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El brindis

Cada vez que viajo entre Pamplona y San Sebastián no puedo evitar preguntarme cómo habría podido garantizarse la seguridad en la Autovía del Norte si se hubiera mantenido el trazado original previsto, es decir, sin las modificaciones pactadas por las instituciones con la coordinadora Lurraldea bajo la amenaza de ETA. Sus múltiples túneles se habrían convertido en auténticas ratoneras.

Siempre que atravieso alguno de ellos me viene a la mente el brindis (no sé si con champán) de los miembros de la Mesa Nacional de Herri Batasuna para celebrar el triunfo de la ecología sobre la propuesta de los ejecutivos de Navarra y Guipúzcoa. Y recuerdo también la rabia contenida que tal brindis produjo en muchos, entre otros, según confesión propia, el entonces presidente del Gobierno, Felipe González.

Para obtener la paz hay que tomar decisiones impopulares, arriesgándose a hacer el ridículo e incluso a perder las elecciones

Ciertos creadores de opinión se pronunciaron contra la bajada de pantalones que, a su juicio, se había producido ante ETA. Pero no hay que olvidar que miembros de la denominada izquierda abertzale -ajenos a Lurraldea- se habían juramentado para impedir que ninguna vía rápida uniera nunca las capitales navarra y guipuzcoana. Ni por Leitzaran ni por ningún sitio. Todavía me asalta el recuerdo de los paranoicos argumentos de algunos militantes; por ejemplo, el que la anchura de la autovía fuera la ideal para que los tanques de la OTAN ocuparan fácilmente Vasconia en el momento en que se produjera la inminente sublevación general por la independencia.

La autovía se hizo. Hoy, salvo por los tanques, es utilizada por todo el mundo, probablemente más que nadie por los críticos más feroces de entonces. Aquel brindis fue un acto teatral cara a la galería para encubrir una derrota. La de ETA. Porque fue sobre todo ETA la que cedió, presionada incluso por los elementos más lúcidos de la propia izquierda abertzale, que comprobaban que el asunto se les escapaba de las manos tras varios asesinatos.

Durante muchos años ningún político quiso que se brindara por segunda vez a su costa. Y es que para obtener la paz hay que tomar decisiones impopulares, arriesgándose a hacer el ridículo e incluso a perder las elecciones. Parece que a Zapatero el miedo escénico y la rabia contenida no le impedirán actuar, porque todos intuimos cómo terminará esto, si termina. Nos gustará o no (a mí no me gusta), pero los presos serán excarcelados. No mañana, ni todos a la vez, pero saldrán. Para las víctimas sólo nos quedarán palabras de consuelo y un eterno reconocimiento por haber evitado un conflicto civil en este país (una diferencia crucial con Irlanda del Norte). Poco más. No nos engañemos: hay que elegir entre la paz y la justicia.

Por supuesto, Batasuna, o como quiera que se llame entonces, volverá a brindar cuando empiecen las excarcelaciones. Tal vez con champán. Gentes bienintencionadas, pero también demagogos sin escrúpulos, recriminarán al Gobierno haber cedido ante ETA, pero, por segunda vez, el champán actuará de edulcorante para el trago más amargo: la constatación del fracaso de varias décadas de lucha armada. ¿Dónde están la independencia, el socialismo, la unidad territorial "desde el Ebro hasta el Adur", el monolingüismo euskaldun,...?

En la nueva coyuntura es posible que se modifique el Estatuto, algo que los catalanes han conseguido sin disparar un solo tiro (al Amejoramiento de Navarra no hay quien lo mueva) y ETA y quien quiera creérselo se arrogarán el mérito. Pero esas tres letras pasarán a la historia como una máquina de matar y, lo que es peor, una máquina absurda, sin capacidad para establecer una estrategia a largo plazo (otra diferencia crucial con Irlanda del Norte). Ninguno de los presos que serán excarcelados como consecuencia del proceso en ciernes habría pisado la cárcel si ETA hubiera renunciado a la violencia tras la amnistía de los años 77 y 78 y hubiera defendido sus legítimos objetivos por medios exclusivamente políticos. La declaración de Anoeta y el alto el fuego permanente llegan con treinta años y mil muertos de retraso.

No se dejen engañar cuando vean a Otegi y compañía alzar sus copas. Será un gesto para el consumo interno. La democracia habrá vencido, pero... ¡a qué precio!

Xabier Zabaltza es escritor.

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