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Columna
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Por San Juan

Hay una curiosidad especial, andaluza, ante el Estatuto catalán, casi nuestro hermano y semejante. Será un éxito para sus partidarios si hoy se cumple el resultado previsto en la encuesta de este periódico, hace una semana. La primera pregunta de los encuestadores me pareció muy interesante: "¿Sabe usted que el próximo 18 de julio hay convocado un referéndum?" De cien, sólo una persona y media no lo sabía. Siento curiosidad por esa persona y media que no se había enterado de nada, aun estando en el mismo mundo, en la misma Cataluña que los encuestadores, que han podido llegar hasta la persona y media, y le han preguntado, y ella no conocía la existencia del referéndum, pegajoso estribillo nacional de los últimos tiempos. Yo quisiera saber algo del carácter de esa persona y media. Debe ser poco común.

Donde estoy, en el extremo oriente de la costa de Málaga, más que en la perspectiva del referéndum catalán se vive en la perspectiva de la Noche de San Juan. Es una noche bastante catalana también, y había una canción de Serrat, Per Sant Joan, con versión castellana de Juan & Junior. Aquí hay muchos nativos que crecieron en Cataluña, aunque probablemente esto no tenga nada que ver con que el día del campeonato europeo del Barcelona hubiera en el pueblo una caravana nocturna de un centenar de coches, bocinazos y banderazos. San Juan se celebra casi inmediatamente después de la otra gran fiesta, San Isidro, como si mi ciudad se dividiera entre el mar y el campo, o entre Madrid y Barcelona.

El caso es que no quedan marengos, o queda alguno tan raro como la persona y media que no sabía del referéndum catalán, pero sobrevive una épica de barrios y familias marineras, la Gente de la Mar, con mayúsculas. Y apenas quedan huertos, trepidantemente urbanizados para la prosperidad turística. Se pierde la costumbre de vender en el portal de la casa los frutos de las estaciones: habichuelas, berenjenas, tomates, pimientos, lechugas, higos y brevas. Encendemos hogueras para quemar lo viejo en la Noche de San Juan, fiesta purificadora, regeneradora, vivificante, como el fuego mítico o como un producto cosmético.

Ya funciona aquí el ambiente comercial de la sanjuanada, que no sólo es tráfico de sardinas para la moraga playera. La industria de la depilación es fundamental. Una depiladora me comenta el extraordinario trabajo que se le viene encima con la fiesta del fuego, noche en bañador que se dilata durante varios días. Este año hay más hombres que mujeres para depilarse, como si fueran tenistas o futbolistas, campeones del mundo. San Juan es un santo de baile, o por un baile le cortaron la cabeza. Es una de las historias evangélicas que más nos gustaba a los niños. La hija de Herodías bailaba estupendamente en el cumpleaños de Herodes y, como premio, pedía la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja. Terenci Moix escribió un ensayo titulado El sadismo de nuestra infancia, y hay quien dice que la hija de Herodías se llamaba Salomé, que es nombre de artista de variedades.

Esta historia une esplendorosamente la Navidad (en algún sitio del Nacimiento le están cortando la cabeza a Juan el Bautista, o la tienen ya puesta en una bandeja de plata), las luces del árbol navideño, y las hogueras de San Juan, los solsticios de invierno y de verano. Arderán los árboles de las últimas navidades en los fuegos de junio. Arderán muebles viejos. Una vez, en mi calle, me pidieron que echara algo a las llamas, y bajé algunos folletos: no pretendía rendir homenaje al detective Carvalho de Vázquez Montalbán, ni a los jóvenes hitlerianos quemadores de bibliotecas. ¿Cómo me atrevía a quemar libros?

Mis vecinos salvaron del fuego los folletos, que me fueron expropiados. Mientras los especialistas valoran los resultados del referéndum y la nueva configuración del panorama electoral de Cataluña, en particular, y de España, en general, en Andalucía viviremos el síndrome del espejo. Mientras otros planean ya la negociación de traspasos de dinero y competencias, aquí se bailará en la playa, alrededor del fuego.

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