Cosméticos contra la edad
La edad, la edad. Los pocos kilos de más no son nada si se comparan con los muchos años que nos sobran. Una campaña omnipresente junta actualmente los antiarrugas con los antifatigantes, los lifting de papada con la blefaroplastia, satura de marcas milagrosas las revistas masculinas o femeninas, los centros comerciales, los mostradores de aeropuertos y farmacias. Ante esta invasión del bótox, el retinol, los Omega-3 y las hormonas de todas las clases, los antioxidantes y vitaminas más las prodigiosas inyecciones del doctor Chams, la cuestión de envejecer ha llegado a constituir un asunto social de primer grado. El declive físico ha girado de individual a colectivo, de particular a supergeneracional. No por azar, desde luego, esta ansiosa oleada procede de EE UU y del amplísimo mercado formado por casi 77 millones de baby-boomers, nacidos tras la Segunda Guerra Mundial y en fase de jubilados.
Esta cohorte, acostumbrada a inaugurarlo casi todo, no se aviene a su propia clausura y un día son las estrellas de rock las que ofrecen el espectáculo de subirse todavía a una palmera y, otras, son las retocadas actrices y actores desde Sofía Loren a Susan Sarandon, desde Robert Redford a Harrison Ford, quienes proclaman la juventud sin tregua.
El mundo parecería oscurecerse con el final de su protagonismo de estrellas. Pero también la caterva de gente anónima que compone la misma generación demanda, como en tiempos de catástrofe, urgentes dotaciones de fármacos o cosméticos con que combatir los años de más. De hecho, la sensación de emergencia mediática ha llegado a ser tan fuerte que se expenden productos sin control y surgen clínicas clandestinas donde se imparte, como en los tiempos de la alquimia, fórmulas secretas que o bien conceden una mágica apariencia sobre el discurrir del tiempo o empujan a contraer gravísimas enfermedades que concluyen en la degeneración total.
En este cosmos que, bajo la apariencia trivial de la cosmética encierra un desasosiego trágico o fundamental, se desarrolla una inaudita concepción de la existencia. En este nuevo sistema, la experiencia de vivir no poseerá proceso ni finalidad, sino tan sólo sucesión de etapas. Así, a la manera de otras experiencias en el interior de la cultura del consumo, los años no vendrían a acumularse hasta hundirnos en la fosa sino que tratará de considerar cada edad (cada nuevo capítulo) como una oportunidad, desconocida hasta entonces, de vivir episodios nuevos, tal y como han enseñado las teleseries.
Desde esta perspectiva, el envejecimiento lo malo que incluiría sería, ante todo, el aspecto. No se ve mal envejecer, lo malo es como se ve al viejo. Consecuentemente, la cosmética no debe concederse el menor descanso. El objetivo de su investigación, su meta irrenunciable, tan fundacional como razonable, debe ser conciliar lo mucho que de bueno aporta la experiencia de la vida con un buen porte. Porque ¿quién explicaría, acabada la metafísica, desaparecido el más allá, que se pudiera seguir habitando esta realidad con mala cara?
De hecho, ante lo insufrible de esta paradoja se han creado movimientos de acción contra la edad, tal como si se tratara de una peste y acaso la peor y más antigua. En esta dura pelea, las noticias de algunas victorias no faltan y un popular doctor norteamericano perteneciente a la American Academy of Anti-Aging Medicine (A4M), Ron Rothenberg (BusinessWeek. 20 marzo 2006), asegura que con sus métodos es ya posible cumplir 125 años. No son, desde luego, la eternidad pero brindan la ventaja de que a esa altura el deseo de desaparecer empieza a ser más importante que el de parecer. La vida, dice este doctor, tiende a adquirir la forma de un rectángulo y no del clásico triángulo. Con el triángulo se evoca a la pirámide funeraria y al reloj de arena, pero con el rectángulo se alude a un fuerte contenedor donde los años se empaquetan iguales. No se fenecerá pues a la manera declinante de antes sino de súbito, sin menguas previas. La energía del final se convalidará así, sin fallos, con el vigor de la juventud más firme.
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