_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hechos y conjeturas

Andrés Ortega

- Rodeado. Irán es el único país de la zona que ha sido atacado con armas de destrucción masiva (químicas iraquíes). No se ha comportado como agresor, aunque el régimen de los ayatolás ha apoyado a grupos terroristas. Tiene fronteras por tierra o mar con una docena de países. En su derredor tiene cinco potencias nucleares, más EE UU, muy presente. Irán es productor de petróleo y de gas pero con un considerable déficit en refino, lo que le obliga a importar gasolina y otros productos. Un programa de energía nuclear civil tiene sentido, y resulta muy popular en Irán.

- Normalizar. EE UU fomentó el golpe que interrumpió el primer proceso democrático en 1953. Desde la revolución islamista de 1979, Estados Unidos e Irán no han normalizado sus relaciones (pese a todo, la sociedad iraní es la más proamericana de la región). Desde 1998, y discretamente en los últimos dos años, Teherán intenta entrar en negociaciones directas con Washington para ganar reconocimiento y dejar atrás su relativa marginación. La Administración Bush quiere iniciarlas sólo sobre el futuro de Irak, para el que necesita la cooperación iraní. La carta, de gran interés si se tiene la paciencia de leerla, de Ahmadineyad a Bush, de presidente fundamentalista musulmán a presidente fundamentalista cristiano, lleva subyacente esa cuestión. Significativamente, la carta no cita la destrucción de Israel, aunque sí quejas sobre su creación. Irán busca reforzar su seguridad existencial, como país y como régimen.

- El que manda. Quien decide en Irán en materia de política exterior y de seguridad no es el presidente, sino el líder supremo religioso, Alí Jamenei, al frente de una estructura paralela a la del Estado que incluye el Consejo de Seguridad Nacional. El régimen está aprovechando la situación para apretar las tuercas contra los avances liberales. La detención del tranquilo filósofo Ramin Janhanbegloo se sitúa en este contexto.

- La carga de la prueba. El Tratado de No Proliferación (TNP) no prohíbe a un país enriquecer uranio, sino hacerlo con fines militares (salvo a los cinco Estados oficiales con armas nucleares). El Consejo de Seguridad de la ONU le pidió a Irán que interrumpiera su programa de enriquecimiento. Irán lo ha acelerado. Pero el Informe del OIEA no ha encontrado nada realmente ilegal. Su mayor acusación es que Irán no ha colaborado suficientemente como para que el Organismo pueda certificar que el programa iraní no persigue fines militares. Como a Irak en su día, lo que ahora se le pide a Irán, tras años de supuesto encubrimiento, es que invierta la carga de la prueba: que demuestre que es inocente. Debería hacerlo. Pero necesita que se le pongan delante unas zanahorias atractivas. Es lo que proponen los europeos y, de otro modo, los rusos. Pero Teherán quiere tratar con EE UU, algo por lo que abogan Kofi Annan y la cumbre del D-8 (los ocho más grandes países musulmanes).

- Ni bomba, ni sanciones. Salvo algunos chiíes, nadie, en el mundo musulmán, ni en el árabe ni en el occidental, ni por supuesto Israel, desea que Irán se haga con el arma nuclear (posibilidad que los expertos sitúan en un horizonte de tres a diez años). Pero tampoco nadie quiere unas sanciones duras del Consejo de Seguridad, por no hablar de un ataque americano que ponga en peligro los suministros de petróleo iraní o impulse aún más el precio del crudo.

- Contradicción. Casi todos los temas de Oriente Próximo, e incluso muchos globales, pasan ahora por Teherán: Hamás, Líbano, Irak, el precio del petróleo o la lucha contra el terrorismo transnacional. Irán tiene una gran capacidad de hacer daño. Es una razón por la que EE UU no quiere sólo que Irán no logre la bomba, sino cambiar el régimen en el poder. Los efectivos de la oficina de Irán en el Departamento de Estado americano se han incrementado con este fin. Washington puede estar persiguiendo objetivos contradictorios: cuanto más apriete en lo nuclear, más reforzará al régimen. Hay un riesgo de acabar como con Corea del Norte: con un régimen reforzado, con la bomba, aunque con un efecto desestabilizador mucho mayor. aortega@elpais.es

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_