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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Paco Ontañón

El fotógrafo se presenta en camiseta imperio y pantalón de pijama, descalzo, los pies ligeramente hacia adentro, las manos tras la espalda. Mira al objetivo desafiante, en los labios la sonrisa ladeada de quien está a punto de ponerse el mundo por montera. A la derecha el respaldo de una silla, a la izquierda el quicio de una puerta, del techo cuelga una bombilla desnuda. Vallecas, 1959. "Fue mi primer piso en Madrid. Aún lo conservo". Paco Ontañón (Barcelona, 1930) expone en La vitrina del fotògraf del Palau Robert -hasta el 16 de julio- una selección de sus 50 años de ejercicio del fotoperiodismo, del que no se ha retirado: el otro día este mismo diario abría con un espléndido retrato suyo en blanco y negro de Rocío Jurado. En blanco y negro: él que fue de los primeros en España que dispararon en color.

Dice que se dedicó a este oficio porque no hubiera sabido hacer otra cosa. No hay que creerle, tiene todo el aspecto de haberse hecho imprescindible dondequiera que ha aterrizado. De muy joven ejerció de botones en el Banco Hispanoamericano del paseo de Gràcia. Su padre había muerto en la batalla del Ebro y desde niño -le llamaban "cametes de filferro"- tuvo que arrimar el hombro. La entrada de los nacionales en la ciudad, el 26 de enero de 1939, le pilló justo aquí, delante del Palau Robert, con un bacalao seco a la espalda. "Iba con mi madre, mi tía y mi hermano. Habíamos asaltado unos almacenes y llevábamos las provisiones a casa. Para cuando llegamos, casi no nos quedaba nada". Y eso que el domicilio estaba a dos pasos, en Gràcia, calle de la Fraternitat. Pero había mucha hambre circulando por la ciudad y los Ontañón tuvieron que repartir el botín, más por intentar conservar una parte que por solidaridad. Dura lucha por la supervivencia.

¿Cuándo aparece la fotografía en esta vida dedicada tenazmente a subsistir? En algún momento de la década de los cuarenta. Entre sus otras ocupaciones, Ontañón le llevaba los libros de cuentas a un publicitario. Fue en el estudio de éste donde presenció por primera vez el prodigio de las emulsiones fijando la imagen sobre el papel. "Desde que vi eso supe que me iba a dedicar a la fotografía. Ahora, con las cámaras digitales, esa emoción se ha perdido". A su nieto le sigue haciendo magia con las cubetas y los ácidos, tan viva fue la impresión que esa química le produjo a él. Por el camino del meritoriaje llegó al reporterismo gráfico en la revista La Actualidad Española. Hay una bonita imagen a doble página de los años cincuenta tomada en Mojácar (Almería): un vendedor callejero ya mayor sentado junto a unos cestos y por detrás una cuadrilla de chicos cuyos rostros son un vivo friso de la posguerra. "Esta profesión satisfacía mi curiosidad por la vida y satisfacía también mi deseo de explicar la vida de los más débiles, que merecen por mi parte el respeto más grande a su dignidad", escribe el fotógrafo en el folleto de la exposición. Hay una amplia muestra de esta dedicación neorrealista de Ontañón: hombres con boina que parecen salidos de una película de Ferreri, una mujer joven que no es Sofía Loren en un mercado, un niño apoyado en un bicicleta que De Sica olvidó incluir en su obra. Junto a ellos, imágenes de la fotografía española clásica del siglo XX, que Ontañón ha practicado profusamente: la Semana Santa y la corrida. En una pared hay un reportaje estremecedor de un combate de boxeo que enfrentó a Fred Galiana y David Moore en Madrid, el 27 de enero de 1961: Galiana solo en el vestuario, la mujer del luchador sufriendo, la derrota del púgil besando la lona. "Luego supe que estaba todo amañado. Se dejó ganar".

Pero junto a éste, hay otro Ontañón, mucho más internacional y glamouroso, el que cubre grandes acontecimientos internacionales para Europa Press, como la boda de Balduino y Fabiola en Bruselas, la de Juan Carlos y Sofía en Atenas o el viaje de Pablo VI a Palestina en 1963. "Para la boda de Balduino y Fabiola la agencia fletó un avión, un Superconstellation en el que montamos el laboratorio. Pero no habíamos contado con las vibraciones del aparato, de modo que en el viaje de vuelta a Madrid no pudimos revelar porque era imposible manejar la ampliadora. Revelamos en tierra, en Barajas. Estuvimos a punto de fracasar". Tampoco había foco automático. "Te la jugabas. Levantabas la cámara, disparabas y si salía, salía". Paparazzi en acción, lucha de codos para ocupar el mejor ángulo: Ontañón de joven tenía cierto aire a Mastroianni. De hecho también se dedicó mucho a los artistas. Desde los tiempos de la calle de la Fraternitat conocía a los gitanets de Gràcia, al Pescaílla y luego a Peret. Por su objetivo han pasado gente como Paco de Lucía, Cecilia y Paul Anka. También ha colaborado con escritores: Joan Perucho, Luis Carandell (Vivir en Madrid), Miguel Delibes, más los escritores de este mismo diario, en cuyo suplemento dominical ha publicado multitud de reportajes con Rosa Montero, Ignacio Carrión, Ángel Sánchez Harguindey y Manuel Vicent. Con este último realizó una soberbia serie sobre espectros de la que la exposición recoge dos impresionantes testimonios: un garrote vil en su estuche y una cama vacía de un penal, reservada a los encuentros amorosos de los presos, una vez cada 17 días.

"No hubiera sabido hacer otro oficio". No hay que creerle cuando dice eso, porque parece un maestro consumado a la hora de apañarse en cualquier situación. Pero el reporterismo gráfico de este país, desde luego, no habría sido el mismo sin su aportación.

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