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Columna
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Viajar

Con carácter de decisión tomada, proyecto o simple rumor, lo mismo da, los sufridos barceloneses nos enteramos de que Iberia se propone cancelar casi todos los vuelos que van y vienen de Barcelona. Aunque así fuera no llegaría la sangre al río y el problema se resolvería indudablemente sin tropiezos, pero la mera noticia provoca en el barcelonés la vaga sensación de haber quedado incomunicado por vía aérea. Una sensación, dicho sea de paso, no desagradable. Hace un montón de años que un viaje en avión deja mucho que desear desde el punto de vista de los placeres corporales, y como experiencia vital es poca cosa. No hace falta ser Einstein para saber que el tiempo, en tanto que concepto, deja de correr normalmente en cuanto uno pierde contacto con el suelo. Por este motivo, la duración de un trayecto en avión no se mide en unidades de tiempo, sino en unidades de aburrimiento. Al concluir un largo vuelo, el viajero no siente que está lejos, sino que está harto. La conclusión es que un viaje en avión no es tal viaje, sino un trámite engorroso y caro para poder estar en otro sitio en un momento determinado.

Lo opuesto ocurre con los miles de inmigrantes subsaharianos que todos los días se juegan la vida, y a menudo la pierden, para llegar a Canarias en unas barquichuelas, con el propósito manifiesto de acabar residiendo y trabajando en Barcelona. Aunque no fueran repatriados y se les permitiera proseguir su odisea, no tengo idea de cómo salvarían la distancia que media entre el archipiélago canario y Barcelona. Pero lo que sí sé es que, si llegan y se establecen aquí, acabarán colonizándonos, del mismo modo que en el pasado los europeos colonizaron varios continentes, incluido el africano. No digo que vengan con esta intención, ni mucho menos. Sólo digo que puede producirse este fenómeno. Porque mientras nosotros nos pasamos la vida buscando nuestra razón de ser en un aparato cerrado que vuela de un sitio a otro sin saber por qué, ellos poseen la condición esencial del colonizador, que no consiste en la superioridad numérica ni en la fuerza de las armas, ni siquiera en la codicia, el coraje o la determinación, sino en haber viajado de veras, o, dicho en otros términos, en saber de dónde se viene y a dónde se va.

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