¿Quieres que te diga una poesía?
Un grupo de actrices regalan versos a los transeúntes en la calles de Barcelona en el marco de la Setmana de Poesia
En la Setmana de Poesia las palabras le han tomado a uno de la mano y le han llevado por esa Barcelona de catedrales terrenales y de gente con los ojos llenos de luz. Las palabras se las ha encontrado uno también en la palma de la mano, impresas en púrpura sobre una cartulina blanca, pues se las ha dado una de las 13 actrices de Imma Colomer que andan por las callejuelas de la placeta de Sant Iu vestidas de negro y de rojo con un gorrito con gasas de colores, y así han repartido palabras y versos entre el personal. "¿Quieres que te diga una poesía?", preguntaban las muchachas a los peatones el domingo por la tarde; pero un domingo por la tarde en Barcelona es como un domingo por la tarde en Groenlandia, y la gente se queda, por tanto, un poco helada. "¿Quieres que te diga una poesía?", sonreía la actriz Sílvia de la Rosa, y a uno le da vergüenza contestar que sí, y responde: "De acuerdo, dímela", y entonces le recita una muy bonita de la poetisa cubana Dulce María Loynaz que se titula Deseo. "¿Quieres que te diga una poesía?", se acercó más tarde la actriz Montse Sagués, y cuando el cronista le advirtió de que ya tiene una, Sagués apuntó que tener dos poesías juntas no es malo, y da a elegir entre varios autores, y uno por la confusión se queda con el primero que nombra, y al terminar de recitar la mujer le regala al oyente este puñado de palabras recortadas, y por eso uno las tiene ahora en la palma de la mano, ya digo. Sagués explica que le da mucha rabia que la concurrencia le responda que no quiere una poesía, y que muchos le han contestado "no" porque creen que a cambio va a pedirles dinero; pero también cuenta que una señora a la que le recitó unos versos de Martí i Pol rompió a llorar, y que, asimismo, un hombre se emocionó y la abrazó y le dio un beso, y que un grupo de niñas de no más de 12 años la han perseguido durante un rato para que les recitara poesías.
Dos mujeres entran en el Verger del Museo Marés con un pointer como de pizarra. Acuden a escuchar la lectura de los poetas llegados de México. El sol está cayendo y las palomas empiezan a buscar reposo en los capiteles del patio. Un turista fotografía a su novia bajo un naranjo, y ella posa con una guía de Barcelona en la mano. Junto a otro naranjo, alguien ha dejado apoyada su bicicleta. Esta tarde no se enciende el surtidor del estanque. El recital lo presenta el poeta Carles Duarte. Entre el público una de las actrices que han repartido poesías por la calle lleva ahora en brazos a su hija. Van a participar Josep Bru, Jorge Souza y Tomás Segovia, premio Juan Rulfo 2005.
El padre de Josep Bru fue compañero en la Guadalajara de México del ministro anarquista García Oliver, y con las llamas de esta mitología calcinada es presentado el poeta. Jorge Souza, que ha editado en México varias antologías de poesía catalana, lee, y alude al futbolista Rafa Márquez, su paisano de Guadalajara. Un señor con un sombrero blanco le graba en un vídeo. Y cuando llega el turno de Tomás Segovia, lo primero que dice el anciano poeta es que se siente un poco desplazado, y uno intenta hacerse cargo de estas palabras pronunciadas por un hombre que a los nueve años tenía un pasaporte de exiliado. Segovia, con una voz escasa, lee sus poemas dedicados a las imprentas que hay en los suburbios de la Ciudad de México, y lee también sus poemas que hablan de la sombra de los aligustres que crecen en los parques de esa ciudad, y señala que son como los naranjos del patio donde nos encontramos, pero sin naranjas. Y, a continuación, recita un puñado de poesías inéditas, la más reciente de las cuales ha sido escrita en la mañana del sábado, y dice que leerla ahora es simplemente "una coquetería".
A Tomás Segovia, cuando termina su lectura, la gente le rodea para preguntarle y darle la enhorabuena y traerle recuerdos de algún conocido lejano, y uno también se le acerca para verle de cerca. A Segovia lo que uno quiere es felicitarle por su cumpleaños, que será el próximo 21 de mayo, y cuando se lo dice, el poeta exclama: "¡No puedo creer que vaya a tener ya 79 años!", y entonces explica que este año va a publicar un libro de ensayos sobre el lenguaje, en México con el Colegio de México, y en España con la editorial Pretextos, y la conversación va enredándose, y el poeta evoca su infancia en Casablanca, ya en el exilio. "Los españoles frecuentábamos el barrio árabe. Íbamos a un cine enorme que se llamaba Maârif. Era barato...". Y cuando se le pregunta por su exilio de niño, asegura que eso no le rompió la vida porque entonces tenía toda la vida por delante: "Lo que yo dejaba atrás no lo había perdido. Lo llevaba conmigo. Me llevaba una cultura, una lengua, una tradición. Sólo había perdido un piso muy elegante en Madrid. Y sin embargo gané más cultura y libertad". Tomás Segovia está convencido de que este siglo XXI va a ser el tiempo de los derechos del no ciudadano: "Pero eso lo he visto claro desde siempre. Yo he sido no ciudadano desde los nueve años".
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