Una pausa necesaria
El autor asegura que es responsabilidad del alcalde no inventar desastres inexistentes para justificar propuestas grandilocuentes
Hay que agradecer al alcalde de Madrid que haya abierto una pausa en la tramitación del Plan Especial Recoletos-Prado, para propiciar la reflexión entre todos y sustanciar posibles alegaciones en su día, si fuesen oportunas. Tras meses de ejercicio reiterado de un despotismo pretendidamente ilustrado o, más acertadamente, de una actitud impositiva visceral, cabe saludar este "alto el fuego temporal" como un triunfo de la inteligencia y la prudencia sobre la prepotencia.
Igualmente es oportuno el reconocimiento al gran esfuerzo técnico realizado por el equipo de profesionales ganador del concurso y redactor del actual proyecto. Equipo de reconocida solvencia y encabezado por el maestro de arquitectos Álvaro Siza. Lástima que tan esforzado empeño y tan prestigiosos nombres hayan dado unos resultados tan magros disciplinarmente y equivocados en la lectura y el proyecto de este trozo de ciudad, según mi modesta opinión. En todo caso, la nueva exposición de los trabajos anunciada por el alcalde, su análisis y debate, darán ocasión para una valoración más reposada y profunda sobre lo acertado o no de la propuesta técnica.
Hoy cabe dar prioridad a una reflexión sobre las decisiones políticas que dieron pie y marcaron las directrices de esta gran actuación y que permanecen intactas en la mente de los responsables municipales, con el alcalde a la cabeza. Reflexión realizada sobre la base de la documentación disponible, sumada a las declaraciones públicas de distinto origen pronunciadas en estos últimos tiempos en diversos foros y medios.
El espacio público y, de forma muy significativa, los espacios simbólicos de la ciudad, son materia y responsabilidad de la acción política, con independencia de la formalización física que arquitectos, ingenieros o paisajistas puedan diseñar. Que Recoletos-Prado es uno de los espacios más emblemáticos de Madrid es compartido por ciudadanos, políticos y técnicos. Por ello, su valoración actual y su futura configuración como hito referencial físico y social de la ciudad es responsabilidad prioritaria de los poderes públicos democráticos, es decir, del Ayuntamiento, en primera instancia.
De lo anterior cabe deducir que si hay pecados en los proyectos técnicos que concurrieron al concurso y, más concretamente, en el ganador que ahora nos ocupa, la causa del pecado está en quien inspiró, animó y sancionó todo el proceso de reforma urbana y su proyecto actual, es decir, el alcalde, a quien cabe exigir arrepentimiento, dolor de contrición y propósito de enmienda.
Un recorrido atento desde Cibeles a Atocha obliga a plantearse preguntas como las que siguen. ¿Una acera estrecha e inadecuada en la margen oeste, frente al Banco de España o el Museo Thyssen? Cierto. ¿Un pavimento degradado, incómodo e indigno de este gran paseo? Sí. ¿Unos quioscos cutres y mal ubicados frente al Museo del Prado con carteles y recuerdos de toreros, gitanas y panderetas? Triste reflejo de la España más triste. ¿Una glorieta de Neptuno mal formada e ineficaz como plaza y como rotador? También cierto. ¿Un borde residual y degradado junto a la verja del Botánico? Evidente. ¿Un mobiliario urbano, incluidos los juegos de niños, de baja calidad y distribución, junto con un salpicado de berzas a modo de parterres ajardinados? Feos y vergonzosos. ¿Algún árbol enfermo? Seguro, quizás más de uno.
Todo este cúmulo de malformaciones, residuos y adherencias exigen una intensa, inteligente y pausada intervención y reclaman la mano culta y sensible de un buen arquitecto, un jardinero sabio y un gobierno municipal capaz de mejorar la ciudad sin destriparla. Decoro y ornato unidos a un prudente rediseño y dimensionado de las vías rodadas para dar prioridad a aceras y paseos.
Lo que no es necesario es una intervención de tal envergadura que altere radicalmente la actual estructura con resultados inciertos, si no claramente negativos, para la ciudad, y enormemente costosa en dinero, tiempo y molestias cotidianas durante largos meses o años, añadiendo un trozo más de ciudad inacabada en un Madrid ya bombardeado.
Ésta es la responsabilidad política y ética del alcalde. Descubrir y medir los problemas reales de este gran espacio urbano y no inventar desastres inexistentes para justificar propuestas grandilocuentes. Modular los esfuerzos técnicos y el coste económico de una posible intervención. Valorar y justificar si este trozo de ciudad es prioritario en una urgente y costosa remodelación.
¿Sería oportuno pensar que los esfuerzos técnicos y económicos hoy volcados sobre el eje Recoletos-Prado, reducidos a su justa medida, generarían recursos más que suficientes para recalificar la calle Bravo Murillo desde Cuatro Caminos a plaza de Castilla? Y a quien quiera acusarme de demagogo, que mida antes cuántos ciudadanos usan a diario, durante 24 horas, esta calle, cuánta actividad se asienta en sus bordes y cuál es el valor estructurante de esta vía, también histórica.
Yo no quiero emular a Jerjes poniendo un collar de oro en el tronco de una sófora, ni siquiera defiendo uno a uno todos los árboles de este gran paseo, porque, recordando a Berlinguer, pienso que "cuando el verde no es también rojo, es una pura utopía". Tampoco quiero participar en el chalaneo de cambiar 10 o 15 árboles por un metro de acera. Porque aquí no se trata de salvar 20, 30 o 90 árboles aislados; aquí se trata de entender que lo importante es el conjunto de árboles, es decir, todos juntos con su porte actual (no sustituidos por tres palitroques), lo que conforma una "masa arquitectónica vegetal", un volumen visual y funcional tan potente como puedan ser las sólidas fábricas del Banco de España o el propio Museo del Prado.
Los principios de elegancia y austeridad, que no mezquindad o poverismo, son señas de identidad exigibles a un gobierno municipal que trufa sus discursos con exaltaciones retóricas a la sostenibilidad, y deberían constituir la guía moral y profesional para la renovación y revitalización del eje Recoletos-Prado. Ésa es, a mi juicio, la responsabilidad del alcalde, que no puede delegarla y menos encubrirla en y bajo la pericia de unos arquitectos, por sabios, sensibles y cultos que puedan ser, como ocurre en este caso.
Para terminar, quiero afirmar que no han sido baldíos los esfuerzos técnicos y políticos de todos estos meses volcados en la redacción del Plan Especial, ni considero tardías o extemporáneas las reflexiones y críticas manifestadas públicamente en estas últimas semanas. El proyecto que hoy se nos ofrece merecería un caluroso aplauso si de él aprendiésemos aquello que no debe hacerse en el eje Recoletos-Prado.
Eduardo Mangada es arquitecto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.