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Columna
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La velada

El médico, los militares, la artista de zarzuela llegan en aquel coche, que se quedó sin confiscar, a las comarcas norteñas del País Valenciano, e inician el diálogo que se prolonga durante la cena y la sobremesa. Y Manuel Azaña, en La Velada en Benicarló, describe con dos pinceladas de prosa modernista el llano costero del Baix Maestrat, cuando los viajeros "desembocan en la Plana, llameantes los ocres de la costa sobre el agua azul, anegada en tintas de violeta la hosquedad confusa del Maestrazgo" y "la silueta abrupta de Peñíscola, desgajada de la tierra". El que fue presidente de la Segunda República murió casi olvidado en el exilio, y no permitieron que su caja mortuoria fuera cubierta con una bandera republicana y española. Pero a Don Manuel Azaña Díaz y a su Velada en Benicarló los sacaba con acierto a colación, ese otro día y en estas mismas páginas, el novelista Antonio Muñoz Molina. El escritor jienense de los jinetes polacos y los inviernos en Lisboa hacía unas consideraciones generales sobre los valores republicanos, olvidados durante estas últimas décadas, de los cuales Azaña fue un referente. Entre ellos la preocupación de una determinada clase política republicana por la instrucción pública, y el sentido de la austeridad y de la decencia de esa misma clase política, que el escritor echaba hoy en día a faltar.

Hablaba Muñoz Molina del patriotismo cívico y sereno de algunos político de antaño, y del "raquitismo cívico y profunda penuria cultural" de hogaño. Así que lo más conveniente era volver a una nueva lectura de La Velada para conmemorar los aniversarios históricos de una República que pudo ser y no fue, para reflexionar serenamente, como Azaña, sobre la incivil contienda, y para tropezar con las cuatro geniales frases que retratan de linda forma un rincón de esta tierra valenciana.

Porque con la penuria cultural, el raquitismo cívico y un determinado patriotismo desmelenado, tropieza uno a diario. Tropieza con ese destartalado patriotismo cuando escucha uno a la primera autoridad autonómica trazar una línea divisoria entre valencianos con tino y sin tino a cuento del agua del Ebro que necesita el cemento; o cuando califica de patraña las críticas a un urbanismo más que criticable, y de "amigotes de Bruselas" a los conciudadanos europeos que son de la misma opinión crítica. O se comulga con el poder o se es enemigo, o adversario de la patria valenciana, y bien sabe el Dios hebraico cuán falaz es el dilema. El raquitismo cívico anda por donde los emisarios submarinos de aguas residuales que no cumplen la normativa europea de depuración en poblaciones situadas dentro del cuadro que pintó Azaña: Vinaròs, Benicarló, Peñíscola o Alcossebre; o anda entre el PAI que presenta un empresario en Alcalà de Xivert, prometiendo, si lo aprueban los munícipes, construir de forma gratuita la imprescindible e inexistente depuradora de Alcossebre. Y ello sucede en la región europea que avanza económicamente con marcha triunfal, como el ejército que empujó a Azaña al exilio francés.

Para penurias culturales tenemos como botón de muestra a Martínez-Pujalte: todo un ejemplo de grandeza en materia de oratoria y debate parlamentario que dejan a ras del suelo los discursos de quien fue presidente de la Segunda República, y tuvo con la palabra oral y escrita un tiento especial; todo un ejemplo del diputado valenciano que empequeñece los desatinos y las faltas de convivencia de lo más granado de los alumnos díscolos que soportan los maestros. Y mejor es guardar en la memoria el sentido de la austeridad y la decencia de un Azaña, cuando uno se da de bruces con cuentas secretas en las Bahamas, Midways internacionales, swift bancarios, comisiones, bolsas de plástico, enriquecimientos rápidos de origen todavía desconocidos, rentables fitosanitarios para concretas figuras de la clase política que deambulan o deambularon por despachos ministeriales y otras cuentas del Ivex, que necesitan de veladas públicas y reflexiones a lo Manuel Azaña.

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