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Columna
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El retorno del proteccionismo inversor

Ángel Ubide

Tras muchos años de avance hacia la libre circulación de bienes y capitales, el mundo está comenzando a regresar en dirección contraria. La oposición a las adquisiciones de empresas en sectores declarados estratégicos en Europa y Estados Unidos y la nacionalización de empresas energéticas en países emergentes revelan una marcha atrás del proceso liberalizador que tanto ha beneficiado a la economía mundial en las ultimas décadas. Los argumentos utilizados para justificar el proteccionismo son, en el mejor de los casos, oscuros. La oposición en Estados Unidos a la propiedad china de una empresa energética o la toma de control de los puertos por una empresa del Medio Oriente se basó en argumentos de seguridad nacional de difícil justificación. La oposición en Europa a las fusiones transnacionales de empresas energéticas, o a la toma de control de la mayor empresa siderúrgica, se han escudado en argumentos de valor estratégico que en realidad esconden políticas de "campeones nacionales" de escasa justificación económica. La nacionalización de las empresas energéticas en Latinoamérica responde al giro a la izquierda populista de la clase política de ciertos países, ante el aumento de la desigualdad económica en un contexto de crecimiento económico boyante.

Este movimiento es preocupante en todos los casos, pero más en los países emergentes. Su origen remoto se puede fijar en la toma de control de Yukos por parte del Gobierno ruso. La privatización de las empresas estatales rusas se hizo demasiado rápido y sin el control adecuado, y las piezas más codiciadas acabaron en manos de unos pocos oligarcas. La justificación de Putin para tomar control de Yukos fue devolver al Estado parte de lo que le pertenecía y que había sido malvendido durante el proceso de privatización. La llegada de Chávez al poder en Venezuela, en un contexto de aumento de los precios petrolíferos, puso en marcha un proceso similar que nos lleva hasta la reciente nacionalización de las empresas energéticas en Bolivia.

¿Por qué apoya la población este tipo de políticas? Porque una de las consecuencias del crecimiento económico en una economía de mercado es el aumento de la desigualdad económica durante el proceso de transición. Tras años de crecimiento económico combinado con políticas sociales de dudoso acierto, la revolución bolivariana de Chávez encontró el caldo de cultivo adecuado y así expropiar a los extranjeros o aumentarles los impuestos sobre los beneficios para después redistribuir la recaudación entre la población podría parecer la política adecuada. Reducir la pobreza contribuye al crecimiento económico a largo plazo; pero estas políticas nacionalistas, combinadas con un deterioro patente del sistema de equilibrios y controles políticos, están casi con toda seguridad abocadas al fracaso. Por una parte, porque la actual euforia económica depende de unos precios energéticos elevados que podrían resultar efímeros: no olvidemos que hace tan sólo cinco años los precios del crudo estaban por debajo de los 20 dólares por barril, menos de un tercio del precio actual. Pero además, la gestión de estos recursos ha perdido transparencia y eficiencia -PDVSA, la empresa estatal de petróleo venezolana, ha tenido que adquirir petróleo ruso para cumplir ciertos contratos- y la recaudación, en muchos casos, no se está utilizando para mejorar el bienestar de la población, sino para financiar agendas políticas -el Gobierno venezolano está dedicando una parte importante de su nueva riqueza a financiar la revolución bolivariana en toda Latinoamérica o a subsidiar el consumo de gas en ciertas ciudades norteamericanas- o el rearmamento de sus ejércitos. El modelo noruego, donde las rentas del petróleo se gestionan de manera independiente y con objetivos de largo plazo, sería el ejemplo a seguir.

Los mercados tienen memoria corta, pero las empresas no. Una vez maltratada, la inversión extranjera en capital fijo tarda mucho en retornar, y los países emergentes necesitan la inversión extranjera para progresar (Bolivia, por ejemplo, no cuenta ni con la inversión ni con las tecnologías suficientes para gestionar sus recursos energéticos). Una de las razones de la reciente caída del dólar es la pérdida de confianza como moneda de reserva entre los países productores de petróleo. Latinoamérica debería aprender de los errores de su vecino del norte.

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