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Columna
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Apelación a las urnas

Josep Ramoneda

La rebelión de las bases de Esquerra Republicana coloca al Gobierno catalán en un punto en que debería ser imposible para el presidente Maragall seguir mirando a otra parte, como si no pasara nada. El martes por la mañana, el tripartito -con los consellers de Esquerra incluidos- hacía pública una nota que animaba a actuar para que el Estatuto, "pieza básica de nuestro autogobierno", sea "conocido, apreciado y valorado adecuadamente", y apelaba a la implicación en el referéndum de todos los consellers de un Gobierno "que le ha dedicado tantos esfuerzos". Por la tarde, las asambleas de militantes de Esquerra se manifestaban abrumadoramente a favor del no. En esta situación, con un Gobierno dividido sobre su principal opción estratégica y con unas bases que consideran insuficiente el desmarque de la dirección de Esquerra respecto del Estatuto, ¿hay otra solución razonable que aplicar las técnicas habituales en democracia para estas situaciones: dimisiones y apelación a las urnas? ¿Alguien puede pensar que un Gobierno puede seguir un año así sin grave deterioro para la institución y para los partidos que lo forman?

Este episodio confirma las dificultades de adaptación a la democracia representativa de un partido asambleario como Esquerra. La militancia, como todo intelectual orgánico colectivo, representa un universo siempre más estrecho y cerrado que el del conjunto de votantes del partido. Si, además, falla la sintonía entre militancia y dirección, la gestión del capital político -proyecto ideológico, votos y poder institucional- se hace muy difícil. La dirección vive en estado de vértigo, por la amenaza de la militancia. Y es este pánico el que explica el errático andar de Esquerra por la legislatura. Tenía dos opciones: el a un Estatut por el que ha trabajado como el que más, y el no seguido del abandono del Gobierno, conforme al sentir de las bases. La dirección de Esquerra escogió la peor: la confusión. ¿Se cumplirá la profecía de Carretero de que en este partido cuando las bases no están de acuerdo con la dirección se la cargan?

Al mismo tiempo, este nuevo enredo confirma el error de Maragall al cambiar el Gobierno a menos de dos meses del referéndum. Con la remodelación, Maragall dejó sentada la continuidad del tripartito, independientemente de la posición de cada partido ante el referéndum. Perdía por tanto toda capacidad de coacción sobre sus socios. Y, a su vez, ha favorecido -con Carretero liberado- que el no se organizara en Esquerra, con lo cual la dirección republicana está profundamente dividida y con el agua al cuello.

En estas circunstancias, el Estatuto llega a puerto con agujeros en todo el barco. El referéndum, que debía ser una fiesta de afirmación nacional, se ha convertido en una pesadilla. El pánico es tal que el Gobierno ha metido la pata buscando incentivos ilegales para aumentar la votación. Y lo que tenía que ser una renovación del autogobierno para un par de generaciones está cuestionado antes de empezar. El Estatuto del 30 de septiembre -el que aprobó el Parlament- es desde ya la nueva bandera reivindicativa. Los tiempos son muy importantes en política. Y el tripartito se equivocó. Quiso afrontar la reforma estatutaria antes de demostrar que era capaz de gobernar de otra manera, como sus dirigentes decían. Con el Estatuto pretendían asegurar la cohesión y la estabilidad del Gobierno catalanista y de izquierdas y decantar la hegemonía del nacionalismo de su lado, a costa de CiU. Nada de nada. Historias de un país pensado en pequeño en que la política no cesa de empequeñecerse.

Un dirigente socialista me lo decía muy gráficamente: "Cuando en un restaurante te toca al lado una mesa con chiquillos hiperactivos, ruidosos y maleducados, primero compadeces a los padres, pero al cabo de un rato te irritas contra ellos por haber malcriado tanto a sus hijos. Al PSC le ocurre algo parecido: en la primera parte de la legislatura, la gente decía éstos de Esquerra son novatos en las funciones de gobierno y muy liosos, suerte que los socialistas son gente seria. Ahora, sin embargo, la gente ya empieza a preguntarse: ¿Cómo es posible que los socialistas hayan sido incapaces de poner en vereda a esta gente y sigan gobernando con ellos?". En el PSC empiezan a preguntarse: ¿Hasta dónde llegará nuestro desprestigio si seguimos así un año más? Es el primer síntoma de que algo puede moverse.

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