Portugal reacciona a cámara lenta
Los inversores lusos estafados no pierden la esperanza y aún no han presentado denuncias
Hace cuatro años, el fundador de Afinsa, Albertino de Figueiredo, se hizo una foto con Robert de Niro. La galería Metta de Madrid exponía por primera vez en España la obra del padre del actor, pintor estimable, y allí estaba el dueño en persona, posando henchido de orgullo junto a la estrella de Hollywood.
La foto se convirtió en un clásico de cada reportaje sobre Figueiredo, que cultivaba en Portugal, el país natal del que salió en 1965, una desinhibida imagen de triunfador de los negocios, mecenas de las artes y filántropo, a lo cual añadía los títulos de comendador de la orden del mérito y cónsul de Timor Oriental, reflejo de su amistad con el Nobel de la Paz Ramos Horta y con Antonio Martins da Cruz, embajador en Madrid entre 1999 y 2001 y ministro de Exteriores del Gobierno de Durão Barroso entre 2001 y 2003, al que Figueiredo llamaba "mi ministro de Exteriores" desde que lo fichó como consultor para la expansión internacional de Afinsa en septiembre pasado.
El país vecino asiste estupefacto a la caída del mito de Figueiredo, uno de los empresarios más admirados
Entre los casi 20.000 afectados se mantiene la calma general, salvo algún acceso de ira aislado
A algunos les parecerá ahora que Albertino era un poco temerario porque le gustaba abrir los salones de su enorme piso madrileño de la calle Ortega y Gasset a la prensa y mostrar su sofisticada y ostentosa intimidad, en la que siempre aparecían José, el mayordomo andaluz de toda la vida; su espectacular colección de arte (Renoir, Picasso, Miró, Arroyo, Botero, Vieira da Silva..., pero también alguna pieza de marfil del siglo IV antes de Cristo, y algún busto florentino del XVI) y las menciones a su yate, el Sophia Blue, de 20 metros de eslora, atracado en Mónaco "para no llamar la atención de las autoridades fiscales españolas", según declaró una vez a Expresso sin atisbo de pudor.
En sólo unos pocos meses, las cosas han cambiado mucho. El chiringuito de los sellos, que Figueiredo inventó y vendió en tantas entrevistas, incluso muy recientes, como "una inversión tan rentable como la inmobiliaria", se ha venido abajo. Y Portugal hace recuento, a medio camino entre la estupefacción y la autocrítica, de los daños colaterales causados por la ambición de uno de los empresarios (aunque Albertino fuera considerado un portuñol) más admirados del país.
Como si fueran incapaces de creer las noticias que llegaban de España, los miles de inversores portugueses que confiaron sus ahorros a Afinsa (12.000) y Fórum Filatélico (aún no hay cifras oficiales, pero se calcula que son más) han reaccionado a cámara lenta. Sin gritos, sin manifestaciones, ni cortes de tráfico, ni invasiones de sedes, ni plataforma de afectados. De manera discreta y educada, los clientes han pasado de telefonear a las empresas para preocuparse por su dinero a personarse pacíficamente en las sedes y, por fin, a presentar centenares de peticiones de información en la Asociación para la Defensa de los Consumidores (Deco).
Quitando la aparición de alguna situación aislada de ira contenida, como la del empresario de Viana de Castelo que el pasado viernes, al salir de la flamante sede de Afinsa en esa localidad, amenazaba con hacer "una asnería", la inmensa mayoría de los afectados que aceptan hablar se resisten a dar su dinero por perdido.
La tónica general la daba otro inversor anónimo (muy pocos quieren dar su nombre, aunque los medios de comunicación han revelado ya que hay altos ejecutivos de empresas y futbolistas de primera división) que contaba que su optimismo ha ido deteriorándose día a día: "Es difícil creer que una empresa que ha estado 20 años en el mercado haya hecho cosas ilegales. Pero las cosas cambian, claro".
Tanta calma parece haber contagiado incluso a la asociación Deco, que ha pedido reunirse con responsables de Afinsa y el Ministerio de Finanzas luso y aún está decidiendo con sus homólogos españoles a qué lado de la frontera conviene personarse como acusación particular. Aunque Pedro Moreira, jurista de la asociación, dice que "demasiada calma puede resultar fatal" y está extrañado por la tibia reacción de sus compatriotas: "Es sorprendente, pero muchos mantienen la esperanza de recibir su dinero".
También el primer ministro, José Sócrates, ha mostrado su preocupación y ha dicho que "se castigará a quien no haya cumplido con la ley, si hubiera razones para ello". Pero, hasta ahora, nadie ha decidido denunciar nada, y ni siquiera la noticia de que Afinsa Investimentos, que opera en el país desde 1988, es una simple delegación de intermediación de la casa madre española, por lo que presumiblemente será también declarada insolvente, parece haber ayudado a captar una realidad que el popular periódico Correio da Manhá ha resumido en este titular: "Doña Branca, en versión filatélica".
Doña María Branca dos Santos, llamada A banqueira do povo (la banquera del pueblo), fue la pionera lusa del pelotazo basado en captar ahorros ajenos con la promesa de multiplicarlos. José Antonio Gurriarán -que trabajó como corresponsal de TVE en Lisboa durante muchos años y la conoció en 1990, abandonada en un hospicio por sus compinches cuando éstos ya habían huido del país- recuerda que doña Branca montó en un sótano un chiringuito financiero que, "entre 1970 y 1984, repartió en Lisboa dividendos que triplicaban y hasta cuadriplicaban los que daba cualquier entidad bancaria o bursátil".
La señora estafó 17.000 millones de escudos (casi 85 millones de euros) y fue condenada a 10 años de cárcel, y aun así, escribe el periodista, "hubo clientes que se manifestaron en procesión y la defendieron como si se tratara de una santa".
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