_
_
_
_
_
Reportaje:GRANDES REPORTAJES

Las dos indias

Un país, dos mundos. En uno, la población sueña con Bollywood, trabaja en modernas empresas y abraza el consumismo. En otro, sobrevive con menos de un euro al día y sufre subyugada por el sistema de castas. Viaje a la cara y la cruz de la democracia más grande del mundo.

"Estados Unidos se aísla, Europa se hunde en el pesimismo y en India la locomotora se ha puesto definitivamente en marcha y avanzamos a toda máquina. Hoy día no existe mejor país en el mundo para vivir y hacer realidad tus proyectos", dice Sanchaita Gajapati Raju, de 22 años y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad de Nueva Delhi. Sanchaita tiene una sonrisa amplia, unos ojos bailarines, una mata de pelo negra que le llega por debajo de las nalgas y una seguridad cuando habla que la hace parecer una ejecutiva neoyorquina.

Es la nueva generación de la nueva India; la potencia emergente que se ha convertido en la nueva estrella de la globalización, el nuevo Silicon Valley de la tecnología y el nuevo Eldorado de los capitalistas. India ha saltado a la esfera internacional como la fuerza que, aupada en la mayor democracia del planeta, puede eclipsar a China. Y esa nueva generación se lo cree. "Nosotros hemos logrado ensartar lo mejor de Oriente y de Occidente. Tenemos el alma y la técnica", afirma la joven, con el entusiasmo que se respira en los campuses de los prestigiosos colegios de Ingeniería, que anualmente licencian a 670.000 conversos en la euforia tecnocrática que se extiende por las grandes urbes.

En ningún otro lugar están más abrazadas la riqueza y la pobreza
La televisión y el cine son los inspiradores del cambio en el país
El 82% se declara hindú, pero crecen los que no creen en las castas
"La India rural necesita de la información de la India tecnológica"
A Mumbai llegan 350 familias al día, que se instalan en la calle

"Sí, pero hay India y hay Bharat Varsh", interviene Uma, la madre de la muchacha. Bharat Varsh es el nombre del país en hindi, el idioma más hablado allí. India fue el apelativo que le asignaron los colonizadores británicos, que lo tomaron de la denominación en lengua urdu, Hindustán.

En estos años de despertar del orgullo y el nacionalismo indios se oye con más frecuencia la voz Bharat Varsh para designar las entrañas de este calidoscopio de lenguas, culturas, pueblos y religiones. Con ella se hace referencia a los más de 800 millones de personas que no hablan inglés y luchan por sobrevivir en el campo y en las innumerables chabolas de las ciudades. Son las dos caras de la misma moneda: India y Bharat Varsh; una crece y brilla, la otra aún no se ha beneficiado del tremendo desarrollo experimentado en la última década y apenas se asoma al universo de luces de colores que le brinda la era digital, en la que reina su hermana. Pero, según Uma Gajapati Raju, "una jamás podrá triunfar sin la otra".

India y Bharat Varsh. En ningún otro rincón de la Tierra están tan abrazadas la riqueza y la pobreza, la fragancia y la peste, la nobleza y la villanía, el desierto y los humedales, las especias y el azúcar, la montaña y el valle, los BMW y los elefantes, los palacios y las chozas, la exquisitez y la basura, el fanatismo y la tolerancia, la perfección y el caos, el amor y el odio, el llanto y la risa, el avance y el atraso, la verdad y la mentira.

Uma, ex diputada del gobernante Partido del Congreso, es vicepresidenta de la Moving Picture Company (MPC), una productora de televisión especializada en documentales de la India profunda y temas políticos, presidida por su marido y cuya gerencia lleva Sanchaita. Aunque seria y prestigiosa, la MPC, al igual que sus competidoras, ha crecido a la sombra de la eclosión de Bollywood, la mayor industria cinematográfica del mundo, en la que trabajan 2,5 millones de personas. Uma asegura que los medios audiovisuales, sobre todo la televisión y el cine, son los inspiradores del gran cambio que se vive en el país, una revolución que ha cambiado la mentalidad y el comportamiento de sus gentes y que, como el agua, se extiende imparable por sus confines y socava estructuras sociales y económicas milenarias.

Las castas, que compartimentan la sociedad india y condenan a la resignación a sus habitantes desde la aparición de la religión hindú -unos mil años antes de Cristo-, son las más afectadas por los tiempos que corren. Millones de indios han visto en la gran o en la pequeña pantalla que los escalones de la gloria se pueden subir en esta vida sin tener que esperar a la siguiente, y muchos han optado por dar el paso y romper con el atavismo de la casta, que durante generaciones ha frenado sus capacidades y opciones a un trabajo y una vida mejor. El 82% de la población se confiesa hindú, pero entre ellos se multiplica el número de los que creen más en el esfuerzo humano que en la casta.

MPC tiene su sede en Noida, un pueblo de Uttar Pradesh, la región más poblada de India y marco religioso del hinduismo. Noida, sin embargo, nada tiene ver con la tradición de ese Estado. Su proximidad a Nueva Delhi lo ha convertido en una de las zonas de expansión de la capital, en la que se citan bancos, representaciones de multinacionales, compañías cinematográficas -incluye la llamada Film City- y empresas tecnológicas que han teñido el entorno de azulón, color preferido de los modernos edificios de cristal.

En Noida, como en Faridabad o Gurgaon, otros de los barrios de los nuevos millonarios indios, las constructoras se disputan el terreno para ofrecer a sus clientes la vivienda de sus sueños. En vertical, con magníficos pisos de hasta cinco dormitorios, aire acondicionado, y gimnasio y sauna en el edificio. Y en horizontal, con amplios adosados al estilo californiano. Los precios, que en los últimos dos años han subido a una media del 30% anual (y en 2006 todo apunta a que la superarán), parten de unas 10.000 rupias (200 euros) por metro cuadrado.

Fantasías para esa inmensa mayoría de los 1.100 millones de habitantes, cuyos salarios apenas alcanzan los 500 euros al año. Quimeras para quienes, por no tener, no tienen ni chabola y se resguardan de las lluvias monzónicas con un trozo de plástico, a veces también azul, aunque el sol no se refleja en él, ni despide rayos de ilusión, como los que ciegan a las gentes que trabajan en las cajas de cristal.

En los estanques de los jardines monumentales que conducen al Palacio Presidencial, en pleno corazón de Nueva Delhi, por la mañana, antes de que la capital despierte plenamente y se llenen de funcionarios las aceras que conducen a las moles en piedra rosa que albergan las dependencias del primer ministro y algunos ministerios, hay indigentes que, jabón en mano, penetran en las aguas poco profundas de los estanques y lavan su cuerpo, sus ropas o ambas cosas. En el Delhi antiguo, la mendicidad te fustiga, el estado de las viviendas es lamentable, pocas tienen agua y los apagones son diarios.

De las 16 lenguas oficiales de India, el hindi es la más hablada, seguida del inglés, la lengua del extranjero, el idioma que habla la clase media emergente, los 300 millones de indios que han hecho del dominio de esta lengua su herramienta de trabajo para abrirse paso en un mundo globalizado. Informáticos e ingenieros de telecomunicaciones que diseñan y atienden los sistemas software de empresas de cualquier parte del mundo desde sus bases en Pune, Hyderabad, Bangalore o Nueva Delhi. Biólogos y farmacéuticos, empleados en laboratorios y centros de investigación abiertos por las multinacionales a lo largo y ancho de India. Médicos que analizan y diagnostican por telemedicina numerosos servicios de urgencia en hospitales privados y públicos, sobre todo de Estados Unidos. El inglés ha permitido también a cientos de miles de jóvenes sin un expediente académico brillante encontrar un trabajo muy bien remunerado en los centros de llamadas de empresas norteamericanas, británicas o irlandesas.

Sin embargo, los políticos atizan la llama nacionalista borrando el inglés de las señas de identidad nacionales, empezando por los nombres de las ciudades. La primera en volver a sus orígenes fue Varanasi (Benarés), que, como un principal centro de la civilización hindú, no tuvo reparos en desprenderse de su piel colonial. En la década de los noventa siguieron sus pasos Kochi (Cochín), Kolkata (Calcuta) Chennai (Madrás) y Mumbai (Bombay).

Una muestra de la seguridad y confianza en sí misma que exhala la nueva clase emergente la daba el pasado 20 de marzo el periódico Hindustan Times, que titulaba en portada "Envidia de los perdedores" al referirse a un artículo publicado en The Sunday Times sobre que los empleados de los centros de llamadas, al trabajar de noche y disponer de dinero, frecuentan las discotecas, las drogas y el sexo extramarital. La Asociación de Centros de Llamadas de India también atribuía el reportaje a "otro intento de difamar una industria floreciente" de "los que están descontentos con nuestro crecimiento".

En buena parte, el auge de esta joven clase media se ampara en una fuerte estructura familiar. India es el primer país del mundo en recepción de fondos de su diáspora, que envió 20.000 millones de euros en 2005. Hermanos mayores, tíos o primos pagan con esos fondos los estudios de los menores o apoyan a un miembro de la familia en la apertura de una empresa o un negocio. Pero la educación es con diferencia la primera inversión. Esto ha permitido un aumento espectacular de las universidades e institutos privados que, aunque cuestan entre 1.700 y 8.300 euros al año, carecen de plazas suficientes. Las escasas universidades públicas cuestan entre 360 y 1.200 euros al año.

"Una de las grandes diferencias con Occidente es que, cuando se celebra un matrimonio, las familias se casan también. Por eso conviene que no existan grandes diferencias entre ellas, y dejamos que sean los padres quienes busquen la pareja más adecuada. Nadie te conoce como tus padres", señala Sanchaita para explicar por qué el matrimonio concertado sigue siendo una práctica generalizada en India, incluso entre los profesionales educados en el extranjero o en colegios internacionales.

La luna de miel que viven los Gobiernos de Washington y Nueva Delhi, y no sólo los Gobiernos -el 70% de los indios revelaba en marzo su simpatía hacia Estados Unidos frente a la actitud crítica de la mayoría en el resto del mundo-, ha disparado en un 23% la demanda de visados para el curso universitario 2006-2007. India es ya, por delante de China, el primer país en número de estudiantes en Estados Unidos.

Otra de las características de la clase media india es su furor consumista, sobre todo entre los cien millones aproximadamente que conforman el segmento más alto. Moda, joyas, viajes. Los palacios de los maharajás, convertidos en hoteles de cinco estrellas, tienen en el turismo nacional a sus mejores clientes y, al cabo del año, son más los indios que viajan al extranjero que los turistas que visitan India, apenas 3,5 millones en 2005.

Ninguna ciudad de India como Mumbai es capaz de recrear con tanta perfección el universo de esta península del subcontinente asiático. Mumbai es un imán, un polo de atracción irrefrenable en cuyo escaso perímetro se apretujan 16 millones de indios llegados de todos los rincones del país. "Todos los indios somos Mumbai. Es la India microcósmica, superviviente del caos y vitalista hasta la médula. No da tiempo a deprimirse, porque allí hasta los mendigos tienen la agenda cargada", afirma el escenógrafo Rajeev Sethi, uno de los grandes activistas de la artesanía y la cultura popular como fórmula de integración de las dos Indias.

En Mumbai, que vierte a las arcas del Estado el 47% del total de los ingresos fiscales, tiene su sede Tata, el principal conglomerado industrial y tecnológico de India, con 93 empresas, 220.000 empleados y unos ingresos totales de 16.000 millones de euros en el año fiscal que terminó en marzo de 2005. Mumbai es también Bollywood, con sus decenas de estudios dispersos por las colinas de Film City. También, los joyeros y talladores de diamantes, empresarios y comerciantes, mafiosos y un pegajoso ejército de pedigüeños que transforman en una carrera de obstáculos el paseo marítimo que bordea su espléndida bahía.

Dominado por la Puerta de India y el emblemático hotel Taj Mahal, mandado construir en 1903 por el orgulloso fundador de la dinastía Tata, Jamsetji N. Tata, supuestamente porque no quería dormir en un hotel británico, el Mumbai colonial que floreció en el sur de la ciudad languidece frente a la pujanza de los nuevos barrios del norte, que pretenden convertirse en centro neurálgico de la industria cibernética y de la clase media. El norte se puebla de rascacielos de viviendas y oficinas, centros comerciales con tiendas de reconocidas marcas nacionales e internacionales, bancos, laboratorios, centros de investigación, discotecas, restaurantes y lujosos hoteles, todos ellos al reclamo de los aeropuertos internacional y nacional, cuyas obras no terminan de arrancar porque, en la mayor democracia del mundo, cualquier decisión pública genera debate.

El centro de Mumbai está dominado, sobre todo, por el mayor poblado de chabolas de Asia, Dharavi, hijo de la corrupción de políticos, funcionarios y policías que sacan a sus habitantes no sólo dinero por conexiones ilegales de agua y luz, sino también votos con que asegurarse la reelección, arrancados bajo la amenaza de la expulsión. Los habitantes de Dharavi son empleados y oficinistas de las clases altas que miran hacia otro lado cuando sus berlinas avanzan durante kilómetros por la calle paralela al poblado.

Bijender, de 24 años, dice contento que tiene "una residencia de una habitación" en este barrio hecho de retales de uralita, plásticos y ladrillos, de callejas tan estrechas que no penetra la luz y por las que apenas cabe nadie. Pero, para muchos, Dharavi es el barrio noble de las chabolas, generalmente de dos habitaciones, una sobre la otra. Las que crecen pegadas a la valla de la vía del tren, a un costado de la también kilométrica calle de Tulsi Pipe, son de una sola planta y tan angostas que, cuando cae la noche, las familias se tumban en la acera o sacan un camastro de entre los trastos que llenan su chamizo. Hay zonas peores, como Harab Islami, a lo largo de la calle de Reay, un mísero poblado de musulmanes, segunda religión en importancia de India, con 150 millones de adeptos. Es el único rincón de Mumbai donde nadie mendiga. La pobreza es tan absoluta que no se tienen deseos. Los niños se paralizan al ver a la extranjera; por allí no se aventuran más que ellos mismos.

Vijay Mahajan, presidente de Bombay First, un grupo de presión dependiente de la todopoderosa Cámara de Comercio de Mumbai, asegura que el 65% de los habitantes de la ciudad vive en chabolas. Según Mahajan, las condiciones sanitarias y ambientales de Mumbai se han deteriorado porque "desde 1999 entran diariamente, y sin billete de vuelta a sus aldeas, 350 familias que se instalan en la calle".

La India del glamour cierra con frecuencia sus ojos a la dura realidad que queda atrás, pero las voces en contra suenan. El país cuenta con una buena cantidad de activistas, voluntarios empeñados en fomentar el reparto, en frenar las ansias de poder y riquezas que acumulaban los maharajás y las élites colonizadoras, mientras los miembros de la casta más baja eran tratados peor que los animales, muchos de los cuales son sagrados.

La libertad que disfrutan los medios de comunicación y la infinidad de canales de televisión abren continuamente el debate de las dos caras de India. A finales de marzo, con motivo de la quincena de la alta costura, la NDTV (Televisión de Nueva Delhi), uno de los canales más prestigiosos, expuso el drama de los tejedores que se suicidan porque no pueden pagar el crédito que obtuvieron para comprarse un telar. La nueva clase media adopta progresivamente la vestimenta occidental y se olvida de los exquisitos sarís de seda, en cuya elaboración se empleaban numerosos tejedores, y las fibras artificiales sustituyen a tejidos tradicionales como el algodón. Muchos telespectadores acusaron a los diseñadores de no promocionar con sus modelos ni la tradicional industria textil india, ni la artesanía de la que viven millones de personas en el medio rural.

Sethi es el apóstol de la artesanía, que considera el mejor método para enlazar India y Bharat Varsh. Propone que los tecnócratas se impregnen de "la creatividad, el interés, la emoción y la voluntad que transpira el medio rural, frente a la homogeneidad y la esterilidad de Occidente". A su vez, la "población rural necesita la información que tiene la India tecnológica".

Los más pesimistas señalan que la furia capitalista de buena parte de la población urbana revierte en un crecimiento incontrolado de los rebeldes maoístas, ahora que parece encauzado el problema de Cachemira, región disputada con Pakistán desde la independencia, en 1947. Esta guerrilla, conocida como naxalita por la sangrienta represión que sufrió en el pueblo bengalí de Naxalbari en 1965, ha incrementado sus acciones violentas en los dos últimos años, así como el reclutamiento de jóvenes entre los campesinos más pobres de la región de Andra Pradesh.

El que fuera jefe de los servicios secretos del Gobierno del partido nacionalista hindú Bharatiya Janata -en la oposición desde mayo de 2004-, Bahukututjbi Raman, que actualmente dirige un instituto gubernamental de análisis políticos en Chennai, sostiene que la policía encuentra "serias dificultades en controlar la expansión de la subversión maoísta entre la población rural". Según Raman, la principal razón es que los naxalitas, "que han adoptado métodos terroristas", encuentran su caldo de cultivo en las "bolsas de horrenda pobreza que persisten en las zonas tribales del centro de India y en el fracaso del Gobierno para poner en marcha un programa económico efectivo para el desarrollo de estas zonas".

Pese a que desde que comenzó la liberalización económica, en 1991, el crecimiento medio se sitúa en torno al 6% anual -en 2005 fue del 8,1%-, el Banco Mundial destaca en su último informe que aún hay 300 millones de personas que sobreviven con menos de un euro diario. Activistas, intelectuales y profesionales involucrados en trabajos sociales son los primeros en advertir al Gobierno de que no puede entusiasmarse con India y abandonar a Bharat Varsh, que se necesita esparcir la bonanza económica entre todos los habitantes porque el abismo entre ricos y pobres en la era de la información tiene consecuencias mucho más desestabilizadoras que en la era de la ignorancia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_