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Columna
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Que vienen los chinos

Como acaban de hacer Joan I. Pla y primeros munícipes de Elche, Elda y Villena, todo el mundo viaja a Bruselas para buscar solución a la crisis de las industrias tradicionales valencianas. Queríamos libertad de mercado, pues ya la tenemos, y por eso algunos textiles, plásticos y zapatos se venden todos a un euro si proceden del "gigante dormido" al que Napoleón tanto temía despertar. Hace 20 años acusaban a mi amiga Ana de excéntrica por estudiar chino, pero ahora el mandarín es el idioma más utilizado en el planeta, así que a nadie le extraña la proliferación de academias y estudios universitarios.

Ahora todo el mundo cierra negocios con Pekín intentando venderles naranjas (no de la China) y comprándoles bolsos de imitación; enviándoles fábricas y profesores de inglés y trayéndose lichis en bote, pato congelado, niñitas adoptadas y a veces mano de obra semi- esclava.

Hace 20 años. Si queríamos comer económico pero con mantel, huyendo del bareto de railite y de la peste a fritanga con aceite veterano, nos íbamos a un restaurante generalmente llamado La Gran Muralla, muy decorado con farolitos rojos, donde por señas se nos ofrecían menús tirados y se nos agasajaba como si fuéramos la última emperatriz. Luego hasta podíamos llevarnos los palillos con los que había sido casi obligatorio intentar comer, y correspondíamos al trato ceremonioso aún sospechando de aquellos probables malditos espías taiwaneses.

Hoy, familias chinas poscomunistas o neocapitalistas levantan aquí comercios y recelos que van más allá del temor a que revienten los precios. Un ejemplo lo tuvimos en Elche, con aquella manifestación y salvaje incendio de varias naves de calzado a cuyos propietarios acusaban de competencia "desleal" desde que empezaron a instalarse en el polígono Carrús cuatro años antes. Más recientemente, un millar de personas salían a las calles de Alicante denunciando que la zona residencial del primer ensanche se ha convertido en un núcleo de venta al por mayor de tejidos altamente inflamables. Dicen que están almacenados en 60 sótanos reconvertidos, sin cumplir con las medidas de seguridad exigidas a los otros establecimientos, y que el Ayuntamiento no se cuida de que tras cada cierre provisional sean subsanadas las deficiencias. Si es así, sin duda se trata de un peligro para el vecindario y de un grave perjuicio para el resto del comercio que invierte en prevención de incendios. La calle Alcoi de Valencia es también una pequeña Chinatown, después del traslado de muchas tiendas que antes estaban en Islas Canarias. Pero en l'Eixample de Barcelona, donde SOS Racismo detectó brotes de xenofobia amagada tras la "defensa del comercio tradicional y la identidad", resultó finalmente que en los locales regentados por chinos se estaba detectando un 16% de irregularidades mientras que en el resto llegaban al 21%.

Ahora, la oferta de comida oriental es más amplia y su percepción ya menos exótica. En general sigue siendo barata porque los locales son familiares y las materias primas congeladas, bastante económicas. También hay mucha leyenda urbana en esto de la turbia procedencia del cerdo agridulce. Y negra, como hubiera quedado (tras 100 días envueltos en arroz, hojas de te, cal, sal, arcilla y plantas aromáticas) la cáscara de los cien mil huevos de pato interceptados por la Guardia Civil en abril. También recordarán que, en pleno pánico por la gripe aviaria, un cargamento de pollos indocumentados tenía como destino un restaurante chino en Benidorm, lo que desató una oleada de controles sin precedentes.

En mayo, en Madrid, se encontró un alijo de productos asiáticos caducados o prohibidos. Pero sé de buena fuente que los restaurantes intentan asesorarse y adaptar sus instalaciones a la legislación. Esfuerzo a veces superior a la prepotencia encontrada en figones de alto copete cuyas trastiendas dan más grima que sus facturas, aunque las primeras no solemos verlas.

Y con la diferencia de que el "chef" de la tierra suele reaccionar con un "a mí me va usted a enseñar..." y en cambio (es auténtico) un cantonés paga la multa, reforma, y pregunta humilde tras la inspección si ya "está limpia la cochina"...

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