la de todos los animales... salvo los cetáceos.
Se sabe, por otra parte, que las ballenas poseen una especie de lenguaje con cientos de sonidos diferentes. Más aún: los sonidos dependen de la zona en la que viven, de manera que, por ejemplo, los cetáceos del Pacífico suenan distinto que los del Atlántico. Vamos, como si hablaran diversas lenguas: ballena-inglés, ballena-francés... Todo esto viene al hilo de los indecentes intentos de Japón para reanudar la caza de ballenas. Según Greenpeace, Tokio lleva años sobornando países pobres para conseguir su voto de apoyo ante la comisión ballenera: ya habría comprado 21 países, con un coste de 240 millones de euros. Su actitud, en cualquier caso, es el perfecto ejemplo de esa codicia prepotente y depredadora que está acabando con los recursos del planeta. Por ahora, Japón no ha logrado levantar la moratoria. Pero, si no tomamos medidas, lo conseguirá, porque el sucio dinero mueve montañas. Qué asqueroso comercio: matar a una ballena cuesta mucho, se tardan largas horas de feroz agonía carnicera. Para peor, estas enormes bestias son bichos pacíficos que sólo atacan a los balleneros cuando éstos hieren a sus crías. Esto es lo que más me conmueve de las ballenas: que, siendo como son formidables gigantes capaces de romper un barco de un coletazo, escojan ser dulces. En esa elección, déjenme que les diga, se nota su inteligencia y la ventaja cerebral (y moral) que nos llevan.
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