_
_
_
_
Reportaje:Historia del Arte

Rococó, neoclásico y romántico

EL PAÍS presenta mañana, sábado, por 9,95 euros, el decimocuarto volumen de la Historia del Arte

El siglo XVIII fue el de la Ilustración, el del enciclopedismo y la ciencia. Un siglo de ateos que creían a pies juntillas en la bondad del ser humano. En el siglo de la Revolución Francesa, de Voltaire y Diderot, estalla el individualismo y se exalta la inteligencia y la sensibilidad. Y si el XVIII fue socialmente subversivo, en arte se encaminó hacia la frivolidad más descarada con el nacimiento del rococó, una modalidad del arte barroco que triunfó en Francia, Alemania, España e Italia. De este estilo, del neoclásico y del romanticismo, trata la decimocuarta entrega de la Historia del Arte de EL PAÍS.

Hubo un momento en que los reyes y príncipes descubrieron el poder del arte para impresionar a sus súbditos, siguiendo los pasos de la Iglesia católica con sus basílicas y catedrales grandiosas. Con esta idea entra con fuerza en la decoración el rococó, la quintaesencia del barroco, el estilo ornamental exuberante que llevaron a su máximo esplendor los imaginativos arquitectos franceses. Federico el Grande, rey de Prusia, gran amigo del pensador Voltaire, fue el paladín más devoto de este arte palaciego, tanto que se adaptó al gusto francés y remodeló en el nuevo estilo sus palacios de Potsdam.

La inquietud de la época la encarna el pintor francés Jean-Antoine Watteau (1673-1721), el artista enamorado de las fiestas galantes y costumbristas enmarcadas en paisajes que moldeó a la perfección bajo los ideales del rococó. Pero fueron dos venecianos, Giambattista Tiépolo (1696-1770) y Giovanni Antonio Canal, Canaletto (1697-1768), quienes más sobresalieron. Tiépolo descubrió la poesía de las ciudades, y con la técnica de la cámara oscura, a la manera del holandés Vermeer, encuadró las perspectivas de rincones y plazas venecianas. Canaletto se convirtió en el gran especialista en vistas de la ciudad, las vedute. Sus cuadros de una Venecia delicada, envuelta en una luz que glorifica la ciudad, son inolvidables.

En Inglaterra, el XVIII fue la época de retratistas como Reynolds, un prolífico pintor de retratos. Llegó a realizar cerca de 2.000 y la leyenda cuenta que en alguna ocasión tuvo a seis personas posando simultáneamente para él. Gainsborough, contemporáneo de Reynolds, fue el creador del paisaje inglés. El testigo lo tomarían Constable y Turner. El primero desplegó su teoría del claroscuro de la naturaleza, basada en la idea de que la línea no existe en la naturaleza. Turner fue un apasionado de los cielos crepusculares y de los efectos de la luz del sol filtrándose a través de la niebla londinense.

El siglo XVIII se inicia en España con el cambio de la dinastía de los Austrias a la de los Borbones. Con la llegada de un rey francés, Felipe V, se introduce en la Corte el arte de la Ilustración. El primer Borbón acomete la construcción de palacios versallescos: La Granja, cerca de Segovia, Aranjuez o el Palacio Real de Madrid. Pero el siglo XVIII español en arte tiene un nombre, Francisco de Goya, el artista que revolucionó la historia de la pintura. La habilidad de su pincelada, la maestría con que utiliza los colores es asombrosa, pero lo es más su mirada hacia los que retrata. La pintura de Goya no tenía compasión con sus modelos. Por ejemplo, en su obra La familia de Carlos IV, un extraordinario retrato de la historia de la pintura española, Goya puso al descubierto toda la vanidad y la fealdad de unos rostros esperpénticos.

A finales del siglo XVIII, la curva del arte vuelve a sufrir otra convulsión. Tras la imaginación y la libertad del barroco se vuelve a mirar a Grecia y Roma. La Revolución Francesa estimula ese neoclasicismo. A los revolucionarios franceses les gustaba la grandeza de Roma, y el pintor Jacques Louis David (posteriormente pintor de Napoleón) encabezó la nueva corriente, que duraría hasta el final del Imperio de Bonaparte, y será ya en el inicio del siglo XIX cuando cambien de nuevo los gustos y se imponga en el arte el estilo romántico, símbolo de una curiosidad que raya en lo morboso. El francés Delacroix y sus grandes óleos épicos (La libertad guiando al pueblo) caracterizan una época que en Inglaterra dio lugar a grupos pictóricos como los prerrafaelistas, un movimiento que buscaba la sensibilidad de los pintores italianos anteriores a Rafael.

<i>Santa Justa y santa Rufina,</i> de Goya (catedral de Sevilla).
Santa Justa y santa Rufina, de Goya (catedral de Sevilla).
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_