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ERC, los empresarios y el síndrome de Peter Pan (II)

Antón Costas

No pretendo hacer leña del árbol caído. Sólo quiero sacar enseñanzas del fracaso de la primera experiencia de gobierno de izquierdas y catalanista; enseñanzas que nos ayuden a comprender lo que ha pasado, a la vez que hagan más llevadero el tono bronco y dramático de la vida política y permitan hacerlo compatible con las necesidades de modernización y crecimiento económico.

La primera lección es que las buenas políticas no hacen por sí solas una buena política. El tripartito ha logrado algunas buenas políticas en sanidad, enseñanza, dependencia, marginalidad, competitividad, infraestructuras y energía. Lo que le ha fallado -o, más bien, le ha explotado en las manos- es la Política con mayúscula.

La segunda lección es que estamos abocados a vivir con una esquizofrenia y un nivel de ruido político muy elevado y creciente. Por un lado, la política catalana mantendrá permanentemente relaciones de complementariedad y conflicto con la política española. A mayor intensidad de las fuerzas centrífugas o soberanistas, mayor será también la reacción de las fuerzas centrípetas. Al Diguem no de Esquerra (ERC), se opondrá el Digues no del PP y de la nueva fuerza Ciutadans de Catalunya. Por otro lado, la esquizofrenia social aumentará porque, a la vez que la política tenderá al autogobierno, la economía y la empresa tendrán que ser más interdependientes con las del resto de España.

La tercera lección es que los actores principales de esta historia tienen que vencer la tentación de comportarse como autistas y resistir el vértigo de hacer tabla rasa de todo lo avanzado. La funesta manía de volver a comenzar. Me referiré hoy a Esquerra porque, previsiblemente, su papel en la política catalana continuará siendo importante.

No era inevitable, pero dadas las prioridades del Pacto del Tinell, el tripartito tenía muchos números para no aguantar la legislatura. De las dos opciones que tenían para fortalecer la coalición y centrar su labor de gobierno, eligió la más azarosa.

La primera era dedicarse cuatro años a gobernar y a demostrar que la coalición de izquierda y catalanista podía mantenerse unida y hacer mejores políticas sociales y económicas que las de los gobiernos anteriores. Unas nuevas políticas que reorientaran la vida política y social hacia el binomio izquierda-derecha y a los derechos y deberes de ciudadanía más que al patriotismo. La segunda opción era meterse en el proceloso camino de la reforma estatutaria. Hacerlo abocaba a dos cosas. En el frente interno, significaba alterar el statu quo político para arrebatar a CiU el monopolio del patriotismo y de la nación catalana. En el frente externo, significaba abrir la caja de Pandora de los agravios con el resto de España. Demasiados frentes para una coalición que daba sus primeros pasos.

Había varios riesgos. Uno era que ERC no estuviese aún en condiciones de soportar la presión de gobernar dada su cultura política, más propia de una organización asamblearia que de un partido de gobierno, y la falta de liderazgos internos consolidados.

Por mi parte, expresé ese temor en un artículo titulado Esquerra Republicana, los empresarios y el síndrome de Peter Pan, publicado en este diario unos días después de las elecciones y antes de formarse el tripartito. Frente al rechazo de una parte del empresariado catalán, que propugnaba una alianza entre el PSC y CiU, defendí la oportunidad de la coalición entre el PSC, ERC e IC. Pero expresaba un temor: que a ERC le sucediese como al personaje de James M. Barrie. Que se negase a crecer y optase por mantener actitudes de adolescencia política.

Ese artículo me valió críticas desde el mundo empresarial, pero pensaba que valía la pena pagar el coste social de incorporar a Esquerra a la gobernabilidad. A la vista está que ERC no ha sabido soportar la presión y ha caído en el síndrome de Peter Pan. Su comportamiento ha respondido en algunos casos a la actitud prepotente del yo estoy bien, tú estás mal. Quizá el caso más paradigmático fue el de la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos y la posterior intimidación al mundo empresarial catalán en el caso del cava. El penúltimo episodio fue imponer el nombramiento de Xavier Vendrell, y el miedo a imponer su liderazgo para mantener el apoyo de sus bases a la obra política del propio tripartito: el Estatuto.

En su descargo hay que decir que tiene que ser muy duro levantarse una mañana y ver en todos los medios que tu pareja política en Madrid se ha liado con tu principal adversario, después que tú le habías demostrado una lealtad encomiable apoyándole sin fisuras en todas sus batallas y leyes. Todo un drama escénico que exigirá analizar en otro momento la conducta implacable y arrolladora de Rodríguez Zapatero.

Pero de la misma forma que Pasqual Maragall ha sabido llevar sin aspavientos su maltratada dignidad política y seguir adelante, los líderes de Esquerra se han dejado arrastrar por el órdago de Rodríguez Zapatero y han respondido con un órdago propio.

Mi temor es que, de nuevo, ERC se deje llevar por el síndrome de Peter Pan, caiga en el victimismo y perjudique los intereses del país. Este temor está alimentado por las primeras declaraciones de sus líderes, que ven las causas de sus males no en errores propios, sino en los intereses de la coalición psoeconvergente y del mundo empresarial.

Tenemos que esforzarnos en no mezclar política con empresa. El temor de los empresarios es que la política acabe rompiendo la unidad de mercado y perjudique la producción y el empleo del país. Como decía Carlos Ferrer Salat, ¿dónde se ha visto que la metrópoli se separe de sus colonias?

Deberíamos acostumbrarnos a que política y empresa en Cataluña vivirán en estado permanente de esquizofrenia. Mientras que la política tenderá al autogobierno, la empresa buscará la interdependencia con España. Sólo siendo fuerte en tu mercado puedes afrontar la globalización. Habría que saber convivir con esta esquizofrenia, aunque sólo sea porque con las cosas de comer no se juega.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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