Un cambio necesario para los jóvenes
Los toros de Alcurrucén no dieron la talla. Es decir, que fueron muy malos; mejor dicho, un fracaso ganadero sin paliativos. Desigualmente presentados, casi todos mansos -el sexto se negaba a salir de chiqueros y huía de su propia sombra-, acudieron con genio al caballo y, entre la ausencia de casta, de fuerza y de clase, su agotamiento fue letal en la muleta. Así uno, otro, y otro, hasta provocar un sopor insoportable.
Cuando esto ocurre, se buscan responsabilidades en la terna, y se encuentran defectos que colaboraron al aburrimiento. Los tres toreros de ayer no son, ni mucho menos, la alegría de la huerta; más bien, padecen de cierta frialdad que raya en la tristeza. Pero son valentones y trataron de estar a la altura de las circunstancias. Lo que ocurrió es que éstas fueron muy adversas, y no era nada fácil levantar la cuesta abajo por la que se despeñó la corrida.
Alcurrucén / Dávila, Gallo, El Capea
Toros de Alcurrucén, desiguales de presentación, mansotes, sosos, descastados y deslucidos. Todos llegaron agotados al tercio final, y algunos de ellos con un comportamiento muy deslucido. Dávila Miura: estocada (silencio); estocada caída (ovación). Eduardo Gallo: estocada tendida (palmas); estocada (silencio). El Capea: pinchazo y estocada (ovación); pinchazo y media estocada (ovación). Plaza de la Maestranza, 27 de abril. 12ª corrida de feria. Lleno.
Dávila, el más maduro, sigue sin romper como matador, y los otros dos, muy jóvenes, se presentaban en la Maestranza. Entre ellos, El Capea era la primera vez que pisaba esta plaza. Se supone que los tres quieren ser figuras, y toda su ilusión es ver sus nombres en los carteles de la Feria de Abril con una corrida de garantías. Y las casas importantes que los apoderan -sobre todo, a los nuevos- mueven sus hilos para vestirlos de gala en Sevilla. Y aquí se estrellan con estos toros, y a los chavales los convencen después de que ése es el buen camino, y que ya saldrá el toro con el que puedan demostrar su enorme valía. Un toro de garantías, se entiende.
Esto es lo que viene ocurriendo desde hace décadas, desde que desaparecieron los héroes artistas y entraron en escena los artistas de espejo. Y ya no quedan héroes, sino jóvenes con la vida resuelta que quieren alcanzar la gloria sin sacrificio.
Y ésa es una tarea imposible. Gallo y El Capea vienen entre algodones en lugar de presentarse en Sevilla con toros de verdad para decir a los cuatro vientos que tienen madera de toreros. Es lo que le han enseñado, pero es un error como una catedral. Mientras no haya un cambio de mentalidad, y los jóvenes decidan medirse con toros y no con bueyes descastados, esta fiesta seguirá sumida en la desidia general y en el triunfalismo de los públicos.
Gallo y El Capea no pudieron demostrar nada más que un mínimo de vergüenza ante sus lotes deslucidos. Están faltos de técnica, es normal, comparten los pecados del toreo moderno en cuanto a citar con la muleta retrasada y al hilo de pitón, pero Gallo se mostró muy voluntarioso con su parado primero y se quitó pronto de encima al áspero quinto; El Capea, por su parte, que llegó a Sevilla sin mérito alguno, trató de justificarse, aguantó los parones de su primero y le arrancó algunos estimables muletazos con la técnica de no quitarle la muleta de la cara, y abrevió con el bronco sexto, que no quería salir al ruedo y se comportó como un marrajo.
Una feria más de Dávila y otra sin dar ese aldabonazo que se presagiaba en sus inicios. Da la impresión de que ha evolucionado poco. Es cierto que el que abrió plaza era un auténtico buey, pero el cuarto tuvo diez embestidas con codicia y el sevillano no las aprovechó.
La corrida acabó pronto. Pero pesó como una losa. La misma que les puede caer a estos jóvenes si no son capaces de impulsar un cambio necesario. Pero seguro que no lo harán porque son hijos de la comodidad.
Babelia
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