La 'sharía' toma el poder en Somalia
La milicia de la Unión de los Tribunales Islámicos conquista Mogadiscio 15 años después del colapso del Estado
Los habitantes de Mogadiscio que padecieron los combates de octubre de 1993 entre el señor de la guerra Mohamed Farrah Aidid y las tropas estadounidenses -y que Ridley Scott inmortalizó en su Black Hawk derribado-, son 13 años más viejos y están 13 años más cansados. Es ahora esa hartura de la violencia vivida por la población desde 1991, cuando Aidid y Alí Mahdi Mohamed derrocaron al dictador Siad Barre, la principal esperanza de la paz.
No existe desde entonces Estado, ni Gobierno estatal, provincial o municipal. No hay servicio de recogida de basuras, ni autobuses urbanos, ni semáforos, ni cobro de impuestos para solventar los asuntos comunes, ni agua potable, ni luz eléctrica. Sólo miles de generadores que se alimentan del mercado negro de gasolina. Los hospitales sobreviven gracias al socorro de una ayuda humanitaria escasa, que aterriza a cuentagotas por razones de seguridad, y apenas hay escuelas porque apenas quedan maestros. Los únicos negocios lucrativos son el comercio de catina -una droga muy popular en África-, y el tráfico de armas. Toda una generación ha nacido y crecido en medio de un campo de batalla en el que la única autoridad es el Kaláshnikov.
En Somalia se desarrolla desde 1991 una especie de guerra mundial clánica. De los cuatro más importantes -los darod, al norte, en Putland; los isxaq en Somaliland; los hawiye en Mogadiscio y Baidoa, las mayores ciudades, y los digil, al sur- han brotado, ante la falta de un Estado o de una autoridad tribal, decenas de subclanes y subsubclanes armados pervirtiendo el sistema tradicional de obediencia.
Cuando las tropas estadounidenses se retiraron precipitadamente en 1993 -después de que los milicianos de Aidid arrastraran ante las cámaras de televisión los cadáveres de los pilotos de uno de los Black Hawk- había dos jefes militares predominantes en Somalia: Aidid y Alí Mahdi. Hace una semana, cuando la milicia de la Unión de los Tribunales Islámicos se hizo con el control de la capital, eran 11 los señores de la guerra que campaban en un Mogadiscio de un millón de habitantes dividido entre un norte y un sur separados por una imaginaria línea verde y cuarteado en zonas de bandidaje, repletas de controles en los que milicianos armados y a veces drogados exigían el pago de un tributo por pasar de un lado a otro.
Somalia está de hecho dividida en tres no-países: al noroeste, Somaliland, que se aprovechó de la caída de Barre en 1991 para declararse independiente. Heredera de la colonia británica, fue fusionada con la Somalia italiana en 1960 para alumbrar un nuevo Estado. Somaliland es hoy una entidad nacional que funciona y pese a no estar reconocida por ningún país recibe generosa asistencia estadounidense, rusa y británica. Al este, Putland, que se declaró Estado autónomo en 1998, aunque con poco éxito, y al sur, el caos y la guerra.
Preocupación en EE UU
La llegada de los islamistas al poder en Mogadiscio, que tanto ha preocupado en Washington y en otros países europeos, ha sido recibida con alivio por la población somalí, según una fuente occidental en Kenia y que conoce a fondo el problema. "Los islamistas son en su mayoría habergedir [un importante subclan de los hawiye] y en las zonas donde gobiernan hay orden. El número de crímenes es mucho más bajo. Se respeta a las mujeres en la calle. Disponen de una buena organización. Crean hospitales y escuelas. Sus milicias son disciplinadas. No cobran tributos ni abusan de la gente", asegura. Los hombres de negocio somalíes impulsaron la creación de los estrictos tribunales islámicos (que aplican la ley islámica, la sharía) en el sur de Mogadiscio. De la coalición de esos tribunales surgió la milicia ahora victoriosa.
Como los talibanes en Afganistán, la Unión de Tribunales Islámicos representa una autoridad única, capaz de poner fin al caos y a la guerra. Su líder, el jeque Sharif Shiekh Ahmed, ha negado toda vinculación con Al Qaeda, como sugiere EE UU, o con el terrorismo internacional. Es algo que está por probar. Igual que su autoproclamada moderación política (ayer exigió la rendición de todos los grupos armados). Su victoria se ha basado en el repudio popular a los señores de la guerra de la Alianza para la Restauración de la Paz y contra el Terrorismo, que recibieron fondos estadounidenses para frenar a los islamistas.
Ahora, el Gobierno Nacional de Transición de Somalia, surgido de los Acuerdos de Paz de 2004, tendrá que negociar con el jeque Sharif. El presidente interino del no-Estado, Abdulahi Yusuf (ex líder de Putland) y el primer ministro Alí Mohamed Gedi tienen la autoridad teórica; el islamista, el poder militar. Pese a su victoria en Mogadiscio, Sharif tendrá que negociar entre los clanes si quiere evitar el estallido de una segunda guerra mundial somalí.
En Mogadiscio, mientras, desaparecieron los controles callejeros y sus habitantes comienzan a asomarse a la calle. La vida regresa poco a poco a su mísera cotidianidad. Según Josep Prior Tió, coordinador general de Médicos sin Fronteras en Somalia, Mogadiscio es una ciudad extraña: calles repletas de basura y casas agujereadas por la metralla de todas las guerras junto a los primeros cibercafés abiertos con el dinero de la diáspora.
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