Una bandera tricolor
Una bandera tricolor ondea junto a los campanarios de Girona, otrora levítica. Señala el edificio del Museo de Historia de la Ciudad, donde se ofrece, hasta el 4 de junio, la exposición La II República a Girona (1931-36). 75è aniversari. Hay que atravesar el río, dejar atrás el bullicio comercial de la Rambla de la Llibertat y abrirse paso entre los grupos de turistas que suben por la calle de la Força hacia la catedral y se detienen ante la entrada del barrio judío. El viejo caserón que albergó durante años el instituto de enseñanza media recibe al visitante del museo con una oscuridad y un silencio que invitan al recogimiento histórico. El tema de la exposición quizá lo requiera. Viaje a un pasado idealizado y turbulento, próximo y lejano.
La exposición sobre la II República en Girona es un viaje a un pasado idealizado y turbulento, próximo y lejano
La fotografía de Francesc Macià en un balcón evoca la plaza de Sant Jaume de Barcelona, la tarde del 14 de abril de 1931, pero es el del Ayuntamiento de Girona unos meses más tarde. La inicial República Catalana dentro de la Federación Ibérica había dado paso, en pocos días, a la actualización de la institución medieval de la Generalitat. El gentío en la plaza da carácter de gran acontecimiento a la visita del primer presidente catalán, como la de Manuel Azaña, jefe del Gobierno, que en otra gran fotografía da las últimas paletadas al derribo de los baluartes de la Gran Via.
El correlato gerundense de la II República recupera personalidades como el pedagogo y geógrafo Miquel Santaló, que fue alcalde, diputado, ministro y primer consejero de la Generalitat. Ofrece también una radiografía clara de la significación y las dificultades de aquel anterior y precario régimen de libertades, que al segundo año ya fue objeto de un pronunciamiento militar y al cabo de cinco fue sumido en una cruenta guerra civil.
Girona fue la capital de provincia con mayor participación electoral en las elecciones municipales que hicieron caer la Monarquía, pero los resultados sucesivos fueron siempre ajustados, alternando por pocos votos el predominio de izquierdas y derechas. Era una ciudad de militares, funcionarios, pequeños comerciantes, un movimiento obrero poco potente y una numerosa iglesia episcopal. Las películas domésticas de Antoni Varés presentan escenas de una ciudad confiada -ciclistas subiendo la escalinata de la catedral, partidos de hockey sobre patines, esquiadores en Núria, audiciones de sardanas,...-, interrumpidas de modo abrupto por la de un grupo de civiles haciendo instrucción militar en el parque de la Devesa. Alguien señala que la República no acabó en 1936, fecha límite de la exposición, pero la Guerra Civil fue un cambio traumático.
Una anciana se entretiene en la parte dedicada a la obra republicana de gobierno, con fotografías del flamante grupo escolar Ignasi Iglesias, inaugurado por Macià en la montaña de Montjuïc. "La República hizo escuelas, ¡muchas escuelas!". Añade: "Hizo mucho por las mujeres, fue la primera vez que pudimos votar". La República tuvo, además, muchos periódicos, cuyas páginas y titulares ilustran documentalmente el discurso expositivo. Entre el Diari de Girona de la Lliga y el de hoy hay un gran foso. Desaparecido en 1936, su nombre reapareció al cabo de medio siglo, con la privatización del falangista Los Sitios, creado con bienes incautados en 1939 al republicano L'Autonomista.
En una vitrina dedicada a la producción editorial, llaman la atención los textos escolares de la casa Dalmau Carles-Pla y los libros de Carles Rahola: obras de historia local, vidas heroicas de luchadores por la libertad, un Breviari de ciutadania y un alegato contra "la pena de mort a Girona". El benemérito escritor fue fusilado en marzo de 1939 tras un rápido consejo de guerra.
La última sala ofrece un respiro moral, con muestras de las formas tradicionales de relación y esparcimiento y de las nuevas que anunciaban la cultura de masas. Grandes receptores domésticos evocan la novedad de la radio. Aparatos aún caros que el 6 de octubre de 1934 revelaron la superioridad del nuevo medio de comunicación, durante la fracasada República Catalana proclamada por el presidente Companys. Nueve años después de Radio Barcelona, Girona tenía en 1933 su propia emisora.
De regreso al bullicio del sábado de primavera, la enseña roja, amarilla y morada sigue ondeando al sol de mediodía sobre la gama de colores pastel de las fachadas traseras que dan al Onyar. Bandera y exposición han despertado gran interés entre los gerundenses. Las calles céntricas son de los turistas que cada fin de semana invaden la ciudad. Sobre el puente metálico de Eiffel, algunas familias sacan fotografías con el río de fondo. No parece que reparen en la bandera. Como ultima imagen de la exposición, ha quedado en la retina la figura femenina de la República en forma de globo de papel. ¿Cómo hacer que se aprecie hoy la esperanza que significó aquel régimen? Quizá baste con decir que fue el primer ensayo de una democracia moderna.
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