El misterio de la ganadería del conde
La ganadería sevillana del Conde de la Maza encierra desde hace años un misterio que nadie aclara y que tiene toda la pinta de convertirse en una de esas cuestiones taurinas incomprensibles, pero que goza de la simpatía de los que mandan. Es verdad, como decía el programa oficial de la plaza, que el ganadero, Leopoldo de la Maza, ya fallecido, "tras más de 35 años, y mediante una cuidada selección, ha creado su propio encaste"; lo que ocurre es que tal encaste es muy malo, de lo peor del campo bravo. Y mira que son bonitos los toros del conde, de excelente trapío, serios y astifinos. Toros guapos para una exposición. Pero animales que parecen hijos de deshecho, sin sangre brava, de pésima condición, sin clase alguna, blandos, mansos, broncos, con peligro sordo y a voces, violentos, sin emplearse nunca y embistiendo siempre a oleadas con el único objetivo de robarle la muleta al torero cuando no la yugular.
De la Maza / De Mora, Cruz, Vázquez
Toros del conde de la Maza, muy bien presentados, mansos, descastados y muy deslucidos. Eugenio de Mora: media estocada -aviso- y dos descabellos (silencio); bajonazo (silencio). Fernando Cruz: pinchazo -aviso- y casi entera atravesada (ovación); estocada caída y un descabello (ovación con protestas). Luis Miguel Vázquez: que confirmó la alternativa: dos pinchazos y estocada (silencio); dos pinchazos -aviso- y media estocada (silencio). Plaza de Las Ventas, 7 de mayo. Más de media plaza.
¿Y el misterio? El misterio es que sigue lidiando, temporada tras temporada, en las dos plazas más importantes, La Maestranza y Las Ventas, a pesar de que le precede una retahíla de fracasos encadenados, de tardes tediosas y de peligros innecesarios. El misterio es que nadie sabe por qué las empresas siguen contando con este hierro, que sólo aporta aspectos negativos y desesperación a la fiesta de los toros. Quizá sea que los responsables de las empresas no son buenos aficionados o, sencillamente, se trata, quién sabe, de una cuestión económica. Lo cierto es que la ganadería del conde de la Maza no hace afición y es un pesado lastre para esta fiesta tan débil de corazón. Pero ahí sigue, misterio incluido, lidiando en Sevilla y en Madrid.
Así las cosas, la tarde venteña no dejó nada para el recuerdo. Era imposible que sucediera algo lucido, si bien ya es una buena noticia que no se hiciera presente la cogida, aunque revoloteó durante toda la corrida. El toledano Eugenio de Mora llegó con la intención de recuperar el tiempo perdido, pues no vive su mejor momento. Se empleó a fondo, con enorme afán de agradar, en su primero, muy bronco, que pretendía robarle la cartera. Consiguió algún muletazo, pero el trasteo no pasó de decidido y animoso. Volvió a intentarlo en el cuarto con idéntico resultado, si bien parece claro que la confianza y la ilusión no le acompañan en estas horas.
Es un torero valiente Fernando Cruz que se jugó el tipo bravamente, puso toda la carne en el asador y derrochó pundonor y una encomiable entrega. Y esa buena disposición tiene su premio incluso con toros tan malos como los de ayer: tres naturales de excelente factura le robó a su primero, y el público reconoció su mérito; y allí estuvo muy cerca de los astifinos pitones del quinto, librándose de milagro de una voltereta que, afortunadamente, no llegó.
Y una mezcla de mala suerte y compromiso demasiado grande le tocó a Luis Miguel Vázquez, que confirmó la alternativa con muy escasa fortuna. Llegó acompañado de numerosos partidarios de su pueblo, Daimiel, pero el chaval, muy poco toreado, no tuvo ocasión de demostrar más que una ilimitada voluntad para salir por su propio pie de tan difícil trance. Se plantó delante del sexto, aguantó tarascadas y se justificó como pudo. Su primero fue un inválido moribundo que el presidente se empeñó en mantener en el ruedo, con lo que, inopinadamente, le robó al torero el toro de su confirmación.
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