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Columna
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Pellizcos de monja

Jesús Ruiz Mantilla

Si cuando le vieron ustedes el miércoles en la final de la Champions, le notaron algo raro al president Maragall, no es por el atraco que el árbitro ése de medio pelo le metió al Barça sistemáticamente a lo largo de todo el partido. Si estaba pálido tampoco fue por los restos que le han ido marcando en el rostro los descalabros del tripartit, ni las pataletas infantiles de Carod. La razón la conocen quienes por la mañana, antes de que marchara hacia París, acompañaron al honorable a la Real Casa de Correos, en la Puerta del Sol, la sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid, donde asistió a la inauguración de la exposición Aproximaciones. La cultura catalana (hasta el 2 de junio), junto a Esperanza Aguirre.

Menudo sapo se tragó allí el president, escoltado por el alcalde de Barcelona, Joan Clos y sin saber qué cara poner ante las circunstancias de la gran representación hispánica que allí le habían preparado. Así se explica cómo al día siguiente salieron los socialistas catalanes con ese eslogan de: "El PP utilizará tu no contra Cataluña". Ni probó Maragall la butifarra que paseaba en bandejas ante las narices de los asistentes, ni saboreó apenas el cava bien fresco encargado para el brindis, ni nada. Aquel sapo no pasaba ni con los jugos que cocineros como Sergi Arola, que acudió al evento un tanto desconcertado, son capaces de segregar.

La muestra trata de acercar al corazón de la capital, con un paseo por la gastronomía, el arte, la moda, la arquitectura, la lengua, las excelencias de Cataluña. Bien. Pues Esperanza Aguirre, ese bastión de las esencias hispánicas que quiere poner a todos los niños madrileños a ser bilingües en castellano y en inglés -los dos idiomas en los que pretende enseñarles el Padrenuestro-, le recibió con una sonrisa espectacular y le estrechó la mano en la que lucía puesta una pulsera bien llamativa con la bandera de España.

"Siempre la lleva", comentaba uno de sus secuaces, como la cosa más natural, quitándole hierro a lo que en la España democrática es toda una muestra de facherío rancio. Pero ya se pueden imaginar cómo resplandece la bandera rojigualda en ese brazo serrano de la presidenta. Con el destello de una grande y libre. Puestos a temer, en vez del pin que le pusieron a la enseña en la transición para lavarle la cara, bien podía saltar el águila negra en cualquiera de sus vueltas.

Deslumbraba tanto, atraía de una manera tan salvaje a los presentes, incrédulos, que Maragall miraba para el suelo. No se podía tapar los ojos, pero no creo que hubiese elegido eso más que ponerse tapones en los oídos después de lo que Espe soltó después por esa boquita. Una magistral y desconcertante mezcla de sonrisa diplomática y encerrona explica el hecho de que los madrileños no vayan al teatro tanto como los del gremio desearían. ¿Para qué, teniéndola a ella gratis a cualquier hora en Telemadrid?

Las perlas que soltó no tuvieron desperdicio: "Aparte del dolor que produciría la secesión de cualquiera de las regiones españolas desgajadas del tronco común, ésta se convertiría en una rama seca". Toma. Siguió: "Molt honorable president, desde hace más de un siglo en que aparecieron en España los nacionalismos secesionistas, sus ideólogos han repetido hasta la exageración argumentos que identificaban a Madrid con el poder central, centralista y opresor". Y de remate, antes de finalizar en catalán: "Los madrileños cultivamos la hospitalidad con personas, ideas y movimientos de todos los españoles, incluso de aquellos que no quieren seguir siéndolo...".

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Por hospitalidad, en los buenos colegios a los que debió ir Espe, además de pellizcos de monja con sonrisa como el que le metió a toda la delegación catalana, lo más probable es que la enseñaran que el término implica hacer sentirse cómodo al invitado para, entre otras cosas, poder seguir predicando eso de que Madrid es una ciudad abierta. Pero así, lo que va a conseguir es espantar a todo quisqui. Un disparate.

Yo soy de los que creo, como muchos, que Cataluña no es el problema, sino la solución. Pero esta derecha sigue obsesionada con un nacionalismo que tiene más que ver con el deseo de ser francés que con el ansia de una identidad propia. No es casual que surja en Cataluña y el País Vasco, dos regiones fronterizas. Cuando cruzo los Pirineos, también me pasa. Me entra el típico ataque de modernidad, ese que el nacional catolicismo que ahora se apropia de banderas comunes, despreció a base de inquisiciones y procesiones durante siglos, cuando no cosas peores. Ah, y por cierto: ¡Visca el Barça!

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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