Cuarentenas contra la prensa
Como si la libertad de prensa, en vez de (o, precisamente, por) ser la garante de todas las demás libertades, fuera una peste a la que hay que poner coto, el mundo parece haberla declarado en cuarentena, y no sólo en los países semi, seudo o antidemocráticos y en los conflictos armados.
También en las no más de cuarenta democracias informativas auténticas, en las que no se acosa, asesina ni encarcela normalmente a periodistas, esa libertad de libertades se ve amenazada últimamente por una ofensiva político-judicial contra el secreto profesional: en el mundo anglosajón (EE UU, Canadá, Australia) y en la Europa continental (Francia, Italia, Portugal, Rumania, Suiza). En algunos casos, la ofensiva forma parte del conflicto entre seguridad y libertad; en otros, de la protección de la imagen de instituciones y políticos; en general, del intento de convertir al periodista en confidente de la policía, ujier de la justicia y amanuense de la política gubernamental, en detrimento de uno de sus pilares profesionales, que es la protección de las fuentes.
Pero también, tras el asunto de las caricaturas de Mahoma, la libertad de prensa, quintaesencia de la de expresión, se ve amenazada por intentos, desde la ONU y en la propia Europa democrática, de canalizarla por los estrechos cauces artificiales de la corrección política. Felizmente, en el Parlamento Europeo no prosperan de momento las propuestas de que se dicte a los periodistas y medios un "código de conducta", el cual, ante el choque entre libertad de expresión y respeto a las creencias (religiosas, de momento), vendría a poner freno a aquélla. Entre tanto, Consejos Audiovisuales de designación política y con poderes sancionadores extrajudiciales, que llegan hasta la suspensión de licencias de emisión, multan fuertemente, como el polaco, a medios de oposición al gobierno, o emiten, como el de Cataluña, "directrices y recomendaciones" para el tratamiento informativo del referéndum sobre el Estatuto de Autonomía.
El debate umbilical abierto por las caricaturas de Mahoma en nuestro mundo democrático podría ser bizantino, mientras cae a sangre y fuego la Constantinopla de la libertad de prensa en el resto del mundo. En tres cuartas partes del globo, decenas de periodistas son asesinados o encarcelados, y esas privaciones de vida o libertad no son sino las puntas más visibles del iceberg subyacente de censuras, amenazas, agresiones, secuestros, detenciones a centenares, por haber intentado denunciar la falta de libertad, los abusos de poder, la corrupción, los horrores de la guerra o el crimen organizado.
En las cuarenta dictaduras o tiranías (ideológicas, militares, teocráticas, étnicas, tribales, personales...) que oprimen a otros tantos pueblos no se suele matar a los periodistas molestos, a menudo inexistentes al no haber prensa independiente, sino sólo oficial, servida por funcionarios de la pluma: basta con aherrojar a los pocos que osan disentir. En estos momentos, según el informe de Reporteros Sin Fronteras presentado el 3 de mayo, día internacional de la Libertad de Prensa, 122 periodistas se encuentran encarcelados: 31 en China, 23 en Cuba, 17 en Etiopía, 13 en Eritrea, siete en Birmania, cuatro en Irán; tres en Maldivas y Ruanda; dos en Gambia, Nepal y Uzbekistán; uno en Argelia, Arabia Saudí, Israel, Corea del Norte, Egipto, EE UU (Guantánamo), Laos, Libia, Nigeria, Siria, Turkmenistán y Turquía. En países democráticos como Israel y EE UU también se puede encarcelar a periodistas.
En la cuarentena de países semidemocráticos y otra cuarentena de seudodemocráticos se reconoce teóricamente la libertad de prensa para conculcarla prácticamente a diario. En ellos se deja en la impunidad, tolera o alienta el asesinato de periodistas incómodos por bandas, policías paralelas, matones a sueldo o mafias narcotraficantes.
También se mata, y se secuestra, a periodistas en esa cuarentena de guerras o conflictos armados que transverberan el mundo. La guerra de Irak lo ha convertido en el mayor cementerio de periodistas desde la de Vietnam. Librada por una coalición formada por una cuarentena (sic) de países, en esa guerra han perecido hasta hoy 60 periodistas (14% bajo fuego estadounidense) y 28 auxiliares, mientras 38 han sufrido la agonía del secuestro con un alfanje pendiente sobre el cuello.
La cuarentena censora alcanza hasta el espacio virtual, y 56 internautas se encuentran hoy presos: 48 en China, tres en Siria, dos en Irán y Vietnam, y uno en Túnez. Algunos de estos ciberdisidentes encarcelados lo han sido gracias al colaboracionismo censor o delator de empresas occidentales como Google, Microsoft, Yahoo!, Cisco Systems, Portinet y Secure Computing, que se prestan a poner "filtros" depuradores a términos como "democracia" y "derechos humanos" y que, llegado el caso, como ha ocurrido con Yahoo! en China, facilitan con sus señalamientos la busca y captura de ciberdisidentes.
Reporteros sin Fronteras ha hecho una lista de 15 países enemigos de Internet, en la que figuran Arabia Saudí, Birmania, Bielorrusia, China, Corea del Norte, Cuba, Irán, Libia, Maldivas, Nepal, Uzbekistán, Siria, Túnez, Turkmenistán y Vietnam. EE UU y la UE figuran en la lista de los proclives a controlar la Red.
Así en la tierra como desde el cielo, la represión de la libertad de información y pensamiento cae como una preventiva cuarentena sobre quienes se ven obligados a menudo a elegir entre la fosa, la celda, el zulo o el silencio de los corderos, en su intento de servir o ejercer ese derecho. Los periodistas asesinados y los profesionales de la información e internautas hoy encarcelados son dignos herederos universales del apestado Voltaire. Y del Quevedo que se negaba a callar por más que con el dedo, ya tocando la boca ya la frente, silencio le ordenasen o amenazasen miedo.
Fernando Castelló es presidente de la organización internacional Reporteros sin Fronteras.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.