Retirada con causa
La actitud de Andrés Nagel pidiendo que retiren su escultura de la exposición Homenaje a Chillida, que en estos momentos se puede ver en el Museo Guggenheim de Bilbao, viene a ser la punta del iceberg de una totalidad conformada por demasiados errores. El primer error consiste en haberse gestado la muestra con excesiva precipitación. Y así, junto a obras proyectadas como explícito homenaje hacia el escultor vasco, otras van por libre, sin que tengan nada que ver con el homenajeado, siendo elegidas arbitrariamente dentro de un plan de adquisiciones que el grupo inmobiliario Urbasco, promotor del acontecimiento, se ha marcado como meta de inversión financiera.
Por falta de buen tino a la hora de adquirir las obras, algunas de ellas bajan bastante en términos de calidad plástica. No están a la altura que se merece Eduardo Chillida, artista de una autoexigencia fuera de lo común. Un creador que vivió como pocos la eterna dualidad de la escultura, lo lleno y lo vacío, sabedor que el vacío posee una preexistencia propia -que es anterior a todo-, en tanto lo lleno irrumpe en el vacío no para poblarlo, sino para consolidar la idea de vacío. Ni la prisa -generadora de incompetencias- ni el dinero como poderoso estandarte tienen derecho a manchar el prestigio del escultor donostiarra ganado a pulso a lo largo del tiempo.
Nagel mandó retirar su obra porque estaba arrinconada en un pasillo, en ínfimas condiciones para una exhibición digna
Otro de los errores se cifra en la desmañada puesta en escena. El montaje es caótico y, por demás, errático, al punto que Nagel mandó retirar su obra porque estaba arrinconada en un pasillo, en ínfimas condiciones para una exhibición digna. ¿Qué ha pasado para errar en algo tan elemental como en la colocación de las obras? Ha pasado que no se buscó el espacio adecuado, precisamente en un museo que los atesora de todas las dimensiones. Mas si se quiere aducir, como atenuante, que por una cuestión de fechas sólo estaba libre ese determinado espacio, vuelvo a traer a la página el iceberg de la totalidad aludida arriba, es decir, el gran error fabricado por la nefasta aceleración en llevar a cabo la muestra a como dé lugar. Quizá había demasiados intereses como para no intentar correr todo lo que se pudiera. Dar tiempo al tiempo les podía parecer una pérdida de tiempo. ¿No se palpa en todo esto que el gran perjudicado es, justamente, aquel a quien se quiere homenajear?
No debe pasarse por alto la parte de responsabilidad que le corresponde al Museo Guggenheim bilbaíno. En vez de decir sí a todo -asumiendo el dinero como vivencia de lo inmediato-, debió oponerse a que se llevara a cabo tal evento en las condiciones diseñadas. Poco importa que en la lista de los artistas incluidos figuraran nombres de prestigio -junto a otros sumamente innominados, dicho sea de paso-; importa la calidad de las obras, al margen de los nombres. Un museo tiene que cuidar cada muestra que se exhiba en su propio ámbito. No puede permitirse echar por tierra tantas y tantas excelentes exposiciones que han llenado y siguen llenando sus esplendentes espacios.
Hay que recordar felizmente las muestras de Calder, Rauschenberg, Warhol, Serra, Oteiza, por citar tan sólo unas pocas, dentro del llamado arte contemporáneo, incluyendo la de Eduardo Chillida (de abril a octubre de 1999). En esa muestra Chillida volvió a deslumbrarnos con su arte. Qué lejos de ese deslumbre queda lo gestado en el ahora mismo por un cálculo harto precipitado. Qué lejos y qué dolor da ver dañado de esa manera el buen nombre de Chillida.
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