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Reportaje:EL LIBRO DE LA SEMANA

Un 'Tesoro' ilustrado

El mayor elogio que se puede hacer a un diccionario es decir que puede leerse. Sí: no consultarse (la cruda operación de llegar, sacar lo que uno quiere y luego marcharse), sino disfrutarse. Si alguna obra lexicográfica se presta a la lectura es ésta. En el Renacimiento, cuando despertó el interés por las hablas vulgares, aparecieron los primeros diccionarios de lenguas europeas, con frecuencia llamados tesoros por las riquezas que encerraban. Con cierto retraso, en 1611 -justo entre las dos partes de El Quijote- aparecía el Tesoro de la lengua castellana o española. ¿Quién fue el esforzado autor de nuestro primer diccionario? Sebastián de Covarrubias, de familia culta (su padre recopiló canciones y refranes), poderoso hombre de la Iglesia (capellán de Felipe II), políglota y humanista, dedicó al Tesoro el tiempo que le dejaba su cargo de canónigo de Cuenca. Trabajó en él cinco años, en su biblioteca, una de las mejores de la época. Comenzó por la A, y al llegar a la C -recuerda Dominique Reyre en su prólogo- ya daba muestras de angustia ante la magnitud de la tarea que había emprendido.

El Tesoro no es un diccionario tal y como hoy lo entendemos: más que hablar de las palabras, habla del mundo. Es un híbrido entre diccionario y enciclopedia, trufado de refranes, citas de clásicos, chascarrillos e incluso experiencias del autor. Además, la estructura de entradas y subentradas del original es confusa (hasta el extremo de que -recuerda Ignacio Arellano en su prólogo- no se puede decir con seguridad cuántas constituyen la obra). Además, los datos sobre una palabra bien pueden estar en la entrada de otra, porque fue allí donde el autor se acordó de ella. Se comprenderá, entonces, la utilidad de una edición electrónica que ofrezca la posibilidad de localizar automáticamente cualquier texto.

Los orígenes de las palabras constituyen una parte importante del Tesoro, y de nuevo el lector hará bien en ponerlo en perspectiva. Las "etimologías" que brinda son con frecuencia fantásticas, porque las procedencias de las palabras se explican por parecidos: "Púdose decir teta de la letra griega , thêta, a la cual la teta de la mujer tiene mucha semejanza, por cuanto es en forma redonda y en medio tiene el pezón semejante al punto de la dicha letra". Pero, como ya avisó el autor: "Es tan de grande utilidad el conocimiento de las etimologías, que aun hasta las falsas se han de estimar, porque ocasionan a la inquisición y investigación de las verdaderas". Esta edición del Tesoro es la primera completa que se publica: incluye el Suplemento que el autor elaboró en paralelo con su obra, más las adiciones que Noydens redactara en 1674. El texto se ha modernizado con tiento, preservando para las cabeceras también las grafías antiguas. Sólo hay que lamentar que, en una época en la que, por desgracia, pocos de los interesados en la obra tendrán estudios clásicos, las frecuentes citas latinas no estén traducidas.

La edición electrónica presenta la transcripción íntegra de la obra, en texto buscable (pudiéndose restringir la búsqueda por lenguas, o dentro de refranes) y con remisiones internas en hipertexto. Lamentablemente no se puede subir el tamaño de la letra. Cada entrada enlaza con su página facsímil: de la primera edición del Tesoro o del manuscrito autógrafo del Suplemento. El DVD contiene también las imágenes de la obra (de las que hablaremos inmediatamente), sin opción para copiarlas, lo que no impedirá hacerlo a cualquier persona con mediana alfabetización digital, pero molestará al usuario normal. Las imágenes (absurdamente, para una edición electrónica) no están enlazadas con sus fuentes.

Comentario aparte merecen las ilustraciones, de las que esta edición ofrece casi 1.400, de 185 fuentes. El Barroco es una época materialmente inundada de imágenes, no sólo por la imprenta y la xilografía, sino también por los monumentos religiosos y civiles y las construcciones efímeras erigidas en sus festividades. Por otro lado, la moda o locura de los emblemas (escenas alegóricas acompañadas de una reflexión moral) inundaban la Europa del momento: tanto el autor del Tesoro como su hermano publicaron libros de emblemas. El hombre del Barroco conocía de memoria las representaciones típicas, lo que permitía al autor del Tesoro usarlas sin reproducirlas. Cuando habla de las Gracias, refiere: "Dos dellas estén vueltas de rostro para quien las mira, la otra está de espaldas" (y la edición nos aporta el grabado de un libro de Alciato). Los detalles iconográficos encierran -claro está- una lección moral: "Dándonos a entender que de la gracia... que nosotros hiciéremos hemos de olvidarnos, por no dar en rostro con él al que le recibe". Así pues, un texto depurado y completo, flexible como sólo el texto digital puede serlo, más unas ilustraciones restituidas, permiten que el lector actual reconstruya el ambiente ideológico -tanto el culto como el popular- de uno de los periodos más fascinantes de nuestra historia cultural.

Tesoro de la lengua castellana o española. Sebastián de Covarrubias Horozco. Edición integral e ilustrada de Ignacio Arellano y Rafael Zafra. Universidad de Navarra, Iberoamericana, Vervuert, Real Academia Española, Centro para la Edición de Clásicos Españoles. Madrid, 2006. 1.644 páginas + un DVD (1,84 GB). 120 euros.

Ilustración de un sátiro en el diccionario de Covarrubias.
Ilustración de un sátiro en el diccionario de Covarrubias.

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