Torero valeroso, torero atlético
No se puede negar que hubo espectáculo en la plaza; un alarde de heroísmo a cargo de Castella y un derroche de facultades físicas de la mano de El Fandi; y, por momentos, sólo por momentos, pinceladas de toreo. Pero no hay que olvidar que ésta es una fiesta de valor y de arte, lo que obliga a ser más exigentes con los toreros y menos triunfalistas a la hora de solicitar trofeos.
De todos modos, sería injusto no reconocer que Sebastián Castella se la jugó de verdad, y que volvió a poner de relieve que posee una frialdad extraterrestre frente al riesgo. Emocionó, y mucho, a base de quedarse derecho como una vela y permitir que los pitones le rozaran la taleguilla una y otra vez. Así ocurrió en su primero, un inválido al que cortó una oreja con el valor como único exponente. Todo el trasteo transcurrió en el centro del anillo, y allí comenzó con un pase cambiado por la espalda hilvanado con un cambio de manos y ligado con un largo pase de pecho. Aguantó impertérrito una voltereta sin consecuencias y, ante la invalidez absoluta del toro, decidió quedarse quieto en una porfía que parecía imposible.
Garcigrande, Hernández / El Fandi, Castella, El Capea
Cuatro toros de Garcigrande y uno de Domingo Hernández, desigualmente presentados, mansos, blandos y manejables; el quinto, de Pereda, bronco y deslucido. El Fandi: estocada caída (ovación); bajonazo (silencio). Sebastián Castella: estocada muy baja (oreja); estocada muy baja -primer aviso-, estocada caída -segundo aviso- (ovación). El Capea, que confirmó la alternativa: estocada caída (división); pinchazo y cuatro descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 12 de mayo. Tercera corrida de feria. Lleno.
Mucho más emocionante fue su labor en el quinto, un toro alto de hechuras, con los pitones muy astifinos, que derrochó genio y aspereza. Otra vez toda la labor la realizó en el centro del ruedo, muy asentados los pies en la arena, y allí aguantó oleadas, gañafones y tarascadas sin inmutarse. Toreó poco, pero despreció el riesgo con pasmosa naturalidad. El toro, muy distraído durante toda la lidia, vendió cara su muerte y persiguió con saña hasta la voltereta al subalterno Juan M. Molina, afortunadamente sin consecuencias. Tardó en morir y a punto estuvo de sonar el tercer aviso. Muy valeroso Sebastián Castella, al que habría que exigirle algo más de toreo.
El mejor toro de la tarde le tocó en suerte a El Fandi. Lo toreó muy bien, con gusto y variedad, con el capote; volvió a asombrar con sus grandes facultades técnicas en banderillas y, de nuevo, puso de relieve que la muleta es su gran asignatura pendiente. Lo lanceó de salida a la verónica, bajando las manos con mucho gusto. Volvió a lucirse en un quite que compartió con Castella: primero, una chicuelina enlazada con una tafallera, una gaonera y abrochadas las tres con una larga cordobesa, todo un compendio de garbo y empaque. Le respondió Castella con gaoneras enganchadas pero muy ceñidas, y cerró el granadino con ajustadas chicuelinas. Éste fue el momento de mejor toreo de la tarde. Banderilleó con más voluntad que justeza, y bajó, y mucho, en la muleta. Faena larga, insulsa y vulgar a un manso encastado y noble que mereció mejor suerte. Mejoró con los garapullos en el cuarto y no dijo nada en el tercio final. El Capea dijo ser un torero frío, frágil, con un punto de sosería y sin ánimo para el enfado consigo mismo. Sólo voluntarioso ante su descastado primero y decidido, pero poco acertado, ante el rajado sexto.
Babelia
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