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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Enano, agorero y felón

Boris Izaguirre se estrenó en la literatura con el libro que vuelve a publicarse ahora en España, El vuelo de los avestruces (1991), una combinación de novela lírica, crónica rosa y relato urbano gay. Pero esperen. También tiene sus tintes de melodrama, con pinceladas de culebrón y venganzas edípico-eléctricas (es decir, de Electra). Dicho de otro modo, si un showman de la exuberancia y el genio de Izaguirre se pudiese trasladar al papel, no produciría una novela menos variopinta, desigual, extravagante y entretenida.

El vuelo de los avestruces cuenta la historia de un joven aspirante a escritor, enano y homosexual, Manuel España, que huye de la casa en donde vivía con su madre, una mujer abandonada y melancólica. Manuel, algo cenizo, se ha augurado una muerte prematura a los treinta años, y hace un retrato costumbrista y agridulce, en primera persona, de su vida y la de su grupo de amigos en Caracas: el diseñador Cerro Encendido, el colaborador y chulo James, la actriz Victoria Veracruz. Junto a estos personajes nucleares, deambulan por la novela políticos, actores de telenovela, encumbradas señoras peripuestas y dueños de bares gays, que dan lugar a encuentros tan amenos como informales. Por ejemplo, la elección de Miss Gay International en la discoteca Excéntrica, el cumpleaños de Clementina Baleares en su casa de la playa, o la consagración en las pasarelas de Cerro Encendido.

EL VUELO DE LOS AVESTRUCES

Boris Izaguirre

Alpha Decay. Barcelona, 2006

259 páginas. 18 euros

Tanta diversión cubre de brumas a la ya de por sí sutilísima acción principal de la novela, pero como no parece importar demasiado ni al protagonista Manuel ni a los demás personajes, y justo es reconocer que mientras tanto seguimos asistiendo a eventos inspirados, también termina por olvidársele al lector. Baste con decir que el enano Manuel resulta acusado de traición.

Más memorables, aunque entreverados con instantes de un asianismo muy caribeño, resultan los juegos verbales y las caracterizaciones lingüísticas de los personajes -señal indudable de oficio-, entre ellas algunas intervenciones dignas de Sancho Panza: "Nunca había visto a un enanito tan bien formadito. ¿Puedes enseñarme los bracitos?"; alejandrinos propios de Rubén Darío: "Enfundada en previsibles mallas apretadas"; o paradojas á la Wilde: "Hallar en los vericuetos de la frivolidad nuestra más profunda certeza". En resumen, Boris en estado puro que, con sus momentos, no defraudará a los seguidores de la desmesura y de la lucidez, esos disparates tan reconfortantes.

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